Mercado de trabajo y género
El mercado laboral no es una instancia que está al margen de muchas otras desigualdades
DIBUJO LIBRE
Entradas a la desigualdad de género en el trabajo. La desigualdad que experimentan las mujeres en el mercado de trabajo ha sido analizada desde distintas ópticas. Quizás la más conocida es aquella que se emplea en los estudios luego divulgados por agencias de Naciones Unidas que refieren a la “brecha salarial”. Esta ventana de entrada postula y muestra con datos que hay una propensión sistemática a pagar menos a las mujeres que a los hombres por el mismo trabajo. En otras palabras, el género se convierte en una variable que hace más valorable el trabajo de unos (hombres) en desmedro de las demás.
Esta perspectiva ha sido criticada tanto por especialistas en el tema como por activistas con interés en deslegitimar las reivindicaciones feministas. Las intenciones detrás de esta crítica son, por lo tanto, muy distintas; unas abogan por mayor precisión académica, otras, en cambio, se juegan a luchar por el sentido común e instalar la idea de que el mercado laboral es eficiente en sus asignaciones.
Una de las críticas contra la perspectiva de brecha salarial es que no se trata de que las mujeres ganen menos que los hombres, sino que trabajan en rubros distintos, en los que además se paga menos. Esto se relaciona con que a partir de la organización social de la diferencia sexual unos y otros cuerpos se conciben como aptos o con mayor inclinación a ciertas tareas. Ésta, antes que una determinación biológica, es una organización simbólica que hace aparecer como “natural” que unos tengan labores productivas y las otras se ocupen de tareas reproductivas. Aún si consideramos que toda la ideología sobre la diferencia sexual es construida socialmente, eso no significa que sus efectos en el mercado de trabajo no sean igualmente muy concretos. ¿Qué forma toma esto en el mercado de trabajo boliviano?
Otra crítica que se ha esgrimido a la hora de entender las diferencias en el mundo laboral señala que no hay —o es menor— la diferencia entre hombres y mujeres en cuanto al ingreso que perciben. Lo que existe en realidad es una variable omitida en el análisis que explica de manera más cabal esas diferencias: la educación. El argumento sostiene que lo que se paga más en el mercado de trabajo es la mayor calificación de unos actores, pero resulta que hay una fracción más amplia de hombres que tienen titulaciones respecto de las mujeres. La desigualdad, por lo tanto, no vendría del mercado de trabajo, sino, del ámbito de la educación, donde el logro masculino sería mayor ¿Corroboran esto los datos disponibles en el país?
Datos de una cancha inclinada.
Vamos a sintetizar algunos datos centrales que trabajamos a partir de la Encuesta Nacional de Hogares de 2019 en el marco de la investigación “Hacia un modelo de estructura de clases sociales en Bolivia” que el autor desarrolla en el Instituto de Investigaciones Sociológicas (IDIS UMSA). Los datos permiten dimensionar la desigualdad de género en el mercado de trabajo, apuntando a que no hay razones de fondo para creer que estos números hayan variado sustancialmente hasta el presente. El punto de corte que divide al 50% que gana más del 50% que gana menos se sitúa, para el conjunto de la población, en Bs 2.515. Quien gana Bs 2.516 es parte de la mitad que le va mejor. Cuando pensamos ese punto de corte según género, el corte que divide a las mitades más y menos privilegiadas de los hombres se sitúa en Bs 2.940, mientras que el mismo punto para las mujeres se sitúa en Bs 2.000. Esto refleja que la mitad menos beneficiada de las mujeres en el mercado de trabajo está en condiciones más precarias que los hombres. A esta altura de los estudios sobre mercados laborales y género, esto no es novedoso, sin embargo es igualmente engorroso que todavía se niegue esta realidad. Pero conviene examinar algunos otros datos considerando las objeciones consideradas en la sección anterior.
La Encuesta Nacional de Hogares contiene una clasificación de grupos ocupacionales (10 grupos agregados por la semejanza de sus tareas). Al ver la composición de género de los grupos ocupacionales se verifica que los hay los más y los menos masculinizados. Los trabajadores del servicio y el comercio son mayoritariamente mujeres (71,5% vs. 28,5%) igual que las empleadas de oficina (56,4% vs. 43,6) y las trabajadoras no calificadas (57% vs. 43%). En cambio, los directivos y ejecutivos son mayormente hombres (68,8% vs. 31,2%) al igual que los trabajadores de las manufacturas y los operadores de maquinarias (76,7% vs. 23,3% y 97,5% vs. 2,5% respectivamente). Que ciertos trabajos pesados sean propios de hombres y la venta y servicios tengan más proporción de mujeres son señales de la organización de género en el trabajo. Que los cargos jerárquicos sean ocupados dos de cada tres por hombres también es significativo, aunque dudo que alguien se anime a justificar que los hombres son mejores dirigiendo, el hecho es que en la práctica se actúa así.
Los grupos ocupacionales se conforman más o menos masculinizados; sin embargo, es de notar que en ninguna de estas agregaciones las mujeres ganan más que los hombres en promedio. La diferencia más pequeña en ingresos promedio se da entre los técnicos medios, donde los hombres ganan Bs 400. Así, las mujeres ganan el 90% de lo que ganan los hombres. Entre los trabajadores de las manufacturas y de la construcción se encuentra la brecha más grande, donde las mujeres ganan el 54% de sus pares masculinos.
En cuanto a la educación, en casi todos los grupos las mujeres tienen promedios muy semejantes cuando no incluso mayores en esta variable, salvo por el grupo de Constructores y manufactureros. Teniendo promedios educativos semejantes de todos modos las mujeres ganan menos. En ese sentido hay que rechazar que lo que funcione como discriminador en el mercado de trabajo sea la educación antes que el género.
La desigualdad en el mercado de trabajo es una realidad patente. Hay muchas indagaciones más que hacer sobre la fisonomía de esta desigualdad, pero resulta nefasto tratar de negarla. Ante el sesgo ideológico que pretende contener el ascenso de las luchas feministas, es necesario reiterar las veces que sea necesario y mostrar la evidencia que sea pertinente, que el mercado de trabajo no es una instancia al margen de otras desigualdades y que, de hecho, debe ser objeto de políticas públicas.
(*) IDIS, Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”, dependiente de la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA).
(*)Eduardo Paz G. es sociólogo, investigador del IDIS (*)