Opinión

Monday 11 Nov 2024 | Actualizado a 04:42 AM

La asombrosa imaginación

/ 13 de noviembre de 2021 / 02:03

Platón y Aristóteles discreparon sobre la imaginación. Como señalaron el filósofo Stephen Asma y el actor Paul Giamatti en un ensayo publicado en marzo, Platón daba a entender que la imaginación es un lujo un tanto fantasioso. Se ocupa de las ilusiones y la fantasía y nos distrae de la realidad y de nuestra capacidad de razonar sobre ella con la mente fría. Aristóteles, por el contrario, pensaba que la imaginación es uno de los fundamentos de todo conocimiento.

Una de las tragedias de nuestro tiempo es que nuestra cultura no se ha dado cuenta de hasta qué punto Aristóteles tenía razón. Nuestra sociedad no es buena para cultivar la habilidad que más podríamos necesitar.

¿Qué es la imaginación? Pues bien, una forma de verlo es que cada segundo que estás despierto, tu cerebro es bombardeado con una proliferación frenética de colores, formas y movimientos. La imaginación es la capacidad de hacer asociaciones con todos estos fragmentos de información para sintetizarlos en patrones y conceptos. Los neurocientíficos han llegado a comprender cuán fantásticamente complicado y subjetivo es este proceso de creación de imágenes mentales. Quizá pienses que la percepción es un sencillo proceso “objetivo” de asimilación del mundo y que la cognición es un proceso complicado de pensamiento sobre él, pero eso es un error.

La percepción (el veloz proceso de seleccionar, reunir, interpretar y experimentar hechos, pensamientos y emociones) es el acto poético fundamental que te hace ser tú. Además, la imaginación puede enriquecerse con el tiempo. ¿Puedes perfeccionar tu imaginación? Sí. Al crear lentes complejas y variadas a través de las cuales ver el mundo. Zora Neale Hurston creció junto a la calle principal en Eatonville, Florida. Cuando era niña, se acercaba a los carruajes que pasaban y gritaba: “¿No quieren que los acompañe un tramo del camino?”. La invitaban a subir al carruaje, conversaba con desconocidos por un rato y luego volvía a casa caminando.

En el caso de Hurston, y en el de muchas personas con una imaginación cultivada, este tipo de aventuras sociales atrevidas se equilibraban con periodos extensos de lectura, soledad y aventuras íntimas para contar historias. “Vivía una vida emocionante sin ser vista”, recordó Hurston más tarde.

Una persona que alimenta su imaginación con un repertorio más completo de pensamientos y experiencias tiene la capacidad no solo de ver la realidad con mayor riqueza, sino también de imaginar el mundo a través de la imaginación de los demás (lo que es aún menos frecuente). Esta es la habilidad que vemos en Shakespeare en un grado tan portentoso: su capacidad para desaparecer en sus personajes y habitar sus puntos de vista sin pretender explicarlos jamás.

Cada persona tiene un tipo de imaginación diferente. Algunas personas se centran en las partes del mundo que se pueden cuantificar. Esta forma prosaica de reconocimiento de patrones puede ser muy práctica, pero a menudo no ve la forma subjetiva en que las personas revisten el mundo con valores, emociones y aspiraciones, que es justo lo que queremos ver si deseamos vislumbrar cómo viven su experiencia.

Muchos aspiraron a la forma más encantadora de imaginación, que, como escribe Mark Vernon en Aeon, “tiende un puente entre lo subjetivo y lo objetivo, y percibe la vitalidad interior del mundo, así como sus exteriores interconectados”. Un ejemplo es Van Gogh pintando noches estrelladas y Einstein imaginándose a sí mismo cabalgando junto a un haz de luz.

La imaginación te ayuda a percibir la realidad, a probar otras realidades, a predecir futuros posibles y a experimentar otros puntos de vista; pero, ¿hasta qué punto las escuelas le dan prioridad al cultivo de esta capacidad esencial?

¿Qué le ocurre a una sociedad que deja gran parte de su capacidad imaginativa sin usar? Tal vez acabes en una sociedad en la que las personas les son ajenas a los demás y a sí mismas.

 David Brooks es columnista de The New York Times.

