Tuesday 30 Apr 2024 | Actualizado a 20:47 PM

Una vida dedicada a la historia del arte

El lunes se presentaron los tres volúmenes de la ‘Historia del arte en Bolivia’ de Teresa Gisbert y del fallecido José de Mesa. Este texto se leyó en la oportunidad

/ 23 de diciembre de 2012 / 04:00

Historia del arte en Bolivia es una obra extensa, desarrollada en tres tomos y, en palabras de la autora, es también una recapitulación de la importante labor desarrollada por José de Mesa y Teresa Gisbert a lo largo de 60 años. Son tres textos para saldar cuentas con la vida, con todo ese tiempo compartido que fue íntegramente dedicado al estudio del arte en nuestro país. Por tal motivo, esta obra requiere una doble presentación. Primero, repasaré académicamente el texto y luego me atreveré a reflexionar sobre la importancia de los arquitectos Mesa y Gisbert en la cultura boliviana.

Historia del arte en Bolivia es un trabajo académico que, sin recurrir a un orden alfabético, se puede definir como un compendio enciclopédico. Un estudio panorámico desarrollado sobre la base de los libros, investigaciones y monografías ya publicados o en proceso de los arquitectos-historiadores. En tal línea, la obra debe ser neutral, objetiva y, de ser posible, acrítica para conservar el interés universal y atemporal de toda obra de consulta permanente para el desarrollo de futuras investigaciones.

Por su naturaleza, sólo un trabajo perseverante y tesonero de síntesis puede decantar y resumir la enorme información documental y gráfica que fue atesorada por los autores. En esa formidable tarea y, considerando que ahora la historia se escribe también con imágenes, Historia del arte en Bolivia presenta una renovación de imágenes que dan muestra del desafío que fue revisar el enorme registro fotográfico personal, acumulado en interminables viajes por el territorio nacional. Este esfuerzo de recapitulación fue casi una tarea personal de la arquitecta Gisbert. Esfuerzo que sólo recibió la colaboración familiar en dos capítulos que se acreditan como corresponde.

GRÁFICA. Siguiendo los razonamientos del historiador catalán Palos, la edición de una Historia del arte en Bolivia con renovada gráfica estaría en el cambio que están tomando los estudios históricos del arte hacia la llamada cultura visual. Por ello es importante conocer sobre las metodologías y técnicas de trabajo empleadas por la autora en ese archivo gráfico y con ello, comenzar a desarrollar una “hermenéutica histórica de datos visuales”, una manera muy particular de trabajo, ideal para nuestro medio porque evita técnicas enrevesadas y los amasijos de la interdisciplinariedad.

Recurrir a las imágenes va más allá que simplemente ilustrar un texto. Construye cultura visual y, con ella, cada lector realiza una particular y personal “lectura estética” de nuestro pasado artístico. A partir de ahí, el texto nos envuelve entre el dictado académico de los autores y esa visión particularizada, culturalmente diversa, de  cada persona.  

Escindida en tres partes, Historia del arte en Bolivia tiene una periodización conservadora: el período prehispánico, el colonial, republicano y los tiempos modernos. Está llevada, sobre todo, por metodologías emergentes de los análisis formal, estilístico e  iconográfico. Cada tomo comienza con una contextualización histórica general y con una particular correspondiente a cada período. Pasaré a reseñar brevemente cada tomo, mencionando algunos temas de interés y apego personal para motivar su lectura.

El primer libro está dedicado al período prehispánico desde las remotas migraciones hasta la ocupación inca. En ese ciclo histórico cada tiempo tiene su contextualización social, productiva y de técnicas, ya sea para épocas tan importantes como Tiwanaku como para el difícil momento histórico de los collas. La odisea del arte boliviano comienza con la monumentalidad del sitio arqueológico y sus obras de arte de formato menor, viaja por los chullpares de la región de Carangas y el excepcional arte mural policromado de los chullpares de Willa Kollu.

