Mundo

Tuesday 14 May 2024 | Actualizado a 18:55 PM

El atentado en Bruselas muestra el rostro del hastío de la juventud

Violencia. El islamismo radical sigue creciendo en los barrios marginales de Europa.

/ 27 de marzo de 2016 / 04:00

El último atentado en Bruselas dejó un reguero de víctimas, la sensación de inseguridad acorraló nuevamente a Europa y desnudó su rostro vulnerable. Pero, además, existe una legión de jóvenes que continúa creyendo en el camino de la violencia.

Los grandes acontecimientos históricos crean sus propias expresiones culturales que los validan. ¿Qué hubiera sido de Vietnam sin los hippies y el rock? Después del derribo de las torres gemelas advino un periodo subterráneo de reflexión en los jóvenes europeos, especialmente en los de origen árabe o islámico que decidieron ir en busca de su pasado cultural, religioso y social. Su búsqueda encontró en la vertiente del fundamentalismo, antes visto como costumbres de sus abuelos o gente llegada del campo. La estética de Bin Laden hablando desde Tora Bora con su arma en mano, atuendo militar y un fondo de un paisaje paradisíaco enamoró a esos jóvenes hastiados de discriminación y escasez de perspectivas para luchar por ese paraíso mostrado por su héroe.

Bin Laden sabía que el mayor enemigo de occidente no eran sus tropas sino el miedo. La violencia bárbara contra lo políticamente correcto que se cultivaba en las democracias occidentales. Bin Laden era de otro tiempo y no podía saber qué tantos fans tenía en los nativos de la internet quienes al difundir sus mensajes difundían su estética. Chiquillos posando con atuendos militares, barbas, símbolos de Al Qaeda.

Chicas con velos sexys y algunas yendo lejos con un burkini. Los que antes no se hacían problemas en compartir una parrillada ahora exigían carne no pecaminosa. Las chicas no aceptaban cualquier maquillaje, pedían halal make up, sin residuos de cerdo. La pop jihad nació en los regazos del multiculturalismo que la socialdemocracia durante décadas promovió en Europa.

No en otro lugar pudo tener mejor expresión que en Maalbeek, el barrio más musulmán y con mayor desocupación en Bélgica. De allí partieron el mayor número de jóvenes hacia Siria y allí se encuentran el mayor número de los “regresados”.

Encuentros. En ese pequeño califato es donde Sharia 4 Belgium pudo hacer demostraciones públicas de apoyo al Estado Islámico (EI) y allí se alojaron la mayoría de los autores de atentados en Francia, España, Holanda, etc. La pop yihad es el black metal de los jóvenes islámicos. “Tú vas a morir alguna vez y será maravilloso que lo hagas por un noble objetivo, sabemos de los sobrevivientes que los pecados son perdonados cuando dejas caer una gota de sangre en el campo de batalla, entonces mírate a ti mismo en esa gota”, dijo el muhaidín Abu Jandal antes de acabar como mártir en Siria.

La violencia de EI es solo explicable por los ejércitos derrotados que lo conforman, como el partido Baath de Sadam Hussein, los musulmanes chechenos, las fuerzas de Al Qaeda desalojadas de Afganistán. La crueldad de sus métodos es surgida de la amargura de la pérdida. La crueldad no viene del Islam. En los bolsillos de los yihadistas arrestados o muertos no se encuentra el Corán o textos religiosos sino con manuales de explosivos. Los autores de los atentados no son jóvenes idealistas, sino chicos con pasado delincuencial.

Hoy Bélgica llora sus muertos. Era un atentado ya anunciado desde la detención de Salah Abdeslam en Maalbeek. Es posible que estas acciones se hubieran apresurado por temor a que Abdeslam diera pistas. Es la acción del prófugo desesperado. El acto mediático del nuevo popstar.

¿Qué sería de un atentado sin la cobertura mediática? Nada. Todos saben que más fácil envenenar el agua, hacer estallar los tubos de gas domiciliario, pero nadie lo hace porque para la pop jihad es necesario la palestra. La anonimidad no tiene ningún sentido. Para el ciudadano normal, el daño causado por el terrorismo no está en la infraestructura destruida ni en los muertos, sino en la reacción del estado que para combatir el terrorismo se ponen fuera de la ley y la civilización que tanto dicen defender contra la barbarie y convierten la sociedad en terreno libre para nuevas formas de autoritarismo.