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¿El pico del populismo?

David Brooks

/ 28 de mayo de 2024 / 06:49

Solíamos tener largos debates sobre el excepcionalismo estadounidense, sobre si este país era un caso atípico entre las naciones, y siempre pensé que la mayor parte de la evidencia sugería que así era. Pero hoy en día nuestras actitudes políticas son bastante comunes. Estados Unidos, lejos de sobresalir como el campeón de la democracia, como una nación que da la bienvenida a los inmigrantes, como una nación perpetuamente joven energizada por su fe en el sueño americano, está ahora atrapado en el mismo ambiente amargo y populista que prácticamente en todas partes.

A principios de este año, por ejemplo, la firma de investigación Ipsos publicó un informe basado en entrevistas con 20.630 adultos en 28 países, incluidos Sudáfrica, Indonesia, Brasil y Alemania, en noviembre y diciembre pasados. Pregunta tras pregunta, las respuestas estadounidenses fueron, bueno, promedio.

Consulte: La cura para nuestra democracia

Nuestro pesimismo es mediocre. Aproximadamente el 59% de los estadounidenses dijeron que creían que su país estaba en declive, en comparación con el 58% de las personas en los 28 países que dijeron eso. El 60% de los estadounidenses estuvo de acuerdo con la afirmación “el sistema está roto”, en comparación con el 61% en la muestra mundial que estuvo de acuerdo con eso.

Nuestra hostilidad hacia las élites es normal: 69% de los estadounidenses estuvieron de acuerdo en que “la élite política y económica no se preocupa por la gente trabajadora”, en comparación con el 67% de los encuestados entre los 28 países. El 63% de los estadounidenses estuvo de acuerdo en que «los expertos de este país no comprenden la vida de personas como yo», en comparación con el 62% de los encuestados en todo el mundo.

Las tendencias autoritarias de los estadounidenses son bastante normales: 66% de los estadounidenses dijeron que el país “necesita un líder fuerte para recuperar el país de los ricos y poderosos”, en comparación con el 63% de los encuestados entre las 28 naciones en general. El 40% de los estadounidenses dijo que creía que necesitábamos un líder fuerte que “rompiera las reglas”, cifra que estaba solo un poco por debajo del 49% a nivel mundial que creía eso.

Esos resultados revelan un clima político —en Estados Unidos y en todo el mundo— que es extremadamente favorable para los populistas de derecha. Eso importa porque este es un año de decisiones, un año en el que al menos 64 países celebrarán elecciones nacionales. El populismo ha surgido como el movimiento global dominante.

Una conclusión obvia es que es un error analizar nuestra elección presidencial en términos exclusivamente estadounidenses. El presidente Joe Biden y Donald Trump están siendo sacudidos por condiciones globales que escapan mucho a su control.

¿Existe alguna manera de luchar contra la marea populista? Por supuesto que sí, pero comienza con el humilde reconocimiento de que las actitudes que sustentaron el populismo surgieron durante décadas y ahora se extienden por todo el mundo. Si se quiere reconstruir la confianza social, probablemente haya que reconstruirla sobre el terreno, desde abajo hacia arriba.

Parece que las elecciones de este año las ganará el bando que esté a favor del cambio. Los populistas prometen derribar los sistemas. Los liberales deben defender su cambio de manera integral y constructiva.

(*) David Brooks es columnista de The New York Times

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La cura para nuestra democracia

David Brooks

/ 17 de febrero de 2024 / 07:27

Estados Unidos es económicamente próspero pero políticamente disfuncional. Tenemos los recursos materiales, tecnológicos y militares para seguir siendo la principal superpotencia del mundo, pero el Congreso actual es incapaz de tomar decisiones sobre cuestiones básicas, como cómo arreglar el sistema de inmigración o qué papel debemos desempeñar en el mundo.

