El sol comienza a devolverle sus muertos al corazón minero de Brasil
La imagen a poco más de un kilómetro de allí es apocalíptica. Un mar de lodo ha arrasado todo a su paso y solo una vaca ha sobrevivido al caos. Otros animales no han tenido tanta suerte y han sido abatidos para, según los equipos de rescate, evitarles más sufrimiento.

Tres hombres cavan tumbas bajo el fuerte sol de Córrego do Feijao. Las necesitan cuanto antes. A sus espaldas, los helicópteros no dejan de ir y venir descolgando los cadáveres que traen del infierno de lodo que comienza unos metros más allá.
El sol ha comenzado a devolver los muertos de la tragedia que ha vuelto a arrasar el corazón minero de Brasil. Ya son 65 muertes declaradas, aunque todavía quedan 279 desaparecidos por el torrente de lodo que desató la ruptura del dique en Minas Gerais (sudeste).
Solo en este pequeño distrito rural de Brumadinho faltan unos 20 vecinos, la mayoría trabajadores de Vale, propietaria de la mina y de empresas tercerizadas.
Como muchos de sus amigos, Cleyton Cándido encontró empleo en una de ellas con 16 años. Era mecánico y trabajó hasta los 25 en el taller que estaba en el área administrativa a la que el tsunami de lodo arrasó el viernes, nada más romperse el dique. Allí se estima que murieron la mayoría de los trabajadores.
El barro se lo llevó todo, igual que a un sobrino y varios amigos de los que nada se sabe desde entonces.
«Estoy viviendo una película de terror, no esperaba algo así en mi vida. Mis amigos, todo… Gente con la que me crié. No sé cómo podré superarlo», comenta a la entrada de la casa donde creció, contigua al cementerio.
Y su balcón privilegiado al horror le ha empujado a ponerse a cavar tumbas.
Difícil mirar para otro lado cuando, justo enfrente, la modesta iglesia es ahora el centro de mando de los equipos de rescate. Allí aterrizan los helicópteros con los cuerpos colgando de redes negras. El plástico que les cubre permite ver sus formas manchadas de lodo; y encoger el estómago de quien los ve llegar bajo un sol que escalda el dolor de cientos de familias de esta región de alma minera.
Desolación y rabia
La imagen a poco más de un kilómetro de allí es apocalíptica. Un mar de lodo ha arrasado todo a su paso y solo una vaca ha sobrevivido al caos. Otros animales no han tenido tanta suerte y han sido abatidos para, según los equipos de rescate, evitarles más sufrimiento.
Cubierto de lodo, el animal acaba de ser rescatado por una docena de bomberos que tratan también de sacar de allí un autobús sepultado con varios trabajadores. Pero el barro aún es demasiado acuoso.
Un paso en falso sumerge la pierna en una masa marrón viscosa de la que no se conoce todavía su toxicidad. El sol aumenta el horror y el hedor agudo de los cuerpos que quedan por recuperar, pero también es el mejor aliado del rescate, como indica el teniente coronel Eduardo Angelo Gomes, comandante del batallón de emergencias ambientales.
«El barro es demasiado fluido, pero con la evaporación los sedimentos descienden y los cuerpos afloran», detalla el oficial para explicar el lento ritmo de recuperación de los cadáveres, esparcidos a lo largo de 10 kilómetros.
Esa lentitud desgarró aún más a los familiares que comenzaban la jornada en Brumadinho -que quedó cortada de Córrego por el río de lodo-, desesperados por la falta de noticias y de resultados de los bomberos.
José Ferreira da Silva, un obrero de 55 años, intentó ir al bosque por sus propios medios a buscar a su hijo Josué, un trabajador tercerizado de Vale, de 27.
«Soy del campo y tengo experiencia. No estamos aquí para suicidarnos, pero podríamos tratar de hacer algo. Los familiares estamos desesperados», contó a la AFP, tratando de contener las lágrimas.
El mismo dolor que compartía Nathanael de Jésus Bispo, un joven de 21 años que busca a su padre, a su primo y cinco amigos. A este mecánico el dolor se le había trasformado en rabia ante la evidencia que la pesadilla se ha repetido, apenas tres años después de que a Brasil le sangrara el corazón minero en Mariana, con la peor catástrofe ambiental de su historia, apenas 100 kilómetros de Córrego.
«El presidente de Vale sabía el riesgo que los trabajadores corrían allí, pero allí estaban, porque no es un pariente suyo el que está allí dentro. Usan a esos trabajadores, a mi padre, como algo descartable, como ocurrió en Mariana hace tres años», afirma Nathanael con lágrimas de indignación recorriéndole las mejillas.
«Mi padre solo entrará en las estadísticas y de aquí a tres o cuatro años esto se repetirá, porque quien comanda al ser humano es el dinero». (28/01/2019)