En democracia, estar de acuerdo no es esencial, pero comulgar la integridad sí lo es. Cuando la verdad se diluye, cuando los principios son descalificados y la integridad es cosa de pocos vienen consecuencias nefastas a las inconsecuencias, por no vivir valores y principios, los que deberían regir nuestra mente y voluntad. Ésta elige, decide y actúa; la voluntad es lo que somos.

La valentía de llamar a lo bueno bueno y a lo malo malo es una virtud escasa, pues la inconsecuencia de lo que se proclama estentóreamente (campañas electorales o promesas en días de crisis) y lo que se dice y escribe a diario (supuestas posturas llenas de sinceridad, honestidad y sin compromisos subterráneos) ya no están en armonía con lo que es una conducta lógica, valiente y coherente  con los principios que se profesan.

La capacidad de ser consecuente es un reto para todos, pero en especial para los que tienen la obligación y el privilegio de comunicar los hechos o los pocos que tienen poder de decidir por muchos.

La consecuencia en lo que decimos creer vale para cualquier cosmovisión o ninguna a la vez. Implica una conexión entre lo que creemos y actuamos. Los políticos y los medios, que tienen el privilegio de un gran alcance según el caso, deberían ser responsables, como una práctica sin deserciones, de una coherencia entre lo que es y lo que no me parece que sea. Consecuencia, por lo tanto, denota el resultado a una acción, de lo que pensamos.

Sólo para aclarar… Entiendo la inconsecuencia como la contradicción de las propias ideas y principios. Por lo tanto, en un mar de relativos nos quedan dos caminos: o mimetizarnos en el mal mayor, aguar lo que creemos, o movernos a contracorriente, es decir, una batalla por la coherencia, nos afecte o nos beneficie.

Bolivia somos todos, de las alturas, los valles o los llanos; los que trabajan, estudian, viven o sobreviven en un territorio demarcado. No los receptores de los filtros que usan para medirnos en base a sus inconsecuencias; éstos no nos clasifican ni, menos, califican.

Deberíamos ser lo que decimos creer y lo que realmente hacemos. Por ejemplo, una consecuencia normal de nuestra Constitución, aceptada y no manipulada, es el me conviene, sirve, no me conviene, la manipulo… Que los débiles sin voz y sin recursos tengan los mismos derechos y naveguen los mismos privilegios que usurpan los inconsecuentes.

Mientras sigamos engañándonos, que creamos que con sólo declaraciones de verdad y principios es suficiente, todo lo que sean metas logradas se evaporarán ante nuestros ojos, porque la inconsecuencia da frutos, produce dolor, destrucción y una frustración corrosiva.

Políticos y medios, que son los más visibles y los de más influencia, ocasionan —a sabiendas o por ignorancia, o por inconsecuencia— efectos que son invisibles al ojo natural, pero que se hacen visibles en los índices de corrupción, de violencia o inseguridad.

¿Una simbiosis  pactada o no entre políticos y medios? ¿Muchos o pocos? Se entiende de ella como la asociación de dos o más individuos de especies diferentes,  con el fin
de recibir provecho mutuo para todos ellos.

La consecuencia y la coherencia son vitales para hacer de una nación grande y respetada. Son atributos que no descansan en el poder bélico o económico; es el respeto cimentado en la consecuencia de sus actos, en el respeto incambiable de los unos con los otros, en un permanente apego a lo que debería ser una verdad absoluta y no relativizarla según la ocasión o el beneficio a obtener.

Hoy, vemos que es muy fácil llamar a lo bueno malo y a lo malo bueno, por las inconsecuencias reflejadas principalmente en muchos de la clase política y los medios. Sucede en Bolivia y el planeta entero, no es exclusividad de naciones ricas o pobres, de mucha educación o tecnología o poca; es la batalla de cada ser humano en cualquier punto de la Tierra, de los que justifican su inconsecuencia para vivir o alimentar su familia o prosperar.

Mi homenaje y mi aliento a todas las personas que decidieron ir contracorriente, otras veces contracultura; caminando la consecuencia de sus principios, enmarcados obviamente en lo ético, lo moral y los principios universales.

Me identifico con los que construyen Bolivia cada día, cada hora, que le dan el color del respeto y dignidad; aquí en el territorio y afuera, en todos los ámbitos del quehacer humano, visibles o invisibles, conocidos o no reconocidos. Si hay consecuencias por ser inconsecuentes, ¿será esta frase un diagnóstico general? En esta oportunidad me permito remarcar dos sectores vitales aquí y en el mundo: los políticos y los medios.

Tienen el poder de decidir o el poder en comunicar, son una simbiosis tácita. ¿Asociación de facto o comprada? ¿En muchos? ¿En pocos? ¿No existente nunca? Abusar de ese poder, se transforma para muchos en éxito, fama o reputación, dinero color sucio, pero conducir ese poder con apego a principios y valores parece derrota y fracaso.

He ahí la riqueza real de un Estado, la generación de consecuentes a sus valores, de los que no transan, no negocian, no callan, no miran a otro lado.
¿Utopía exponencialmente inalcanzable? ¿O meta a conseguir como estilo de vida?

Procesos, no eventos, son los que darán los frutos que esperamos; sincretismo general para estar en paz unos con otros, reevaluar al ser humano es la clave e invertir más en los valores de la vida son las premisas de siempre, que los siglos no deberían haber cambiado o anulado. Políticos que anulan esos principios incambiables por votos o popularidad no son solución ni son sinónimos de modernidad.

¡Sí! La inconsecuencia tiene consecuencias. Una mirada a nuestro interior, a nuestro exterior próximo, un vistazo más allá, debería de manera unísona y clara confirmarnos que sí sufrimos consecuencias dramáticas e irreversibles. La consecuencia más grande es que el ejército de crédulos e inocentes mermó grandemente, que la voz de ambos sectores ya no tiene el peso ni la autoridad que creían tener.

Apoyemos a los que quedan en la trinchera de la integridad. Las consecuencias de los inconsecuentes han cobrado factura muy alta: corrupción, violencia, inseguridad, injusticia, atropello y abuso, entre otros males. Políticos y medios, confrontémonos hoy para ver una Bolivia distinta,  mejor y respetada; este aporte es exponencial y válido.