La vida de Bruselas ha sido sacudida

El País / Madrid

Las bombas han quebrado la vida de una Europa que hace tiempo que no se siente segura, pero que este martes fue atacada en su línea de flotación. El aeropuerto de Zaventem y la parada de metro de Maalbeek en el barrio europeo son lugares, pero también son símbolos. Forman parte del ADN de la vida comunitaria bruselense que construyen a diario los europeos, rasgada ahora irremediablemente.

En Zaventem aterrizan y despegan los eurodiputados cada semana y de allí salen los comisarios y eurócratas a reunirse con gobernantes de toda Europa. Al aeropuerto bruselense también llegan lobbistas, estudiantes Erasmus (una beca europea), oenegeros que vienen a convencer y agricultores que pelean por un pedazo de la política agraria común.

Ellos y muchos otros europeos debieron pensar el martes que podían haber sido ellos. Que ya no se sienten seguros en su tierra. Que cuántas veces han pasado frío en el quicio de las puertas de ese aeropuerto mientras se fumaban el último cigarro antes de acercarse a los mostradores ahora dinamitados. Que en cuántas ocasiones la lluvia les ha sorprendido al subir las escaleras en la parada de Maalbeek y han vuelto a pensar que Bruselas es maravillosa, pero que no les importaría que lloviera un poco menos.

Para muchos europeos que desfilan por la capital belga, Bruselas era hasta el martes por la mañana un lugar de trabajo y escenario de batallas políticas y económicas. Pero era también una ciudad balsámica, una especie de pueblo grande en el que no se esperaban grandes sobresaltos y al que casi siempre apetecía escaparse para dejar atrás las peleas nacionales y beberse una tibia cerveza belga. Eso también ha cambiado, al menos por un tiempo que se presume largo.

La familiaridad del pueblo grande ha dado paso a una inquietante sensación de vulnerabilidad. A mirarse de reojo y con desconfianza en los vagones de metro, a respirar hondo camino del aeropuerto y a convivir con los soldados y los blindados en las calles. Aquí, es fácil dejarse atrapar por el presentimiento de que la Bruselas y la Europa que conocimos, la de la paz que siguió a las guerras, puede haberse esfumado, tal vez para siempre.

Compromiso del premier belgan

  • El primer ministro belga, Charles Michel, aseguró la semana pasada que el Gobierno belga “hará todo lo posible para esclarecer” los atentados terroristas del martes en Bruselas y dar con los responsables para así dar respuestas a las familias, informó la agencia española EFE.

Comparte y opina:

Criterios sobre la ‘ley del oro’

/ 6 de mayo de 2023 / 23:30

El viernes, la Cámara de Senadores sancionó el proyecto de Ley 219/2022-2023 “Compra de oro destinado al fortalecimiento de las reservas internacionales”, que fue foco de atención para la población, donde existen criterios que están a favor de esta norma indicando que es necesaria para la economía y otros que discrepan estableciendo el criterio de que es una medida de desesperación por salvar la economía.

Las personas que tienen el criterio de que la norma es una medida de desesperación se basan en el artículo 9 (Operaciones con reservas de oro), afirmando que es una medida de exasperación por parte del Gobierno, solo para conseguir las divisas necesarias con la venta rápida del oro de las reservas restantes para frenar la ola de especulación de dólares que se fue dando en el país de manera creciente.

De acuerdo con lo señalado, cabe aclarar que la citada ley no establece la venta de todas las reservas de oro, porque no es el propósito, sino también que es un apoyo para el sector exportador, debido a que el oro que se logrará comprar será con un precio y peso justos para los productores del metal, además de que se estimulará la misma producción nacional y puede llegar a generar empleos, para después mejorar las condiciones del oro que exige el mercado internacional, como la calidad, y a la vez incrementar las Reservas Internacionales Netas (RIN).

