La campaña se enciende mientras se espera los datos de nuevas encuestas
El MAS enfrenta varios desafíos en el actual proceso electoral, el principal: superar las tendencias que no reflejan las fortalezas de sus liderazgos locales.
A la espera de una nueva oleada de encuestas ya es posible percibir algunas tendencias interesantes sobre el desenlace de la contienda del 29 de marzo. En este momento, la dinámica parece más favorable a las heterogéneas oposiciones, mientras el MAS parece empecinarse en una campaña confusa y de poca efectividad.
Como dice un conocido adagio, “no se puede esperar distintos resultados si se sigue haciendo las cosas de la misma (errada) forma”. A simple vista, el MAS estaría repitiendo con un inusitado empeño la fallida (anti) estrategia que lo llevó a perder casi un millón de votos en 2010 tras un apabullante triunfo en la elección presidencial.
DATOS. La dificultad del oficialismo para lograr buenos resultados en los comicios subnacionales no es una gran novedad. En 2009-2010, los porcentajes de voto por el MAS se redujeron de un 57% en la presidencial (considerando nulos, blancos y abstencionistas) a un 42% para sus diputados uninominales, 37% para sus candidatos a gobernador y un modestísimo 27% para sus aspirantes a alcaldes. La masiva fuga de apoyos a ese partido se produjo por dos flancos: por la tendencia de muchos electores a diferenciar su voto según lo que se les pide elegir y por el elevado porcentaje de personas que votan por ese partido en la presidencial pero que se abstienen o sufragan nulo-blanco en otras contiendas.
Si se considera que el voto por los uninominales puede ser un buen “proxi” del voto duro, en 2009 este segmento llegaba a un 42% en el caso del MAS, en octubre pasado esta proporción fue solo de 37%, es decir el punto de partida para mejorar su desempeño era más difícil. Esta volatilidad del electorado masista no es un capricho que se puede resolver con un jalón de orejas o con el uso primitivo de la poderosa imagen presidencial, tiene que ver con racionalidades y comportamientos muy instalados entre los ciudadanos. Como todo fenómeno social no es algo escrito en piedra y no había a priori ningún fatalismo para que las elecciones de este año repitan los resultados de 2010. Pero para superarlo era necesario comprenderlo y actuar con una estrategia coherente y disciplinada, como sucedió en la más reciente campaña presidencial, y por supuesto evitar usar escopetas para matar una mosca o caerle antipático a la gente.
A la base de esta incómoda realidad está la cada vez mayor preponderancia en la sociedad de comportamientos políticos complejos, de fidelidades cambiantes y de interpretaciones no dogmáticas de la realidad y del discurso político. Y esto no va a cambiar.
Más de un tercio de los votantes de Evo Morales en octubre no estaban de acuerdo con todas sus políticas y al igual que le reconocían sus virtudes no eran ciegos a sus defectos. Aún más, la propia modernización social que fue acelerada por “el proceso de cambio” está produciendo ciudadanos más exigentes y autónomos, sobre todo en espacios metropolitanos.
Por tanto, la alta valoración del liderazgo de Morales, que persiste en la mayoría de la población según las más recientes encuestas, no es una especie de enamoramiento bobalicón y acrítico, sino una expresión racional del apoyo a ciertos valores de estabilidad, justicia social y capacidad de cumplir las promesas.
LIDERAZGOS. Se precisa pues buenos candidatos y un mensaje político que traduzca esos valores en el ámbito de la gestión local. La idea de que el elector se guía solo por las “obras”, es una falta de respeto a la racionalidad del votante evista, que está bastante instalada entre los opositores, de ahí sus malos resultados, pero que resulta extraño que influencie las ideas en los propios oficialistas.
La cuestión central para el MAS no solo tiene que ver con amortiguar los efectos de un resultado de mediocre para abajo el 29 de marzo, sino en entender su propio éxito nacional que paradójicamente es el mismo de sus actuales problemas electorales.