¿Qué tenemos que hacer para rectificar esta situación? Muchas cosas, pero una de ellas es ésta: más de nosotros tenemos que abrazar una idea, una forma de pensar que es fundamental para ser ciudadano en una democracia. Esa idea se conoce como pluralismo de valores. Está más asociado con el filósofo británico Isaiah Berlin y se basa en la premisa de que el mundo no encaja perfectamente. Todos queremos perseguir una variedad de bienes, pero desafortunadamente, estos bienes pueden estar en tensión entre sí. Por ejemplo, es posible que queramos utilizar el gobierno para hacer que la sociedad sea más igualitaria, pero si lo hacemos, tendremos que expandir el poder estatal hasta tal punto que afecte la libertad de algunas personas, que es un bien en el que también creemos.

Como señaló recientemente Damon Linker, que imparte un curso sobre Berlín y otros en la Universidad de Pensilvania, este tipo de tensiones son comunes en nuestra vida política: lealtad a una comunidad particular versus solidaridad universal con toda la humanidad; respeto a la autoridad versus autonomía individual; progreso social versus estabilidad social. Yo agregaría que este tipo de tensiones abundan dentro de los individuos: el deseo de estar involucrado en una comunidad versus el deseo de tener el espacio personal para hacer lo que uno quiere; el deseo de destacar versus el deseo de encajar; el grito de justicia versus el grito de misericordia.

Si elegimos un bien, estamos sacrificando una parte de otro. El hecho trágico de la condición humana es que muchas decisiones implican pérdidas. Día tras día, el truco consiste en descubrir qué estás dispuesto a sacrificar por el bien más importante. Claro, hay algunas ocasiones en las que la lucha realmente es entre el bien y el mal: la Segunda Guerra Mundial, el movimiento por los derechos civiles, la Guerra Civil. Como argumentó Lincoln, si la esclavitud no está mal, entonces nada está mal. Pero estas ocasiones son más raras de lo que podríamos pensar.

Creo que detesto a Donald Trump tanto como cualquier otro, pero el populismo trumpiano representa algunos valores muy legítimos: el miedo a la extralimitación imperial; la necesidad de preservar la cohesión social en medio de una migración masiva; la necesidad de proteger los salarios de la clase trabajadora de las presiones de la globalización.

La lucha contra Trump como hombre es una lucha entre el bien y el mal entre la democracia y el autoritarismo narcisista, pero la lucha entre el liberalismo y el populismo trumpiano es una lucha sobre cómo equilibrar preocupaciones legítimas.

El pluralismo es un credo que induce a la humildad (incluso entre nosotros, los expertos, que nos resistimos a la virtud). Un pluralista nunca cree que está en posesión de la verdad y que todos los demás viven en el error. El pluralista tarda en afirmar su certeza, sabiendo que incluso aquellas personas que lo denuncian enérgicamente probablemente tengan parte de razón. “Me aburre leer sobre personas que son aliadas”, confesó una vez Berlin.

Berlin argumentó que si hubiera un conjunto final de soluciones, “un patrón final en el que se pudiera organizar la sociedad”, entonces “la libertad se convertiría en pecado”. Pero no hay respuestas definitivas y correctas a las cuestiones políticas, por lo que la historia sigue siendo una conversación que no tiene fin.

Muchos votantes estadounidenses recompensan a políticos que les ofrecen una guerra santa. Si hubiera más pluralistas, elegiríamos a más personas interesadas en mejorar la vida de forma gradual y constante.

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Sobre Elon Musk y su determinación maniática

El aparente apego de Musk al mito del héroe parece hacerlo intrépido y también, con frecuencia, una especie de monstruo

/ 1 de octubre de 2023 / 06:56

OPINIÓN

En su biografía de Alexander Hamilton, Ron Chernow escribe que Hamilton “siempre tuvo que luchar contra la tristeza residual del hombre determinado”. Esa frase se me ha quedado grabada porque también me he dado cuenta de que puede haber algo triste en las personas extremadamente ambiciosas: como si se esforzaran con furia por llenar un hueco que les dejaron experiencias traumáticas durante la infancia, y nunca lo hubieran logrado del todo.

Algunos historiadores y psicólogos se han maravillado de cómo muchos de los personajes más significativos de la historia perdieron a uno de sus padres a una edad temprana, bien por muerte o abandono: desde George Washington y Thomas Jefferson hasta Bill Clinton y Barack Obama. Son lo que un psicólogo denominó “huérfanos eminentes”.

