Tres mitos a desmentir
Las elecciones son el medio que tenemos para repartir el poder de forma justa y pacífica
Foro de Análisis Político de la FES: “Elecciones 2021: el factor regional en la disputa política”
Bolivia está viviendo una de las etapas electorales más largas de su vida democrática. En octubre de 2018, Carlos Mesa anunciaba oficialmente su candidatura a las elecciones de 2019, inaugurando así una prolongada etapa electoral que finalizará en marzo de 2021. Tres años de campañas y elecciones marcadas por el escándalo, la violencia, la muerte y la incertidumbre. En este trajín electoral, en el vértigo que provoca la rapidez de los acontecimientos, el bombardeo de datos y las inestables coyunturas, nos vemos aún enfrentados al desafío de encarar el último hito de este larguísimo episodio electoral: las elecciones subnacionales ¿Qué lecciones podemos llevar de estos últimos tres años? Convendría comenzar por derribar algunos mitos.
Mito #1: El voto oveja
Mucho se especula en el discurso público acerca del “voto duro” o esa idea de que la gente “vota como oveja” según lo que le digan sus dirigentes sociales, los líderes de opinión o alguna otra figura de autoridad. Sin embargo, lo que caracteriza al comportamiento electoral boliviano es una relativa alta volatilidad del voto. Por ejemplo, en 2019, fue la aparición de un político totalmente nuevo lo que en verdad terminaría alterando el panorama electoral. Ese candidato fue Chi Hyun Chung. En solo dos meses, Chi fue capaz de hacer lo que políticos experimentados jamás pudieron hacer en toda su carrera política: obtener un 8% de votación. El grueso de la votación de Chi se concentró en la ciudad de El Alto, quizás por la extensa red de iglesias presbiterianas que existe ahí y de las cuales Chi es presidente. Algunos votantes que escogieron al MAS en las elecciones generales de 2014, decidieron apoyar a Chi en las de 2019; sin embargo, decidieron volver a entregarle su voto al MAS en las de 2020. Según los datos de la iniciativa #EBol20, de 7.6% de votos que el MAS ganó entre 2019 y 2020, 4,5% vinieron de Chi.
Algo muy similar ocurrió en Santa Cruz, otra región que cambió radicalmente su voto entre 2019 y 2020. Comunidad Ciudadana había ganado indiscutiblemente las elecciones en las zonas urbanas del departamento de Santa Cruz en 2019; sin embargo, ante la aparición de un candidato más carismático, CC perdió el voto cruceño. Muchos explican este cambio por el discurso de carácter regionalista de Camacho; sin embargo, en 2019 también estaba en carrera un consagrado político cruceño. ¿Por qué no logró Ortiz en 2019 lo que Camacho logró en 2020? Las razones que hayan motivado a estos cambios tanto en El Alto como en Santa Cruz son dignas de ser estudiadas con seriedad; sin embargo, son muestra clara de que el votante boliviano cambia de prioridades según el contexto, es flexible con su voto y no guarda profundas lealtades a ninguna sigla política.
Por otro lado, lo que está “en juego” durante unas elecciones nacionales no es lo mismo que en las subnacionales. Estas últimas tienden a ser más prácticas, más concentradas en gestión y menos en simbolismos. Por eso las elecciones generales son un mal predictor de las subnacionales, porque el voto es volátil y las elecciones difieren en naturaleza. Cometeríamos un gran error en asumir acríticamente que, si uno u otro partido político ganó las elecciones generales en un municipio, significaría que el mismo partido las ganará automáticamente en el mismo lugar.
Mito #2: Bolivia está dividida ideológicamente entre izquierda y derecha
Existen en Bolivia dos líneas que atraviesan este binario ideológico, casi vaciándolo de sentido. Estas son la identidad y la religión, dos elementos importantes al menos en estas dos últimas elecciones. Aunque en Bolivia la Constitución garantiza la separación
entre iglesia y Estado, esto no significa que haya una separación entre la política y la religión. Según la Encuesta Mundial de Valores realizada en 2017, 84,7% de la población boliviana declaró pertenecer a alguna religión. Cuando se preguntó la adscripción religiosa a personas que se autoidentificaban como indígenas, la pertenencia a iglesias protestantes sube ligeramente, un dato no menor si recordamos el “Efecto Chi” de 2019.
De la misma forma, 84,1% dice que la religión es muy o bastante importante en su vida. Queda pendiente un trabajo de investigación profundo en esta temática; por ejemplo, ¿qué ha llevado a quienes votaron por la izquierda a dar su voto a un candidato considerado el “Bolsonaro boliviano”? ¿Y por qué estos mismos volvieron a votar por el MAS un año después? O en el caso cruceño, ¿por qué habiendo candidatos de corte regional en 2019, Santa Cruz le dio su voto a CC para luego quitárselo un año después?
En este sentido, vendría muy bien recordar que las nociones de izquierda y derecha son una muy buena estrategia de marketing político. Ayudan a dividir bien el mercado al estilo “Pepsi vs. Coca Cola”. Pero la realidad es siempre más compleja y el comportamiento humano mucho menos consistente de lo que nos gustaría creer.
Mito #3: Las elecciones son una competencia
Después de tres años de dolorosos conflictos, es difícil ver a la democracia como otra cosa que no sea una despiadada competencia por el poder. Y es verdad que en eso se ha convertido. Pero no fue ese el diseño original. La democracia no es un juego de suma cero donde el que gana se lo lleva todo y el perdedor vuelve con las manos vacías, humillado y derrotado. Las elecciones son la herramienta que tenemos para repartir el poder de forma justa y pacífica. Por muy cursi que suene, en las elecciones todos ganan. En su justa medida. Esto no significa que nuestro sistema sea perfecto.
Necesitamos profundas transformaciones para acercarnos al ideal; pero la transformación urgente es de carácter cultural. Mientras sigamos viendo a las elecciones como un campo de batalla en una guerra por cooptar, monopolizar y excluir a los “perdedores” del poder, las elecciones continuarán siendo un simulacro de una democracia por la que siempre luchamos, pero de la que nunca disfrutamos.
(*) Ana Velasco es politóloga
(**) Tiene una maestría en Manejo de Conflictos Interculturales. Docente universitaria de Ciencias Políticas. Parte del proyecto de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia.