El Punto sobre la i
La política mundial dio un giro a partir de la década de 2010, dejando en el retrovisor las certidumbres que ofrecían las viejas ideologías del Siglo XX. Nuevos movimientos se vienen conformando desde todas partes del espectro político. Destacan en ese panorama, de manera particular, los conservadurismos radicales o nuevas derechas, que hoy pululan por el mundo y se marchan a paso de parada rumbo a las próximas elecciones europeas.
Como decía Walter Benjamin, detrás de cada fascismo hay una revolución fallida. No se ha cumplido ni la promesa liberal ni la socialista y lo que se observa es la reacción frente a esto.
No se trata meramente de grupos agitados en las calles. Líderes de extrema derecha están al mando de países como Italia, Hungría, Argentina, India, Países Bajos, entre otros. Trump se apresta a volver a la Casa Blanca, frente a un alicaído Biden.
Según Michael C. Williams, internacionalista y coautor del libro “World of the right: radical conservatism and global order” (Mundo de la derecha: conservadurismo radical y orden mundial, 2024), “la derecha contemporánea es nacionalista, es local, pero también es global. Y es global tanto conceptual como organizativamente”.
En criterio del académico, para comprender el fenómeno, primero que nada, hay que despejar algunos prejuicios que se tienen frente a estos grupos. “Se tiene la idea que, de algún modo, todo esto es sólo una cuestión de tecnología, internet, la era digital y todo ese tipo de cosas. Sin duda, pero eso no es suficiente. La segunda es que todo esto es sólo económico. Esto es, la narrativa de que los grandes sucios se están levantando contra sus señores supremos, en una especie de repetición de horcas medievales y gente portando antorchas. El tercer prejuicio que tenemos que superar es, y este es el que más se da en la universidad, lamentablemente, que la derecha es estúpida. Que estos son básicamente un grupo de vagabundos que deambulan haciendo cosas terribles. El problema con esto es que, si bien esos tres elementos capturan ciertas cosas sobre la derecha contemporánea, en realidad no capturan gran parte de lo que está sucediendo, lo cual creemos que es mucho más complicado y, de hecho, en un nivel, es mucho más sofisticado”.
“Es un proyecto que lleva ya unos 50 años en marcha. Intentamos rastrearlo a través de un dato que probablemente no se esperaría. Se trata de un marxista italiano fallecido hace mucho tiempo llamado Antonio Gramsci”.
Williams explica la idea gramsciana de que “el poder político nunca fue simplemente una cuestión de coerción. Siempre fue una combinación de coerción y consentimiento. Y que en este proceso de producción del consentimiento la cultura era vital. Por tanto, cualquier orden hegemónico dependía de una comprensión del mundo que se había naturalizado. Y lo que era crucial, por lo tanto, para cualquier orden contrahegemónico era comprender la naturaleza de su enemigo, para poder crear una estrategia contrahegemónica; un mundo intelectual y un conjunto de instituciones contrahegemónicas. Esto es lo que, allá por los años 1970, el pensador francés de extrema derecha Dominique Venner llamó un gramscianismo de derecha. Y eso es lo que intentamos rastrear aquí y la forma en que se ha globalizado”.
“Un argumento es, efectivamente, que este gramscianismo de la derecha depende de un argumento central sobre la política contemporánea, la vida social y, de hecho, la globalización. Y es que el mundo en el que vivimos es un mundo dominado por el gerencialismo. ¿Qué entendemos por gerencialismo? El gerencialismo es una idea antigua. Proviene de la izquierda de la década de 1920 y de la izquierda antiestalinista, pero en realidad es más adoptado por miembros de la derecha estadounidense como James Burnham en la década de 1950. Y es la idea de que el siglo XX es el siglo del gobierno de los expertos, que cada vez más, el mundo está dominado por una clase de expertos, técnicos”.
