Ascenso de la extrema derecha
La existencia de partidos de extrema derecha ya es paneuropea.
Desde 2014, al menos 20% del Parlamento europeo “está en manos de partidos más o menos extremistas de derecha, los más radicales”, destacó el estudioso del tema y periodista alemán Michael Ebmeyer, en el seminario “El ascenso de la nueva extrema derecha en Europa y América Latina”, organizado por la Vicepresidencia del Estado y la Fundación alemana FES (Friedrich Ebert Stiftung) esta semana. A fines de mayo de 2019, el europarlamento tendrá nuevas elecciones. “Difícil saber el futuro”, admite Ebmeyer en una plática con Animal Político, pero entre líneas reconoce que hay más razones para el pesimismo, o sea, que ese porcentaje aumente: “Hay mucha tendencia a echar el voto protesta en esa elección”; mucha gente no se ve representada por las instituciones europeas; a la Unión Europea se la ve como un organismo burocrático, extraño, “que no tiene mucho que ver con nuestra vida”, además de que “hay poca participación en las elecciones al Parlamento europeo”.
En el seminario, el director de FES-Bolivia, Philipp Kauppert, apuntaba que al margen de ver la política como el juego de poder, acaso haya que enfatizar también ahora en comprenderla como “un reflejo de la sociedad; entonces, el ascenso de esos actores de extrema derecha obviamente tiene su correspondencia en desarrollos en la sociedad”.
El problema de los últimos 10 años, señala Kauppert, es que dicho ascenso se ha vuelto ‘paneuropeo’: de los Estados de la Unión Europea, solo Portugal no tiene entre sus partidos a uno de extrema derecha. En tal sentido, el punto es analizar la experiencia europea como una “advertencia” para que eso no pase aquí, cómo saber reconocer en las actuales tendencias políticas, rasgos o similitudes de ‘extrema derecha’.
Al respecto, el historiador Benedicto Cuervo Álvarez (premio IPS al mejor artículo científico de historia, 2015) apunta siete rasgos de la extrema derecha europea: “1. La supremacía de su país sobre los demás (fuerte nacionalismo) y la oposición a políticas comunes; 2. Supresión de toda autonomía regional o federal pretendiendo la unificación política y administrativa de la nación; 3. Desprecio al sistema democrático del que se sirven para conseguir el poder y después acabar con él; 4. Empleo de manifestaciones violentas en la calle; 5. Odio hacia los inmigrantes, que consideran inferiores a los nacionales; 6. Supremacía del hombre sobre la mujer, relegando a ésta a un segundo plano; 7. Potenciar el militarismo e ir en contra de las ONG e instituciones pacifistas, ecologistas o simplemente solidarias con los más pobres”. Pudiendo añadirse, coinciden diversos analistas, la homofobia.
Ahora, si antiguamente la extrema derecha se caracterizaba por su antijudaísmo o antisemitismo (el nacismo), hoy día, destaca Ebmeyer, la principal comunidad contra la que se estrella es la islámica. “Se construye una imagen esperpéntica del islam, y se identifica a toda la gente de orígenes islámicos con tendencias radicales, el ISIS y otros movimientos extremistas dentro del Islam”.
Si bien un rasgo de la extrema derecha es el racismo y la xenofobia, en concreto el desprecio al migrante, ciertamente se ha “modernizado”, destaca Ebmeyer. Utilizando al propio Antonio Gramsci (líder e intelectual comunista italiano, 1891-1937), desarrolla en su exposición elementos de la “hegemonía cultural”. “Dentro de Alternativa para Alemania (AfD) (de extrema derecha), por ejemplo, hay muchos con una formación muy sistemática; hubo un trabajo de formación de funcionarios bastante exitoso”. De ahí que, cuenta el periodista, que lo que antes llamaban raza, ahora esgrimen como ‘cultura’. “Pero no es un concepto cultural abierto, es uno que solo sirve para sustituir el viejo concepto de raza”.
Parte de esa ‘modernización’ también es, por lo menos en el caso de la alemana AfD, el haberse alejado de la imagen neonazi, de la simbología de la antigua extrema derecha. Esto llevaría a pensar que también se deja el rasgo de activista violento. Ebmeyer no cree que esté disminuyendo el fenómeno de “ultraderechista violento; los seguidores de estos partidos en su mayoría son gente insegura, de tendencias conservadoras, que tiene miedo que su estilo de vida cambie o que no lo podrá mantener”.
Un tema que planteó la exministra de Autonomías Claudia Peña en el seminario fue la extrema derecha en gestión pública, la posibilidad real de materializar sus reivindicaciones, poniendo el caso de Donald Trump y la construcción de un muro a lo largo de la frontera con México. “En todos esos casos interviene la sociedad civil o las instituciones democráticas y le impiden llevar a cabo una política antidemocrática. Pero si vemos los casos de Hungría y Polonia, y son gobiernos que se han ido sucediendo, están consiguiendo acabar con la independencia de la justicia, de la educación en las universidades, con la libertad de prensa. Una respuesta fácil pero no del todo equivocada, es que esos países no llevan, como Estados Unidos, 200 años de tradición democrática, sino que son democracias poco consolidadas; en estos países les resulta más fácil a las fuerzas extremistas de saltar el margen democrático”.
En cuanto a la presencia global de la extrema derecha, si bien uno de sus rasgos es el nacionalismo, el encerrarse en su país, esto no debe llevar a creer que no haya vínculos internacionales, influencias globales.
Otro aspecto que Ebmeyer hace notar es que para el surgimiento de los grupos de extrema derecha, buena parte de la culpa la tienen los partidos tradicionales, “que perdieron el contacto con gran parte de electorado. Los parlamentos cada vez son menos representativos de la población; esto da la impresión de que la política ha perdido el contacto con las ‘personas normales’; hay una marcada desconfianza en lo político”.
En el continente americano, si hay dos gobiernos identificados como de extrema derecha, son el de Donald Trump (EEUU) y Jair Bolsonaro (Brasil). ¿Qué rasgo peculiar añade este último a las citadas características generales? “Lo nuevo de Bolsonaro, y creo que se puede aplicar a muchos movimientos de ultraderecha en Latinoamérica, es que hay un fondo religioso, sobre todo de cristianismo evangélico; eso en Europa apenas sucede”, concluye Ebmeyer.