Una crítica al triunfalismo de García Linera
La necesidad de modelar un país de primera
El principal teórico del gobierno de Evo Morales, el vicepresidente Álvaro García Linera, cree, en buena cuenta, que la historia ya está dicha (García Linera, Las tensiones creativas de la revolución. La quinta fase del proceso de cambio, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, La Paz, 2011). En este trabajo se asevera que las contradicciones mayores ya han sido absueltas; ya sólo queda resolver aspectos menores. Aspectos que él ha bautizado como “las tensiones creativas de la revolución” o la quinta fase del proceso de cambio.
El “trípode societal” conformado por el Estado Plurinacional, el régimen autonómico y la industrialización de los recursos naturales en el contexto de una economía plural, ya constituye el tablado en el que los actores deben desenvolverse. Nadie puede actuar en otro escenario que no sea el que dibujan estas tres patas. En verdad, García Linera no se percata que lo que él define como un trípode contorneado por la “revolución democrática y cultural” es una conquista latinoamericana proveniente de la década de los 90. Ya en esta época se hacía referencia a la “etnificación de las constituciones” como resultado del reconocimiento de la variedad etnocultural existente (Deborah Yashar), su derecho a la posesión de territorios propios, uso y enseñanza de sus lenguas y/o elección de sus propias autoridades. Asimismo, ya desde principios del milenio la descentralización ha sido un proceso generalizado no sólo en América Latina, sino en el mundo (Jean Paul Faguet). Casi una centena de países cuenta al menos con un nivel de descentralización y poco más de una treintena, con dos niveles. Por último, el discurso atingente a la “industrialización de los recursos naturales”, al aludir a una presencia estatal como propulsora de este anhelo, es una conquista no menos universal que sus pares. Su trasfondo es simple: cuestionar el denominado Consenso de Washington (Joseph Stiglitz), algo que se repite a lo largo y ancho del continente americano, habiendo alcanzado, incluso, al poderoso país del norte, hoy más keynesiano que nunca.
Sin embargo, no es tanto el problema de la pretendida originalidad (o no) del trípode lo que llama la atención. Pues, incluso, se podría conceder su descubrimiento a nuestra segunda máxima autoridad política, aseverando que ningún país, con excepción de Bolivia, tiene constituciones multiculturales, dinámicas descentralizadoras (autonómicas) o estados interventores del mercado.
Aun así, lo preocupante es la propensión a querer mostrar que la historia puede tener tensiones y diferencias, como señala el documento, pero sólo en tanto existan al interior del horizonte de época trazado por el trípode. Ello es una falacia. No es, pues, cierta su afirmación referida a que “a diferencia de lo que sucedía años atrás, no propugnan un nuevo tipo de sociedad ni plantean un horizonte de estado o economía, sino la ralentización o la radicalización del proceso….” (p.11).
La tesis de este breve artículo difiere de esta sentencia. Y lo hace con un planteamiento de partida: la historia sigue, y no bajo cánones preestablecidos de forma tan armónica e inobjetable. No, por el contrario, lo que se observa es la necesidad de fijar un nuevo horizonte, caracterizado por cinco rasgos expresados de modo didáctico.
Uno, no necesitamos una democracia a medias que carezca de una adecuada gestión (ver YPFB y su último escándalo), olvide el respeto a la ley (la libertad de prensa o lo que UNIR llama el Derecho a la Información y Comunicación), promueva instituciones para marginar a las minorías (véase TIPNIS), desplace espías/operadores políticos encargados de la represión (véase Núñez del Prado), enerve el conflicto como nunca en nuestra historia (los conflictos sobrepasan los 60 mensuales, más que nunca en la historia), favorezca estatalmente más a algunos ciudadanos que a otros (los cocaleros) y erija un régimen parcialmente autoritario con la excusa de ser revolucionario, imperialista y descolonizador. Por tanto, el horizonte de época a construirse pone en pugna un modelo relativamente autoritario, como es el que se desarrolla, frente a un modelo verdaderamente democrático.
Dos, no necesitamos una economía que olvide la connotación plural inserta en el texto constitucional y asiente un Estado omnipresente, partero de las nuevas fortunas en lo que deviene una estadolatría reedituada (al estilo 52); desarrolle pautas de un capitalismo rentista, claramente aindustrial, relativamente aislado del comercio exterior, desinteresado por los avances tecnológicos y científicos propios de la agenda mundial, no menos anticampesino que sus predecesores, notoriamente extractivista y, por último, ‘desigualadoramente’ consumista. Por tanto, el horizonte de época a construirse pone en pugna un capitalismo destructivo y de camarilla, como es el que se desarrolla, frente a un modelo económico solidario y respetuoso con el medio ambiente.
Tres, no necesitamos un modelo social de perpetuación de la pobreza, no a pesar, sino gracias al asistencialismo público extendido copiosamente con diversos bonos no sostenibles, adscripciones acríticas a los modelos mundiales de reducción de la pobreza, subsidios ocultos y no equitativos hacia ciertos sectores sociales (fundamentalmente urbanos), invisibilización de las causas estructurales de la desigualdad y pobreza junto con “remedios” coyunturales y, sobre todo, superficiales de atenderlas y, por último, ausencia de un pacto político/fiscal para cohesionar a la bolivianidad en torno a un punto de llegada común: el cese de la pobreza. Por tanto, el horizonte de época a construirse pone en pugna un modelo social asistencialista, como es el que se desarrolla, frente a un modelo social benefactor, verdaderamente sostenible.
Cuarto, no necesitamos retornar al centralismo del pasado, capaz de copar los espacios subnacionales legal e ilegalmente, amedrentar a las autoridades regionales e inhibir el uso de sus recursos fiscales, limitando la competencia de proveedores de servicios públicos. Por tanto, el horizonte de época a construirse pone en pugna un modelo centralista, como es el que se desarrolla, frente a un modelo autonómico.
Y, quinto, no necesitamos un uso publicitario de la plurinacionalidad que, además, despliegue prácticas racistas de desconocimiento de los actores plurinacionales, de tal modo que a tiempo de hacer gala internacional de lo indígena, lo amedrenta, lo coopta y lo relega en el plano nacional. Por tanto, el horizonte de época a construirse pone en pugna un modelo corporativo/faccional frente a un modelo de Estado verdaderamente plurinacional e intercultural.
No son, pues, meras cuestiones de gestión las que están en juego, sino los cimientos mismos del modelo político, económico y social boliviano. Aquéllos que creen que la cancha ya está rayada y sólo hay que jugar, se equivocan. Lo que aún se requiere es discutir estos pilares de fondo de lo que es la construcción de un modelo verdaderamente pujante para el país.