En realidad, la citada ley, en su artículo 1 (Objeto) señala que el objetivo de la norma es que el Banco Central de Bolivia (BCB) tenga la autorización para comprar oro en el mercado interno, participar en el comercio del metal sin necesidad de aprobación de la Asamblea Legislativa, como ocurría antes, es decir, le da más libertad en la administración y gestión de las reservas de oro; los motivos surgen de acuerdo con el contexto externo de pandemia o la guerra entre Rusia y Ucrania, que origina presiones inflacionarias para las economías del mundo. Bolivia no está exenta de estos problemas, pese a ello las políticas económicas a través del Modelo Económico Social Comunitario Productivo (MESCP) disminuyen el efecto en lo mínimo posible para la población, pese a la alta especulación de dólares que demanda ciudadanía en la coyuntura actual, que es muy sensible ante este tipo de acontecimientos.

Lea también: Los empresarios valoran la aprobación de la ley de compra y venta de oro

Lo cierto es que en el MESCP, las divisas en las reservas juegan un papel muy importante para dinamizar la economía, para generar mayor inversión, mayor empleo, tipo de cambio fijo, una inflación baja y además contribuyen al crecimiento del PIB; asimismo, se plantea la industrialización con sustitución de importaciones para 2025, y para tal efecto se necesita fortalecer las reservas internacionales para tener una mayor disponibilidad de divisas en la economía.

Otro de los beneficios de la aprobación de la ley, al fortalecer las reservas, es que se incrementa el valor de los bonos soberanos, esto implica que la percepción de los mercados internacionales está creciendo; por otra parte, también se puede ver que el riesgo país ha disminuido 600 puntos luego de la aprobación de este proyecto de ley, de acuerdo con datos de Bloomberg.

Por último, se debe recordar una vez más que esta ley va a permitir al Banco Central de Bolivia administrar las reservas para actuar de una mejor manera ante shocks que se puedan presentar, no solo para la venta sino también para la compra de oro, y esto va a permitir la mejora de las condiciones de venta para los productores y exportadores del metal, además de incrementar las reservas internacionales netas en forma de divisas necesarias para el modelo. Por tanto, la aprobación de la Ley 219/2022-2023 es una necesidad y no una medida desesperada para la situación actual.

(*) Elvis Vargas es estudiante de Economía

Comparte y opina:

Tailandia: Tierra exótica y culinaria

/ 30 de agosto de 2015 / 04:00

Recorrer las calles en busca del sabor total y dar una fiesta a los sentidos. Una explosión de dulce, salado, agrio y amargo. Todo equilibrado por el paladar umami (mezcla de sabores, en japonés). Buscar el extremo de la diferenciación y la exageración con el picante que antes que gozo es dolor y sin él no hay placer. Esto es iniciar una aventura gastronómica en Tailandia. El único lugar posible son los food stalls, o sea la comida callejera de la ciudad gastronómica Hua Hin. El sitio es conocido como balneario de reyes el lugar predilecto de los tailandeses para vacacionar; lejos de Phuquet, el destino favorito de los occidentales que aman la playa, o Pattaya. La gastronomía de Hua Hin es denominada ethnic fusions, debido al origen de sus vendedores callejeros: chinos, laosianos, camboyanos, malayos, birmanos, quienes fusionan sus tradiciones culinarias para crear una exquisitez local, que juega con los extremos de los sabores.

El comer es toda una filosofía. El primer plato está destinado a los monjes, quienes recorren descalzos las avenidas entre las cinco y siete de la mañana. Ofrecer alimento como limosna es parte de la cultura. Los puestos callejeros ya tienen raciones listas en bolsitas de plástico.

Mayormente arroz (soso), algo de leche de coco (dulce y graso), el infaltable caldo (sabor umami) y porciones de ají. Viendo el comportamiento de la gente se podría mal pensar que el budismo es una religión egoísta, que va muy ligado a la felicidad individual, que para ganar méritos hay que tener buenas acciones, aquellas que nos conducirán hoy o más tarde en la vida o en la reencarnación a la felicidad y a la riqueza.

Pero antes que aspiración personal se ha transformado en cultura popular. La limosna se la ofrece al monje a la altura de la cabeza, él sonreirá, hay que quitarse los zapatos, poner la comida en la olla metálica que portan y arrodillarse para recibir las bendiciones.

