Crisis múltiple… Así podríamos resumir la situación actual del periodismo y de los medios de información en Bolivia (y en otros países). Es una problemática cuyas señales comenzaron a leerse alrededor de 2000. Ahora ya nadie parece dudar de su existencia ahondada por el hecho de que a los medios “tradicionales” (prensa, radio y televisión) les va cada vez peor económicamente y a los que se subieron a internet no les va mucho mejor, por lo menos no como para mantener con un buen sueldo a decenas de personas.

Sin embargo, uno de los errores en el análisis está en atribuir a una sola causa tal descalabro. Unos culpan a las nuevas tecnologías; otros a la pobre, repetitiva y poco profunda oferta informativa de los medios; otros a la afectada credibilidad de estos últimos y no faltan quienes también hablan de lo poco que los ciudadanos se interesan en estar bien informados.

El caso de la antientrevista a Gabriela Zapata difundida en ATB el domingo 19 de febrero debiera ser analizado en ese contexto. No solo fueron vulneradas las formas como cree el director de ATB, Jaime Iturri, sino los fondos del periodismo. A la hora de defenderse, él alega que existen varias maneras de presentar una entrevista y tiene razón. De hecho, la separación entre géneros solo existe con fines didácticos en las universidades porque hay interesantes y creativos híbridos que pueden permitirse. Sin embargo, lo ocurrido con la entrevista a Zapata es otra cosa.

Se compró la entrevista y se la defendió con el argumento de que era importante conocer la versión de Zapata y una prueba estaría en los más de dos millones de personas que vieron la misma. ¿Por qué se pensó que la señora tenía algo importante que decir si ya habló hasta por los codos dejando sembradas dudas sobre qué fue verdad y qué fue mentira? Ese justificativo sumado al otro de las multitudes interesadas en tener acceso a ese material (¿vieron por lo valioso del contenido o por la polémica que se armó alrededor de la forma en que ATB manejó el material?) no tiene sentido, salvo que la difusión se produjo dos días antes del 21 de febrero, día en que se jugaron intereses políticos por el No y el Sí a la reelección de Evo Morales.

Esto se lo hicieron notar a Iturri en una entrevista publicada el 26 de febrero por Página Siete cuando le preguntaron: “Pero entonces tú crees que sí hay un objetivo político al difundir la entrevista o al entregártela justamente un día antes del 21F”. Él respondió: “Creo que en ambos casos (el otro es el de la fecha de difusión de Carlos Valderde) puede haber intereses, creo; pero ahora pruébalo, ¿no ve?”.

Segundo punto: se mostró a la entrevistada, pero no al entrevistador, con el justificativo de que pidió se guardara su nombre en reserva y hasta se lo llamó a este último “fuente”, a pesar de que no se trataba de un caso en que la vida del mismo corriera peligro (único justificativo que podría usarse). Tercero: el Director tomó la decisión de comprar, editar y difundir una entrevista aparentemente sin el conocimiento de su personal, el mismo que terminó cuestionándole públicamente en el programa Anoticiando. Él alegó que editó la entrevista de una hora para reducirla a 18 minutos porque era larga y repetitiva; no presentó a la contraparte con la explicación de que no había tiempo porque, además, carnavales estaban cerca.

Sin embargo, aunque el caso de ATB ocasionó polémica y no faltará quien lo considere grave, se debe estar conscientes de que no es el único, porque continuamente se vulneran las normas éticas, con la diferencia de que aparentemente se lo hace más por motivos económicos y no necesariamente políticos. Un par de ejemplos: ¿Cuántos presentadores de noticias y periodistas, sobre todo deportivos y vinculados a “revistas matutinas”, mezclan la información con la publicidad en sus espacios? ¿Cuántos periódicos han publicado portadas falsas de un conocido banco, cediendo, de ese modo, algo tan vital a su imagen como es su identidad?

El problema de todas esas prácticas, ya sean movidas por política o por dinero, está en que ponen en tela de juicio la credibilidad ya deteriorada de periodistas y medios de información porque la población no es tonta.

Volviendo al caso Zapata, lo que más perjudicó y puso en vilo a la ética fue el hecho de que el caso nunca se terminó de investigar por motivos en los que no solo tuvieron que ver medios y periodistas. En esta caldera del diablo el origen mismo presentó problemas de inicio porque Carlos Valverde lanzó una noticia no blindada informativamente y donde incluyó frases como “tráfico de influencias” que, en ese momento, fueron pronunciadas por él, pero no probadas y luego terminaron siendo contaminadas por deficientes investigaciones, incluidas las legislativas. Luego, uno y otro, empezando por los mismos ministros traductores del Presidente, fueron metiendo la boca y tal vez la pata también. Por eso, algunos periodistas se quejaron de una especie de avalancha informativa en este caso, pero mayormente declarativa, frente a un escaso acceso a fuentes y documentos primarios, además de tiempo para indagar.

Y el discurso que sostuvieron los del Gobierno no solo fue interesado, sino reduccionista. Convirtió el problema en un constructo más fácil de manejar políticamente  y “digerir” por parte de las bases masistas a las que había que explicar el porqué de la derrota del 21 de febrero: la culpa la tuvo “El Cártel de la Mentira” articulado con los intereses del imperio. Al respecto, más allá de defender o atacar esta idea (no tenemos suficientes elementos de prueba para ello), tal vez debiéramos solo hacernos una pregunta de sentido común: si fuera así, ¿por qué el 95 por ciento de los medios del país no progubernamentales (incluidos canales de televisión y radios) no fue incluido en tal cártel si los que no trabajan desde La Paz por falta de corresponsales terminan publicando buena parte de lo enviado por ANF, agencia boliviana de noticias incluida por el Gobierno en “El Cártel de la Mentira”?

Por lo explicado, la antientrevista a Zapata debiera representar para los periodistas una oportunidad para la reflexión, porque así como una crisis puede ser el anuncio del final, también puede ser una oportunidad para la transformación. ¿Qué debiera diferenciar a un periodista de cualquier informante de hoy? La honestidad y una de las características de las antientrevistas es que carecen, ante los ojos de los que tienen acceso a las mismas, de este pilar estructurador básico y esencial del periodismo.