Juno es una adolescente de 16 años que quedó embarazada en su primera relación sexual. El padre del bebé es un chico despistado que no se entera mucho de lo que pasó. En esa situación inesperada y angustiosa, Juno decide hablar con su papá y su madrastra. Luego de momentos tensos, surge un consejo: “hay otras opciones”. Decide abortar, pero la angustia no desaparece.

Cuando va a la clínica abortiva, una compañera del colegio la recibe en la puerta con un cartel a favor de la vida. Y le habla de las uñas de su bebé. Una vez en la sala de espera, un lugar desagradable, Juno comienza a escuchar muy fuerte en su interior el ruido de las uñas de todos los presentes en la sala. Aturdida, sale corriendo. Este reconocimiento de la humanidad de la vida que se gesta en su vientre la lleva a abandonar la idea del aborto y ofrecer a su bebé en adopción. La historia sigue llena de contratiempos, pero llama la atención el hecho de que la guionista, llamada artísticamente Diablo Cody y lejos de una visión conservadora de la vida, ganó el premio Oscar a mejor guion por esta película en 2008. Y la actriz principal, Ellen Page —hoy públicamente lesbiana—, fue también nominada al Oscar. Este caso refleja una nueva sensibilidad sobre la vida por nacer en nuestro tiempo, luego de un siglo XX en el que la cultura proaborto no dejó de crecer. Desde distintos ámbitos culturales y sociales, comienza nuevamente a descubrirse que los niños y las niñas por nacer son los seres humanos más vulnerables y, si queremos ser una sociedad solidaria e inclusiva, debemos poner en el centro de nuestros cuidados y atenciones a los bebés y a las madres embarazadas en riesgo.

Latinoamérica promovió hasta hace poco una nueva mentalidad progresista respecto del aborto: los presidentes Cristina Kirchner, Tabaré Vázquez y Rafael Correa mostraron que la verdadera actitud progresista es cuidar a los vulnerables y desfavorecidos, y eso se concreta en cuidar a la madre vulnerable y a los niños y niñas por nacer. Ahora parecen retomar impulso ideologías abortistas que promulgan una falsa autonomía, fundada en perspectivas que provienen de mentalidades burguesas del Primer Mundo, y que no han dado resultados positivos en ningún país en vías de desarrollo.

El papa Francisco sostiene una constante actividad en favor de los vulnerables y los excluidos. Todos podemos recordar gestos y acciones recientes de Francisco para con los migrantes, los perseguidos y los refugiados. La Conferencia Episcopal Boliviana (CEB) recordó recientemente su discurso a los movimientos sociales en Santa Cruz, “en el que exhortaba a proteger y cuidar a los más vulnerables y llama a trabajar por la vida y la dignidad de todos, especialmente de los más pobres”. Por supuesto, Francisco ha hecho incontables declaraciones en contra del aborto. Entre ellas, recordemos palabras de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “entre esos débiles que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo”.

El proyecto de ley de Código del Sistema Penal, continúa el comunicado de la CEB, “introduce un elemento de colonización ideológica extranjera”; ésta no quiere la dignidad de todos los bolivianos, sino que busca poner condiciones a su dignidad, descartando a niños y niñas vulnerables por nacer y aceptando “la triste violencia del aborto como un supuesto camino para solucionar problemas sociales y económicos”. Sin embargo, el aborto solo trae violencia a la vida de las madres vulnerables y no soluciona nada, es un camino que lleva al callejón sin salida del dolor materno y al descarte de vidas inocentes.

La Iglesia boliviana repite con énfasis que no hay vidas manchadas desde el origen; ni por pobreza, ni por violación, ni por problemas de malformación genética. Toda vida humana es valiosa. Todos estamos llamados a acudir solidariamente en ayuda de las madres embarazadas en riesgo, en lugar de justificar la indiferencia de mirar para otro lado y condenar a las madres vulnerables a la violencia de un aborto.

El embarazo no es una enfermedad, sino una oportunidad para toda la sociedad: cuidar la vida, cuidar a las madres, darles ayuda social, educativa, económica, médica y psicológica, debería ser prioridad del Estado y de todos nosotros como pueblo, en lugar de estar pensando —como hicieron regímenes contrarios al pueblo— en seleccionar si los pobres deben o no nacer, en seleccionar personas humanas considerando que algunas están manchadas por su origen, declarándolas falladas.

Hay personas de buena voluntad que se han persuadido de que el aborto en algunos casos extremos puede constituir una medida humanitaria. Consideran, con acierto, que no es correcto que se deje a su suerte a la mujer gestante en crisis; que es una grave injusticia que tenga que enfrentar sola y sin ayuda su situación. Pero se equivocan al proponer como solución una auténtica tragedia que nadie desea ni celebra. Estamos de acuerdo con ellos en que hay que ofrecer a toda mujer embarazada en crisis el apoyo y las ayudas que necesita y a las que tiene derecho. Una sociedad que no hace nada por las madres en situación de extrema pobreza es una sociedad fracasada. Pero en lugar de truncarles la maternidad se les ha de ayudar a salir de la pobreza, como vemos que realizan tantas organizaciones de la Iglesia Católica y de otros credos cristianos, al igual que otras que no tienen adscripción religiosa.

Ojalá sintamos siempre rechazo a toda forma de violencia, especialmente la del aborto, que deja secuelas terribles en la madre y en las familias que tienen que vivir el síndrome postaborto con consecuencias en muchos casos irreparables. Esperemos que nuestras autoridades se dejen guiar por un principio de respeto a los derechos fundamentales y a la dignidad de todos, en especial el derecho a la vida. La construcción de la sociedad requiere un cambio de mentalidad, el pasar del utilitarismo a la solidaridad comunitaria, el poner en primer lugar a los más indefensos, promoviendo políticas que permitan superar las dificultades de pobreza y la exclusión, el machismo y la violencia contra la mujer, y a empoderar a las madres, especialmente si son jóvenes, para salir adelante y construir un futuro inclusivo.