CHIPAYA. En este tomo inicial de Historia del arte en Bolivia se presenta la experiencia urbana chipaya. Esa interpretación sirve a la autora para poner en contexto al arte, insertándolo en las ciudades que lo acunaron.

En el período inca, el tomo lleva una imagen de página completa, del dibujo del cronista indio Juan Santa Cruz Pachacuti de la cosmogonía del Coricancha, imagen tan revisitada y manoseada por la inventiva de algunas creencias contemporáneas.

Del oriente boliviano, los vestigios milenarios de camellones, plataformas y círculos son, a mi juicio, como muestras de un land art milenario, pero de una gran actualidad.

Hacia el final del período, se presenta el torso femenino del museo de Chuchini, en el Beni, cuya fecha de datación sorprende y que, como lo mencioné en otra oportunidad, es una obra maestra y cumbre del arte boliviano.

El tomo concluye con el estudio del arte textil, un hito de nuestra capacidad creativa y técnica. En esa sección aprendemos, tanto de la iconografía, de los elementos, como de la relación intrínseca entre la estructura del textil y el entorno físico, entre el hombre y su sitio, una lección histórica de un arte con identidad y apego.

El segundo tomo del período virreinal es el de mayor densidad documental y reflexiva. Se inicia con el estudio del urbanismo del siglo XVI al XVIII. El desarrollo de las artes se contextualiza con las reducciones del Virrey Toledo y la pervivencia prehispánica en los trazados urbanos. Ese cruce cultural de dos vertientes urbanas y arquitectónicas dio frutos en la incorporación de la espacialidad prehispánica en la arquitectura: atrios, pozas y capillas abiertas.

Un tema medular de este tomo es el concepto del estilo mestizo, plasmación histórica de los autores. Este tema fundamental se lo presenta junto al de la arquitectura simbólica. En su revisión emergen cuestionamientos base: cómo incorporamos en los Andes bolivianos decoraciones reminiscentes sobre estructuras europeas, cómo ligamos cosmovisiones de sirenas del humanismo pagano con el dios Tunupa del lago o cómo desarrollamos el Templo de Salomón, búsqueda utópica y universal, en el remoto sitio de Manquiri.

ORIENTE. Sobre la arquitectura del oriente, Historia del arte en Bolivia desarrolla las misiones de Moxos y Chiquitos. Las plantas de estas iglesias misionales tienen parentescos geométricos con los templos griegos y, algo digno de destacar, la estructura de cubierta está liberada de los muros como en un edificio de la modernidad.

Este viaje por el arte boliviano continúa con el enorme aporte de los arquitectos Mesa y Gisbert sobre la pintura virreinal y con él se establecen nuevos vínculos entre las culturas originarias y las invasoras. El tomo narra de mundos opuestos y complementarios en la obra de artistas rutilantes como Gregorio Gamarra o el mítico Melchor Pérez de Holguín. También nos ilustra de la simbiosis iconográfica en obras monumentales como la serie de las Postrimerías de López de los Ríos en la localidad lacustre de Carabuco, con figuras infernales y celestiales, con Tunupa el santo y la persistente revancha indígena del Taqui-Oncoy.

La importante pintura mural del período se ilustra con ejemplos significativos como Curahuara de Carangas y también con obras de menor formato como la pequeña iglesia de Tomarapi a las faldas del Sajama.

Otro capítulo importante del tomo es el dedicado a la iconografía andina en el que se relata el sincretismo artístico de dioses trinos o tricéfalos, de dualidades entreveradas como Illapa y el apóstol Santiago, de conjunciones entre María y los apus en las Virgen Cerro o de las relaciones entre Tunupa y las sirenas. No-sotros y los otros amalgamados en nuestro arte que demuestra que es posible un encuentro.

El tercer tomo continúa este viaje por el arte boliviano con el análisis urbano de las principales ciudades en la época republicana. El naciente Estado boliviano tiene en la arquitectura y el arte popular de santeros y retablos sus puntos más sobresalientes. En esta sección, la obra incluye el desarrollo histórico e iconográfico de dos temas que son, en la actualidad, gravitantes en nuestra identidad y en la cultura boliviana en general: la máscara y la fiesta.