“Una de las cosas cruciales en la globalización de la derecha es la forma en que ha podido trazar lo que Gramsci llamó equivalencias, entre posiciones en todo el mundo frente a esta nueva clase gerencial global. Y es esta oposición a ellos la que realmente proporciona uno de los fundamentos conceptuales centrales de la derecha contemporánea y uno de los principales dispositivos de movilización”.
Rita Abrahamsen es igualmente internacionalista y coautora del citado libro. Ella indica que, “en términos del proyecto civilizacional, lo que podríamos decir es que lo que cree la derecha radical es que el mundo está formado por diferentes culturas o diferentes civilizaciones. Y ese es realmente el verdadero valor del mundo: sus civilizaciones, sus culturas. Y lo que ha hecho el liberalismo global es aplanar y arruinar todo eso. Por eso quiere y busca un mundo más civilizado. Las civilizaciones son entonces inconmensurables, son incompatibles, pero ninguna es universal, ninguna es superior. Todos son iguales pero diferentes. Y esto les permite hacer alianzas, esas equivalencias transversales de Gramsci, les permite hacer alianzas con personas que también sienten que sus culturas están siendo destruidas o arruinadas por el universalismo liberal”.
“Sobre la multipolaridad, lo que ellos creen no es la multipolaridad de unidades similares y una especie de equilibrio de poder. Se trata de una multipolaridad de estados civilizacionales o regiones civilizacionales. Así tendríamos un mundo formado por diferentes culturas, diferentes civilizaciones que cooperarían cuando fuera necesario. Pero no avanzaríamos hacia un mundo en el que todos acabarían suscribiéndose a la misma cultura o los mismos valores”.
Es evidente la intención que tienen con esto las nuevas derechas: cada quien en su región, sin grandes flujos migratorios que pongan en cuestión las narrativas nacionalistas donde anclan sus repertorios.
Lo señalado por los dos académicos estudiosos del tema de los conservadurismos radicales o extremas derechas emergentes permite hacerse una idea del estado de la cuestión. Ahora bien, ¿qué pasa con estos movimientos en nuestro país? Claramente, hay actores que intentan representar esto en Bolivia, aunque actualmente con una audiencia limitada.
Llevamos nuestra consulta al respecto al politólogo tarijeño Carlos Saavedra. Desde su perspectiva, “en el caso boliviano, el proyecto que se impuso a la derecha tradicional y representó la corriente de nueva extrema derecha que se posicionó a nivel regional fue aquel liderado por Luis Fernando Camacho”.
“El camachismo en su momento tuvo una virtud y un gran defecto. Como virtud tuvo la capacidad de simbolizar el espíritu de rebeldía ante el error histórico político de Evo Morales de repostularse el 2019 a pesar de su derrota el 21 de febrero del 2016. Camacho, con la gorra atrás, andando en moto, liderando masas con un fuerte simbolismo religioso que lo mostró como casi mesiánico tuvo la capacidad de tomar las banderas de la rebeldía y hacer clic con los jóvenes que no se sentían representados en la derecha conservadora boliviana”.
“Uno de los grandes defectos políticos que tuvo el camachismo fue que su sentimiento nacionalista fue muy regional; Camacho como líder político logró representar la Santa Cruz tradicional, que era la que detentaba la hegemonía política local, pero jamás fue capaz de trascender el espacio territorial del cruceñismo para abrazar el sentimiento nacionalista boliviano. Esa mirada muy localista de la política le impidió a Camacho constituir un proyecto de poder nacional que haga frente al MAS y desplace a las derechas conservadoras y tradicionales”.
El politólogo añade que “Camacho no tuvo la capacidad de articular, de verdad con los movimientos de rebeldía de nueva derecha en los distintos departamentos del país para hacer de su liderazgo y de su proyecto político un movimiento nacional”.
“En el escenario política actual, pareciera que el espacio de una nueva derecha 2.0 está vacío y son las expresiones tradicionales las que intentan ocupar, por el momento sin éxito ese espacio que el camachismo dejó”, concluye Saavedra.
(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político