Comer rico y vivir feliz

La marraqueta y el cafecito no existen. La idea del desayuno es distinta porque no hay el concepto occidental del horario fijo en las comidas: ellos se alimentan cuando tienen hambre. La gente calcula unas diez veces al día y tres de las cuales son porciones grandes y las otras pequeñas. Los platos en general no suelen ser suculentos sino sencillos y preparados para servirse en unos minutos. Antes de ir al trabajo o a la escuela, la familia se va a un puesto callejero. Primero se come modestamente. La idea de pedir un plato para sí mismo no existe. Se pone todo en la mesa y se come picando. Todo culmina con un zumo de frutas preparado con leche de coco, pulpa de mango, sandía y mucha azúcar. La leche de vaca no es muy popular en Asia y después se destina el tiempo a pensar en qué comer. No porque la gente sea “tragona”, sino por esa lógica filosofía del comer rico y vivir feliz.

Pero ¿cómo sobrevivir comiendo en la calle sin morir en el intento? Si quieres comer como tailandés tienes que ir a los food stalls mencionados tal cual hacen todos. Las casas son pequeñas, en especial en Bangkok donde la cocina no forma parte del mobiliario. Los restaurantes son lugares para gente muy adinerada o turistas que tienen miedo a la falta de higiene.

Los extranjeros están acostumbrados a la idea de que lo salido de la heladera es fresco, pero ninguno de los puestos callejeros tiene este aparato porque la electricidad es costosa. Están obligados a usar material  reciente, del día para preparar sus comidas. Lo cocinan delante de uno. Si bien los tailandeses son muy cuidadosos con la higiene personal, con su entorno no tanto, pues las calles son muy sucias y cuando llueve mucho peor, en todas partes vuelan moscas y los turistas son verdaderos samurais armados con varas de bambú, para espantar perros vagabundos que forman hordas en busca de alimentos.

O para defenderse de los monos que en las noches bajan de las montañas para saquear los puestos callejeros. Para los tailandeses éste no es problema porque no caminan en la calle. Ellos profesan un profundo amor al automóvil y un atroz odio al sol. Los que no tienen plata manejan la moto con pasamontañas. En las calles no hay aceras, con excepción de los sitios turísticos.

Debido a las altas temperaturas se bebe mucho. La gente toma refresco en bolsitas de plástico. Lo común es tomar zumos de frutas con colorantes artificiales, y el infaltable cubo de hielo. Una de las bebidas tradicionales es el zumo de la caña de azúcar con canela y saborizado con jengibre. El aroma es tan importante en la bebida. Por eso un tailandés no toma agua pura; acompaña la comida con Coca-Cola, lo que para un occidental es un crimen contra el sabor.

Alcohol no se vende en el día y recién después de las cinco de la tarde se encuentra cerveza que es servida con bloques de hielo para enfriarla, los extranjeros no degustan de la cerveza aguada. El beber agua de coco no es una costumbre local; el fruto se usa para ser madurado y sacar su “leche”. Los helados hechos con la mitad de un coco verde cuya nuez tierna y  gelatinosa se mezcla con crema, son para turistas.

Huele podrido, ¡delicioso!

Debido al budismo la población es tolerante. Cada individuo determina su propio destino. Pero hay que tomar algunas cosas en cuenta, como el saludo. No se da la diestra sino se sonríe, se pone las palmas de la mano en posición de oración a la altura del pecho y se hace la venia ligeramente hasta que la quijada roce los dedos. Solo dos cosas irritan a los tailandeses: hablar mal del rey, a quien consideran una especie de dios, o tocarle la cabeza a un monje. La gente no valora el contacto físico. La etiqueta siempre está presente porque el comer es un acto social.

No se acostumbra a decir “buen provecho” al empezar, el que tiene ganas se sirve y siempre la primera cucharada es el arroz. El plato nunca se lo debe dejar limpio, eso es descortés, siempre hay que sobrar algo. La carne es siempre muy cocida, blanda, picada en pedazos pequeños. El cuchillo está ausente en la mesa. Se come con una cuchara en la mano izquierda y el tenedor en la derecha que sirve como apoyo y nunca debe introducirse en la boca. La manera de degustar es labial, se realiza mucho ruido al comer. El sorber los fideos y las sopas es señal de agrado y se debe terminar con un eructo antes de limpiarse la boca y así mostrar el provecho.