El arte del siglo XX a la fecha está básicamente dividido por el proceso revolucionario del año 1952. En la primera etapa la pintura va de la mano de Guzmán de Rojas y de Arturo Borda, entre ese indigenismo rural y el simbolismo del sujeto urbano.

La segunda parte del siglo XX se completa con las expresiones de los actuales tiempos políticos y sociales del nuevo siglo, momentos tan confusos como inesperados. Por ello, y como me mencionaba en alguna oportunidad el arquitecto Mesa, son tiempos que no tienen la distancia histórica que avala y allana la tarea de selección histórica. Quizá aquí, el recuento de algunos autores y obras  sea susceptible de purgas y adiciones.

Pero a su vez, debo resaltar que en este tomo de Historia del arte en Bolivia se actualizan los conceptos de arte y se los amplía como reclama la diversidad de los tiempos actuales. Se dedica una sección al concepto del sistema de las artes con datos sobre los historiadores, críticos y galerías, como también se incluyen dos capítulos dedicados al estudio del nuevo concepto de artes visuales con el cine, la fotografía, las instalaciones y otros. Con ello, Historia del arte en Bolivia renueva anteriores entregas y da cuenta que el arte, como todo constructo humano, muta y viaja con destinos insospechados.

Mencionaba al principio que me atreveré a formular un concepto sobre la obra académica de Mesa y Gisbert. Como la obra tiende a compendiar el trabajo de toda una vida y es, sin duda alguna, un legado importante para la historiografía del arte boliviano, por qué no ejercitar un balance.

Personalmente tengo la convicción que la historia, y en este caso del arte, legitima procesos y obras. Con ese sesgo en mente, puedo afirmar que la historia es la formulación de una postura ideológica, una toma de posición que puede estar subyacente o ser manifiesta. Es, por ello, una forma de poder. Un poder que se distingue de las formas aviesas y retorcidas del poder político por la naturaleza universal y atemporal del sujeto de estudio: el arte.

MESTIZAJE. En esa línea de pensamiento creo que la obra de vida de Mesa y Gisbert es un manifiesto, claro y contundente, por el mestizaje en nuestro país. Un  mestizaje como simbiosis de razas y culturas que encuentran en el arte el terreno propicio para manifestar su potencia; porque es ahí, en ese suelo fértil del genio humano, donde se cultiva la creatividad más insospechada.

Un aporte académico en ese sentido no es menor. Aquí y ahora, el tema del mestizaje se debate con tensiones enriquecedoras, pero también con subterfugios inaceptables; así, intensamente, estamos definiendo el destino cultural de este país.

En este debate, la obra de Mesa y Gisbert es un manifiesto artístico de esencia mestiza que, a mi parecer, no tiene aún parangón ni oposición académica solvente. Es una fuerza hegemónica, culturalmente benéfica e imprescindible, que nos legan como un ejemplo del valor de dos vidas dedicadas al arte.

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‘Borda 1883-1953’

Fragmento de la presentación del libro, leído por el arquitecto Carlos Villagómez.

/ 16 de mayo de 2018 / 05:13

El libro Borda 1883-1953 tiene la virtud de ser un texto académico. Es decir, es un libro de consulta que perdurará en el tiempo como los otros cuatro textos de la autoría de Pedro Querejazu. Para la historiografía del arte boliviano este logro no es un detalle menor, y menos, un recurso fácil. Estos libros serán consultados por expertos y neófitos por mucho tiempo porque poseen una cualidad: es una historia del arte bien consistente y sustentada que evita las subjetividades. Datos, imágenes, fotografías, documentos avalan lo descrito en cada capítulo. Diría que Borda 1883-1953 sigue la metodología de Erwin Panofsky y sus tres fases de investigación: la descripción previa del contexto y datos fácticos; el análisis iconográfico o análisis descriptivo de las imágenes, en una palabra: lo evidente; y por último el análisis iconológico, donde se debe dilucidar lo subyacente. Pienso que se evitó ahondar sobre este último desarrollo ante lo inasible del artista. Y como decía Moholy-Nagy, es mejor quedarse en “la higiene de lo óptico, en la salud de lo visible”. Considero lúcida esta decisión, que sin embargo, si se lee adecuadamente, se completa en la parte final del libro con ensayos literarios de lo subyacente al final del libro.