Es fácil incluir a Elon Musk en esa categoría. Tuvo una infancia miserable en Sudáfrica, marcada por los abusos verbales y físicos de un padre que le decía en repetidas ocasiones que no valía nada, según la nueva biografía de Musk que escribió Walter Isaacson. No tenía amigos y vivía en un mundo en el que intimidabas o te intimidaban. Un entorno así podría crear una sensación de inseguridad existencial, que podría inducir en algunos una vida de dudas autoinfligidas o en otros una ambición maniaca por demostrar que los bastardos se equivocaban, por ganarse el amor, la importancia y la seguridad.

Sin embargo, el relato de Isaacson sugiere que este no es el único, ni siquiera el principal, impulso de la ambición extrema de Musk. En medio de esa infancia sombría, Musk se sumergió en la ciencia ficción, los juegos de computadora y los cómics, y en cierto sentido nunca los abandonó. En ese mundo, Musk parece haber quedado atrapado por una historia con el mismo fervor que una persona religiosa queda atrapada por un libro sagrado.

Creo que la mayoría de nosotros contamos una historia sobre nuestras vidas y luego vivimos dentro de esa historia. No puedes saber quién eres a menos que sepas contar una historia coherente sobre ti. Solo puedes saber qué hacer a continuación si sabes de qué historia formas parte. “El hombre siempre es narrador de historias”, observó el filósofo Jean-Paul Sartre. “Vive rodeado de sus historias y de las historias de los demás, ve todo lo que le ocurre a través de ellas, e intenta vivir su vida como si estuviera contando una historia”.

La historia que Musk llegó a habitar es una de las más antiguas de nuestra civilización: un héroe masculino de reputación incierta surge de un lugar oscuro para salvar mediante actos de audacia a un pueblo condenado. Es la historia de Moisés, Jesucristo, Superman, las películas del oeste de John Wayne, Luke Skywalker, Harry Potter y El Señor de los Anillos.

“Mientras otros empresarios luchaban por desarrollar una visión del mundo, él desarrolló una visión cósmica”, escribe Isaacson. El concepto que Musk tiene de sí es que está construyendo empresas para salvar a la humanidad, según Isaacson. SpaceX pretende convertir a los humanos en una especie multiplanetaria, para que podamos escapar a Marte si algo apocalíptico ocurre en la Tierra. La misión de Tesla es llevar a la humanidad más allá de una economía de hidrocarburos, hacia un futuro sustentable. Su nueva empresa xAI está ahí para ayudar a evitar que la inteligencia artificial se apodere del mundo. Neuralink, que implanta tecnología en el cerebro de las personas, está ahí para ayudar a los ciegos a ver y a los paralíticos a caminar. No se puede ser más salvador.

“En Silicon Valley la gente no suele hablar con un aire tan superheroico, casi homérico”, le dijo Peter Thiel a Isaacson.

A veces, la historia que Musk cuenta sobre sí mismo parece tan grandiosa que entra en el terreno del mito épico. Una persona tan consumida por un mito no busca tener un éxito convencional, afirma Dennis Ford en su libro The Search for Meaning; lo que intenta es “ser fiel al modelo mítico”.

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Esa persona no ve el mundo que vemos los demás, sino su propio mundo mítico, e intenta reclutar a la gente para su propia realidad. “No paraba de hablar de fabricar un cohete que pudiera ir a Marte”, le dijo a Isaacson uno de los amigos universitarios de Musk. “Por supuesto, no le presté mucha atención, porque pensé que estaba fantaseando”. Décadas después, en su segundo día de trabajo en SpaceX, un empleado asistió a una reunión del consejo de administración y se quedó boquiabierto: “Están sentados discutiendo seriamente planes para construir una ciudad en Marte y qué vestirá la gente allí, y todos actúan como si fuera una conversación totalmente normal”.

Una persona dentro de esa conciencia mítica puede distorsionar la realidad con facilidad, confabular y mentir. Una persona así puede tener la grandiosa sensación de que es indispensable para nuestra especie. La perenne mentalidad de crisis/urgencia de Musk, que lo lleva a comportarse como un imbécil crapuloso con la gente que lo rodea y le sirve de racionalización cuando lo hace, también encaja.