Aunque muchos piensan que la globalización es actual, existe desde hace siglos. La gastronomía tailandesa ha incorporado el maíz, el pimiento, los ajíes, la piña, la guayaba y la papaya en sus preparaciones. La papa y el tomate casi no tienen lugar. Las frutas más populares son: la fruta del dragón que nosotros conocemos como ulala, el longan que los occidentales llaman lyche con su carnosa estructura muy jugosa y dulce, el mango omnipresente en las comidas, la manzana de agua y el rey de todos los frutos que es el durión. Con este “manjar”no hay medias tintas, o lo amas o lo odias. Huele a cadáver y por ello está prohibido en hoteles y lugares públicos. Tiene un caparazón muy fuerte con espinas que hacen difícil abrirlo. Por dentro está dividido en cinco partes, tiene color crema y estructura de pudín. El sabor es inigualable. ¡Merece llamarse la mejor fruta del mundo!

El encanto de la noche no está en los shoppings sino en los night market, comedores populares al aire libre donde se atiende jerárquicamente.

La persona mayor tiene que pagar la cuenta aunque muchas veces se da paso al prestigio de quien tiene más plata. En una familia paga siempre el varón y si hay un extranjero se supone que él invita. La noche es el momento para comer en forma suculenta. Estar en Tailandia significa haber comido Tom yam kung, la reina de todas las sopas, que es agria con pedazos de pescado o camarones. Aunque los favoritos son los nodlees y en especial el que viene con patas de pollo y entrañas.

El paladar boliviano

Pensar en su superior está dentro de la cultura tailandesa. El retrato del adorado rey Bhumibol Aduyadej es omnipresente: él es siempre joven, guerrero, muy blanco, con la mirada perdida en el horizonte. Casi nunca aparece en público. Tiene una categoría divina y, por tanto, veneración.

Según la revista Forbes es el monarca más rico del mundo. Curiosamente gobierna amparado en la dictadura militar de uno de los países con mayor desigualdad. El último presidente depuesto por el Ejército fue Thaksin Shinawatra, el dueño del club inglés de fútbol Manchester City. Estos personajes están contrapuestos a los miles de parias, desnutridos y abandonados a su destino que pululan en los rincones oscuros de Bangkok.

Dicen que la pobreza se mide por la seguridad ciudadana y Tailandia es un país seguro. Pero el 8% de parias piensa en su rey antes de dormir.

No harán como los ricos que comen fruta tallada, verdaderas obras de arte. Si tienen suerte contarán con su cajita de plástico donde hay una hoja de plátano y encima arroz preparado con leche de coco y pedazos de mango.  

Los bolivianos podemos ser receptivos con la cocina tailandesa. También tenemos esa fusión étnica en nuestra cocina. Conocemos intuitivamente el umami a través de la chalona, en los tomates maduros, en la patasca, los caldos de choquizuelas, sobretodo en las comidas que tienen hueso, pero rehuímos a la uniformidad. Por ejemplo lo dulce tan presente en todas las comidas. Nuestra búsqueda de extremos va por otro lado: en lo graso, lo voluminoso, lo amargo. Donde coincidimos es en lo picante, aunque nuestra llajua tiene sal y no azúcar. Quizás para algunas cosas no estamos preparados, como la incorporación de lo duro como agente extraño en las preparaciones, igual que trozos de maní y nueces. Nosotros no tenemos lo insípido como la base de la comida. Buscamos el sabor en los ingredientes. El añadir sabor con salsas y caldos sigue resultando raro. El degustar lo agrio, lo hacemos con ensaladas y frutas y no así en carnes y caldos. Un boliviano en Tailandia puede disfrutar de la variedad y de la uniformidad aunque las elecciones exóticas no siempre están de acuerdo con nuestra estructura gustativa.

Comparte y opina:

Últimas Noticias