Por todo ello, Querejazu puntualiza que el libro es: “una relación razonada desde la historia del arte, para deconstruir y reconstruir los mitos y poner en valor una extensa obra para el mañana”.

Borda 1883-1953 tiene dos partes fundamentales y una intermedia. La primera versa sobre la vida del artista, su época y su obra pictórica, (…); la segunda, sobre la producción literaria de Borda, que incluye los ensayos de Claudia Pardo, Omar Rocha y Jessica Freudenthal sobre el libro El Loco (1966). La parte intermedia, que es tan importante como las otras, está dedicada al dibujo de su Álbum de Anatomía y al cuaderno de la Guerra del Chaco, también comentada por Lucía Querejazu.

A pesar de ese seccionamiento en tres áreas al inmenso trabajo de AB el texto incluye, en su debido momento, las otras facetas de un artista prolífico y multifacético. AB fue pintor, actor, hizo teatro, fue director de cine, productor de cine, poeta, novelista, político, periodista, dibujante, caricaturista y, consta en algún documento, hasta escultor y docente. Un artista multipropósito con una vida personal intensa como pocas. Al respecto de sus múltiples expresiones, Borda declaró: “Cada cosa sirve para exteriorizar la ilusión o el ansia”. Por la pluralidad de esa obra y pensamiento, podría afirmar que Borda es un visionario de las tendencias actuales que patrocinan al artista polifacético.

Con la corrección propia de un texto académico, Lucía Querejazu contextualiza históricamente la época, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Un tiempo pleno de creaciones y destrucciones: dos guerras mundiales, dos guerras regionales, el cambio de la ciudad de La Paz a sede de gobierno, culminando con la Revolución del 52. Un periodo colmado de sangre y esperanza. Arturo Calixto Borda nació un 18 de octubre de 1883.

La publicación establece tres periodos en la obra del artista: de 1902 a 1920 con obras emblemáticas como El Filicidio y El Yatiri. De 1920 a 1940 con mayor énfasis en paisajes. Y de 1940 a 1953, los años finales con obras como el retrato de sus padres y la Crítica de los ismos y El triunfo del arte clásico. Como muchos sabemos, todas estas etapas se trabajaron en medio de una vida personal intensa y descontrolada (…). Para entender un poco lo que es la vida de un artista sin límites ni miramientos, repasemos una línea del poema que Jaime Saenz le dedicó a Borda: “Dios bebe y se emborracha cada vez que produce belleza”.

Para organizar la extensa obra pictórica, Querejazu se vale del recurso de las familias temáticas. Es una táctica, permítanme la definición, de taxonomía pictórica, que ayuda a organizar los criterios del historiador y a contextualizarlos con referencias particulares. Así se establecen nueve familias temáticas: obras tempranas, bodegones, paisajes, obras costumbristas, figura humana, alegorías, retratos, obras emblemáticas y obras finales. Los críticos de arte y/o de literatura supondrán que ese seccionamiento debilita la esencia de la obra de un artista inclasificable e impulsivo que, en palabras del crítico Toro Moreno, “era un océano sin inquietudes de estilización”. Pero reitero, se trata de un hilo establecido con conocimiento de causa, un hilo trazado por una metodología de la historia del arte todavía vigente (…).