La gente que ha conocido a Musk a veces dice que es como si no fuera un ser humano completo, sino que parece un personaje que interpreta un papel. Una de las fuentes de Isaacson dice: “Conserva un lado infantil, casi atrofiado”. Quizá se deba a que sigue habitando una historia de aventuras.

A veces en la vida la imaginación es tan importante como la inteligencia. El aparente apego de Musk al mito del héroe parece hacerlo intrépido y también, con frecuencia, una especie de monstruo. La mente mítica es egocéntrica y nunca puede considerar a los demás como personajes tan importantes como el héroe. De hecho, el Musk del libro de Isaacson se encuentra en una serie de búsquedas épicas, y es lo suficientemente complejo como para ser héroe y villano al mismo tiempo.

 David Brooks Periodista y coluumnista especializado en política

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Teoría del impulso maníaco de Musk

/ 23 de septiembre de 2023 / 00:28

Algunos historiadores y psicólogos se han maravillado al ver cómo muchas de las figuras más importantes de la historia perdieron a uno de sus padres a una edad temprana, ya sea por muerte o por abandono, desde George Washington y Thomas Jefferson hasta Bill Clinton y Barack Obama. Estos son los que un psicólogo denominó “huérfanos eminentes”.

Es fácil poner a Elon Musk en esa categoría. Tuvo una infancia miserable en Sudáfrica marcada por el abuso verbal y físico de un padre que repetidamente le decía que no valía nada, según la nueva biografía de Musk escrita por Walter Isaacson. No tenía amigos y vivía en un mundo en el que o acosabas o eras acosado. Un trasfondo como ese podría crear una sensación de inseguridad existencial, que podría inducir en algunos una vida de dudas o en otros una ambición maníaca de demostrar que están equivocados: ganarse amor, importancia y seguridad.

Pero el relato de Isaacson sugiere que este no es el único, ni siquiera el principal, impulso detrás de la extrema ambición de Musk. En medio de esa infancia sombría, Musk se sumergió en la ciencia ficción, los juegos de computadora y los cómics y, en cierto sentido, nunca los abandonó. En ese mundo, Musk parece haber quedado atrapado por una historia tan fervientemente como una persona religiosa está atrapada por un libro sagrado.

Creo que la mayoría de nosotros contamos una historia sobre nuestras vidas y luego vivimos dentro de esa historia. No puedes saber quién eres a menos que sepas cómo contar una historia coherente sobre ti mismo. Podrás saber qué hacer a continuación solo si sabes de qué historia eres parte. La historia que Musk llegó a contar es una de las más antiguas de nuestra civilización: un héroe masculino de reputación incierta emerge de un lugar oscuro para salvar a un pueblo condenado mediante actos de audacia. Es la historia de Moisés, Jesús, Superman, los westerns de John Wayne, Luke Skywalker, Harry Potter y el Señor de los Anillos.

«Mientras otros empresarios luchaban por desarrollar una visión del mundo, él desarrolló una visión cósmica», escribe Isaacson. Según Isaacson, la autoconcepción de Musk es que está creando empresas para salvar a la humanidad. SpaceX pretende hacer de los humanos una especie multiplanetaria, para que podamos escapar a Marte si algo apocalíptico sucede en la Tierra. La misión de Tesla es llevar a la humanidad más allá de una economía de hidrocarburos hacia un futuro sostenible. Su nueva empresa xAI está ahí para ayudar a evitar que la inteligencia artificial se apodere del mundo. Neuralink, que incorpora tecnología en el cerebro de las personas, está ahí para ayudar a los ciegos a ver y a los paralíticos a caminar. No hay nada más salvador que eso. A veces, la historia que Musk cuenta sobre sí mismo parece tan grandiosa que entra en el ámbito del mito épico. Una persona así no ve el mundo que vemos el resto de nosotros, sino su propio mundo mítico, y está tratando de reclutar personas para su propia realidad. A veces en la vida la imaginación es tan importante como la inteligencia. El aparente apego de Musk al mito del héroe parece hacerlo intrépido y también con frecuencia una especie de monstruo. La mente mítica es una mente involucrada en sí misma, que nunca puede considerar a otras personas como tan importantes como el héroe/yo. De hecho, el libro de Musk de Isaacson trata sobre una serie de misiones épicas y es lo suficientemente complejo como para ser simultáneamente héroe y villano.

David Brooks es columnista de The New York Times.

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Generosidad

Construimos sistemas inhumanos en los que los incentivos materiales anulan los incentivos sociales y morales

David Brooks

/ 1 de septiembre de 2023 / 08:00

¿Son los seres humanos fundamentalmente buenos o fundamentalmente malos? ¿La gente es en su mayoría generosa o en su mayoría egoísta? A lo largo de los siglos, muchas de nuestras principales figuras han adoptado la opinión de que la gente es básicamente egoísta. Maquiavelo argumentó que las personas son engañosas, ingratas y codiciosas. La economía clásica se basa en la idea de que la gente persigue implacablemente su propio interés. En el público, solo el 30% de los estadounidenses dicen que pueden confiar en las personas que los rodean, lo que sugiere una visión bastante sombría de la naturaleza humana.

Pero, ¿qué pasa si esta visión oscura de nuestra naturaleza no es cierta? En un experimento reciente dirigido por los psicólogos Ryan J. Dwyer, William J. Brady y Elizabeth W. Dunn y el curador de TED Chris Anderson, 200 personas en siete países alrededor del mundo recibieron $us 10.000 cada una, gratis, y luego informaron cómo gastaron el dinero. ¿Se lo quedaron todo ellos mismos? No. En promedio, los participantes gastaron más de $us 6,400 para beneficiar a otros, incluidos casi $us 1,700 en donaciones a organizaciones benéficas. De ese gasto prosocial, $us 3,678 se destinaron a personas fuera de su hogar inmediato y $us 2,163 se gastaron en extraños, conocidos y donaciones a organizaciones.

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La gente utilizó el dinero para invitar a amigos a comer o para apoyar a familias que habían perdido a sus seres queridos. Me parece generoso. En general, los investigadores concluyeron que a las personas les resulta gratificante gastar dinero en otros. Este estudio no es un caso atípico.

La humanidad no ha prosperado durante todos estos siglos porque seamos despiadadamente egoístas, hemos prosperado porque somos muy buenos cooperando. Pero supongamos que eres una buena persona y tienes que competir con bastardos egoístas y despiadados. ¿No estás obligado a seguir las reglas de perro come perro? Bueno, no necesariamente. En su libro Give and Take, el psicólogo organizacional Adam Grant identificó en las organizaciones a las personas centradas en los demás (los dadores) y a las personas egocéntricas, las que siempre están buscando lo que pueden extraer para sí mismos (los tomadores). Encontró que muchos de los trabajadores de bajo rendimiento eran donantes. Se dejaron pisotear y aprovecharse de ellos.

Pero cuando Grant observó a los empleados con mejor desempeño en las organizaciones, descubrió que los donantes también dominaban esos rangos. Estos donantes tenían una reputación dorada, redes sociales más amplias y mejores relaciones: la gente quería trabajar y colaborar con ellos. Lo mejor es ser un donante que sabe, en casos extremos, cómo defenderse.

Yo diría que muchos de nuestros pensadores públicos han subestimado enormemente la importancia de las motivaciones morales y sociales entretejidas en la naturaleza humana. Damos propina en restaurantes a los que nunca volveremos. Saltamos para ayudarnos unos a otros durante los desastres naturales. Anhelamos no solo ser admirados sino también ser dignos de admiración. Diría que muchos de nuestros pensadores públicos han terminado creando una profecía autocumplida. Al decirle a la gente que son egoístas por naturaleza y que están rodeadas de otros que son egoístas por naturaleza, nos hemos animado unos a otros a magnificar el lado egoísta de nuestra naturaleza.

Por último, diría que en Occidente nos hemos excedido al crear sistemas que intentan motivar a la gente apelando principalmente a sus propios intereses económicos. Construimos sistemas inhumanos en los que los incentivos materiales anulan los incentivos sociales y morales. Y nos hemos hecho miserables en el camino.

(*) David Brooks es columnista de The New York Times

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