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El libro Borda 1883-1953 tiene la virtud de ser un texto académico. Es decir, es un libro de consulta que perdurará en el tiempo como los otros cuatro textos de la autoría de Pedro Querejazu. Para la historiografía del arte boliviano este logro no es un detalle menor, y menos, un recurso fácil. Estos libros serán consultados por expertos y neófitos por mucho tiempo porque poseen una cualidad: es una historia del arte bien consistente y sustentada que evita las subjetividades. Datos, imágenes, fotografías, documentos avalan lo descrito en cada capítulo. Diría que Borda 1883-1953 sigue la metodología de Erwin Panofsky y sus tres fases de investigación: la descripción previa del contexto y datos fácticos; el análisis iconográfico o análisis descriptivo de las imágenes, en una palabra: lo evidente; y por último el análisis iconológico, donde se debe dilucidar lo subyacente. Pienso que se evitó ahondar sobre este último desarrollo ante lo inasible del artista. Y como decía Moholy-Nagy, es mejor quedarse en “la higiene de lo óptico, en la salud de lo visible”. Considero lúcida esta decisión, que sin embargo, si se lee adecuadamente, se completa en la parte final del libro con ensayos literarios de lo subyacente al final del libro.

Por todo ello, Querejazu puntualiza que el libro es: “una relación razonada desde la historia del arte, para deconstruir y reconstruir los mitos y poner en valor una extensa obra para el mañana”.

Borda 1883-1953 tiene dos partes fundamentales y una intermedia. La primera versa sobre la vida del artista, su época y su obra pictórica, (…); la segunda, sobre la producción literaria de Borda, que incluye los ensayos de Claudia Pardo, Omar Rocha y Jessica Freudenthal sobre el libro El Loco (1966). La parte intermedia, que es tan importante como las otras, está dedicada al dibujo de su Álbum de Anatomía y al cuaderno de la Guerra del Chaco, también comentada por Lucía Querejazu.

A pesar de ese seccionamiento en tres áreas al inmenso trabajo de AB el texto incluye, en su debido momento, las otras facetas de un artista prolífico y multifacético. AB fue pintor, actor, hizo teatro, fue director de cine, productor de cine, poeta, novelista, político, periodista, dibujante, caricaturista y, consta en algún documento, hasta escultor y docente. Un artista multipropósito con una vida personal intensa como pocas. Al respecto de sus múltiples expresiones, Borda declaró: “Cada cosa sirve para exteriorizar la ilusión o el ansia”. Por la pluralidad de esa obra y pensamiento, podría afirmar que Borda es un visionario de las tendencias actuales que patrocinan al artista polifacético.

Con la corrección propia de un texto académico, Lucía Querejazu contextualiza históricamente la época, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Un tiempo pleno de creaciones y destrucciones: dos guerras mundiales, dos guerras regionales, el cambio de la ciudad de La Paz a sede de gobierno, culminando con la Revolución del 52. Un periodo colmado de sangre y esperanza. Arturo Calixto Borda nació un 18 de octubre de 1883.

La publicación establece tres periodos en la obra del artista: de 1902 a 1920 con obras emblemáticas como El Filicidio y El Yatiri. De 1920 a 1940 con mayor énfasis en paisajes. Y de 1940 a 1953, los años finales con obras como el retrato de sus padres y la Crítica de los ismos y El triunfo del arte clásico. Como muchos sabemos, todas estas etapas se trabajaron en medio de una vida personal intensa y descontrolada (…). Para entender un poco lo que es la vida de un artista sin límites ni miramientos, repasemos una línea del poema que Jaime Saenz le dedicó a Borda: “Dios bebe y se emborracha cada vez que produce belleza”.

Para organizar la extensa obra pictórica, Querejazu se vale del recurso de las familias temáticas. Es una táctica, permítanme la definición, de taxonomía pictórica, que ayuda a organizar los criterios del historiador y a contextualizarlos con referencias particulares. Así se establecen nueve familias temáticas: obras tempranas, bodegones, paisajes, obras costumbristas, figura humana, alegorías, retratos, obras emblemáticas y obras finales. Los críticos de arte y/o de literatura supondrán que ese seccionamiento debilita la esencia de la obra de un artista inclasificable e impulsivo que, en palabras del crítico Toro Moreno, “era un océano sin inquietudes de estilización”. Pero reitero, se trata de un hilo establecido con conocimiento de causa, un hilo trazado por una metodología de la historia del arte todavía vigente (…).

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La 13

/ 27 de agosto de 2017 / 04:00

La decimotercera Bienal de Arquitectura Boliviana se inaugura en La Paz en octubre con la participación de invitados especiales y con varias actividades organizadas por un grupo de jóvenes profesionales encabezados por Fernando Martínez. Es un esfuerzo mayúsculo, de una joven generación de arquitectos y arquitectas, con tímidos apoyos institucionales, que busca visibilizar el oficio de la arquitectura y el pensamiento de muchos profesionales en un medio tan mezquino para la arquitectura como el nuestro.

En tiempos en que la arquitectura está viviendo un descrédito internacional por diversos factores (la caída de los relatos de la modernidad, los excesos del sistema startarchitect, o por la indiferencia estatal en década y media de bonanza sin obras arquitectónicas relevantes), uno se pregunta sobre la pertinencia de realizar una bienal sobre este oficio equívoco de arte, técnica y compromiso social. A pesar de ello, un reducido grupo generacional decidió llevar adelante el desafío ideando una nueva identidad-bienal que, creo, debe ser apuntalada por todos nosotros.

Las bienales de arquitectura se gestan de dos formas. O como un espacio neutro para el lucimiento de estrellas invitadas con las selfies de rigor, o como una arena de confrontación y diálogo que, pienso, es la idea central para esta nueva bienal. En suma, se trata de situar la esencia sobre la apariencia en una línea paralela al concepto de Ivo Mesquita para la Bienal de Arte de Sao Paulo en 2008.

Para llevar a buen término este concepto deben concentrarse los esfuerzos hacia: prolongar el efecto bienal más allá del mes de octubre (en esa línea, se están realizando pre-bienales de significativo efecto multiplicador); configurar con los invitados un espacio de producción cultural antes que una simple exposición de obras rutilantes; avivar al interior del gremio el debate sobre nuestro contexto versus las otras realidades internacionales; incorporar en acciones colectivas las categorías medioambientales y/o sociales del oficio; generar laboratorios de mediación para promover nuestro quehacer tanto a nivel estatal como al público en general. En pocas palabras, la Bienal 13 debe promover, con operaciones colectivas, más debate y reflexión que las meras imágenes de un divo o una diva.

Pensar que el ejercicio intelectual se puede despertar en las nuevas generaciones no es una utopía trasnochada; y de lograr las metas mencionadas en el anterior párrafo, este grupo generacional habrá consolidado el objetivo mayor del nuevo milenio: lograr la empatía social entre nuestro gremio y la sociedad.

Celebro que este desafío lo asuma un grupo joven que quiere superar las manías y caprichos de las pasadas generaciones y sueña con nuevos paradigmas que reconfiguren el papel del arquitecto.

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La percepción del espacio

El talento innato, la pasión y el carácter del maestro Juan Carlos Calderón quedan reflejados en la exposición de la CAF.

/ 2 de abril de 2017 / 04:00

En 1993 recibí un regalo. Un hermoso dibujo a lápiz de 1987 del arquitecto Juan Carlos Calderón. La imagen es la escultura dedicada a la comunicación que el arquitecto diseñó para el ingreso del auditorio de una de sus obras más emblemáticas: el Palacio de Comunicaciones. El motivo de ese obsequio fue un texto de apoyo que escribí para el amigo y colega contra el ente colegiado de La Paz que le hacía la guerra denostando su trabajo con argumentos propios de la bajeza humana. Todos en este medio sabemos que, cuando no se pueden combatir las ideas con ideas y las creaciones con creaciones, sirven todo tipo de artimañas y subterfugios.

Pero los años pasan y todo se ubica en su verdadero lugar. Se sepultan inexorablemente la envidia y la mezquindad y sobreviven las obras llevadas con ética y estética. Y de ello puede dar fe el maestro que sigue exponiendo sin pausa su obra y pensamiento. Hasta el 31 de marzo, en la sala de exposiciones de la CAF se presentan obras de su última etapa junto a otras reflexiones en la muestra denominada La percepción del espacio. En ese ambiente se desarrolla una breve revisión histórica que recorre la arquitectura en Bolivia: lo prehispánico, lo virreinal, la incipiente modernidad con identidad en la figura del gran arquitecto Emilio Villanueva, y culmina con la presentación del pensamiento organicista de Calderón materializado en maquetas y dibujos.

En ese panorama, entre histórico y testimonial, se presentan además dos piezas fundamentales. La primera es un dibujo original de 1920 de Emilio Villanueva para el plan urbano de Miraflores. Una obra maestra. Un dibujo de valor patrimonial que, por falta de espacio, se montó inadecuadamente. El otro objeto es una pieza de culto para la corriente organicista: la concha marina Nautilus pompiluis, una obra de la naturaleza.

  • Luz. El espacio que acoge la muestra resulta, por su luminosidad, para realzar la obra del arquitecto.

A pesar de las diferentes experiencias personales, siempre he destacado dos atributos en la figura de Calderón: su categoría de maestro y su pasión por el oficio. Ambos atributos se reúnen, por si fuera poco, en un talento innato que se expresa con una potente capacidad gráfica. Calderón, aparte de materializar sus ideas, es un arquitecto con un dibujo excepcional.

En un oficio tan exigente y difícil como la arquitectura pocos alcanzan el denominativo de maestro. Primero, y ante todo, se debe nacer con el don para “proporcionar a la vida una estructura más sensible” y para ser “el hombre sintético, el que es capaz de ver las cosas en conjunto antes de que estén hechas”. Frases de Alvar Aalto y Antonio Gaudí que suscribo.

Pareciera anacrónico afirmarlo pero esto es así: se debe nacer con un soplo divino que no llega a todos. Un arquitecto nace, no se hace. Con el ejercicio de ese talento, discípulos o seguidores de varias generaciones se amontonan alrededor de su figura. Y eso es algo que hoy en día debemos saber aquilatar. El maestro pertenece a una generación que no volverá a reproducirse. A ese talento innato debemos sumar una pasión y un carácter indoblegables que permitieron a Calderón soportar la tarea de hacer buenas obras en un medio que, por miserable o angurriento, desprecia la buena arquitectura. Durante muchos años, obstinadamente, Calderón logró sobreponerse a diversos momentos políticos, a variadas crisis económicas y a muchas caídas existenciales de la profesión.

En la muestra de la CAF se puede apreciar una parte de la obra gráfica de Calderón. Se exponen algunas perspectivas de proyectos y bocetos sobre el movimiento perpetuo de las cosas. El tiempo y el espacio están allí representados como muestras del organicismo en la arquitectura. Se trata de dibujos convertidos en patrimonio invalorable para las futuras generaciones de estudiantes y profesionales que, por una decisión del maestro, formarán parte del acervo de la universidad pública.

A pesar del tamaño de la sala, la intención conceptual de esta exposición era insertar la corriente organicista en la historiografía arquitectónica boliviana. Sabiendo que en este medio no solo existen envidias y mezquindades sino también olvidos, quizás Calderón pensó en la importancia de seguir difundiendo esa corriente. No lo creo necesario, porque un día después de la inauguración, al salir de la sala de exposiciones con el amigo y artista Gastón Ugalde recorrimos y fotografiamos el edificio de la CAF. En un alto nos preguntábamos si es la obra más importante de la arquitectura de este tiempo. Y esa pregunta, creo, es suficiente para constatar que la obra de Juan Carlos Calderón está en la historia de las creaciones bolivianas y su valor histórico está materializado en la tectónica y la luminosidad de ese espacio.

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