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Retorno al país del silencio

Nació en el Chaco en 1941 y dejó este mundo el 27 de abril. Urzagasti fue uno de los grandes escritores bolivianos

/ 5 de mayo de 2013 / 04:00

No volveremos nunca de ese país

al que todavía no hemos ido.

Nos quedaremos allí

como rehenes nocturnos del verano 

y sólo al alba reconoceremos

la belleza de sus habitantes

con la mirada del amor.

Jesús Urzagasti, “Correspondencias”.

Comencé a leerlo una mañana soleada de 2009 en un rincón de Sopocachi (La Paz). Tirinea (1969), su primera novela, se me apareció entonces como un juego de columpios en el parque, eran idas y venidas, me hacía respirar la humedad de la tierra y luego me arrojaba hacia arriba, donde sentía que las puntas de mis pies casi tocaban el cielo. Tomé los vasos de agua que me correspondían y semanas después lo conocí en persona. ¿Cuántas veces se tiene la dicha de conversar con el autor de los libros admirados? Aquella vez tuve ese privilegio, que se multiplicó por cinco, pues comenzó también una amistad única con su adorable familia. Curioso que su morada se encontrara a sólo tres cuadras de la mía, y que en tantos años de trajinar por esos rumbos ni siquiera lo haya sospechado.

Escribo tratando de ignorar el hecho lamentable, pero se cuela en la hoja el muy pillo. ¿Quién iba a saber que  2013 sería el año? Jesús Urzagasti también tomó los vasos de agua que necesitaba, y cubierto de su sombrero chaqueño, el pasado sábado 27 de abril inició el gran viaje a los campos donde los vivos no tienen cabida. Me tinka que no dubitó ni un segundo ante tal invitación.

Ahora otros paisajes más fulgurosos y transparentes le esperan a nuestro amigo. Siendo fieles a su inconmovible confianza en los designios de la vida, debe asumirse que todo sucedió como correspondía. Se fue en el momento que tenía que irse. Como el mismo escribía en Tirinea: “de todo puede uno librarse, hasta de escribir lo que estoy escribiendo, pero ¡guarda con alargar el camino que nos separa la muerte!” (pp. 53-54).

Por supuesto que todos aquellos que lo queríamos y disfrutábamos de su compañía llena de risas y una asombrosa sabiduría, derramaremos lágrimas  en la visita de los recuerdos, y quizás hasta roguemos  a los dioses ocultos que nos devuelvan al menos un día para tomarnos una botella de vino con nuestro amigo, el poeta que hacía danzar los rincones de una memoria lejana y recóndita de Bolivia.  

En nuestra manera humana, demasiado humana, de observar los sucesos, calificaremos todavía durante un tiempo el día de su partida como nefasto, dada la reciente impresión. Sin embargo, nos reconfortará siempre saber que vivió la vida que quería vivir, y se fue con una sonrisa de esas que únicamente conquistan aquellos que se conducen con incorruptible autenticidad hasta el último soplo.

Sabemos que Jesús Urzagasti nació en la provincia Gran Chaco en 1941, y fue hijo de Alberto Urzagasti y María Aguilera. Al mismo tiempo, presentimos que tuvo más de un nacimiento, y que un día afortunado un rayo azul lo puso en contacto con fuerzas añejas que lo colocaron en un plano en el que aprendió a habitar con imperturbable serenidad. Desde ese momento supo que seres como él están destinados a vivir en poblada soledad, donde tejen su morada llena de gratitudes a la tierra. Encantado, siguió la vía que frecuentan los poetas, y fue ese el medio que eligió para acercarse a las puertas invisibles sin nombre. La muerte no le despoja de nada, al contrario, él vuelve con todo al país del silencio y sin haber abierto el pico. Recuérdese que él mismo había escrito El último domingo de un caminante, tal vez porque sabía que estaba escrito el día en que se devolvería su cuerpo a la tierra prodigiosa.

SINTONÍA. Conversar con él era siempre una cuestión de sintonía. No le gustaba lo forzado, menos aun lo rebuscado. Las palabras debían ser directas, como peces que se ahogan en los baldes marinos y es menester lanzarlos pronto de vuelta a los océanos. ¡Cómo habrá sido de fulgurante su voz que la noticia de su partida caló hasta en los pechos de los seres más ajenos a su mundo!

Una de las cosas que más me gustaba era oírlo leer uno de sus poemas, en especial algunos que publicó en su libro Frondas nocturnas (2009); recuerdo su voz profunda, serena, su forma musical de leer, acompasando la respiración con un ritmo que sin duda extraía del mismo texto. Un consuelo, principalmente para los que no lo escucharon, es que existen en la web videos en los que aparece leyendo algunos poemas inéditos (en el canal “urzacreatives” en Youtube).

Para todos los que saben amar el mundo cuando leen un libro, siempre existirá la posibilidad del reencuentro con Jesús Urzagasti. La muerte nos priva de su presencia física, pero no de estar con él. ¿Qué otra cosa es leer a nuestros maestros si no es conectar de manera inalámbrica la afinidad de nuestros espíritus, más allá del tiempo y las distancias? Por ello sabemos que el muchacho picarón de Palmar no se fue, ni siquiera se lo ha perdido. Simplemente inicia un tiempo en el que habrá que comunicarse de diferente manera con las bellas imágenes que atesora del mundo. Desde que apareciera su tercera novela De la ventana al parque, sabemos que sus aventuras en el más allá no nos estarán vedadas, solamente hará falta mirar con amor y escribir el libro.

Hasta la llegada de éste sábado definitorio, Jesús Urzagasti siempre se ocupó de sus asuntos y trató de no molestar a nadie. Gozaba del calor de su familia que alegró un gran tramo de su vida, y de las visitas ocasionales de sus amigos, que aderezaban los trabajos en los que se había internado. Pero todavía demasiado adormecidos en la rememoración infinita y erudita del difunto Jaime Saenz, los literatos y las instituciones locales poco se ocuparon de Jesús Urzagasti en La Paz, peor aún en el resto del país, algo que pasa casi en todos lados, pues el ser humano parece admirar con más afán a los héroes que se han ido o se encuentran lejos, y olvidarse de los que tiene en casa alumbrando todavía con su existencia clandestina y silenciosa. No le hacía falta reconocimiento, pero sí hubiera sido justa mayor gratitud.

Sin embargo, la calidad de su obra lo llevó con todo derecho a tener el privilegio de pasearse el año pasado en gira literaria por siete ciudades italianas en compañía de su amada esposa Sulma. En la ocasión presentó su libro El árbol de la tribu (2012), gracias a los esfuerzos de la editorial Sinopia de Venecia, a cargo de Claudio Cinti, otro ser humano formidable. Jesús lo aceptó con alegría, el poeta lo agradecía pero no lo necesitaba, era lo que era, un halago, un gesto, un homenaje, el más importante que se le haya hecho en vida, y tuvo que ser fuera de nuestro país.

“Algún día estaré frente a lo desconocido, tendré en mis manos lo que mi memoria se empeña en ocultar; ese día perderé para siempre el nombre con el que me identifica el mundo, el famoso nombre que tiene la virtud de separarme de lo que soy. Sé muy bien que soy un animal perdido en la noche y por lo tanto un nombre más, un sonido más. Cuando suceda lo que espero seré el mundo y no estaré lejos de nada”. (p. 83). Cuando escribió estas líneas en Tirinea, Jesús Urzagasti tenía 25 años, toda la sobriedad y madurez del poeta ya estaban ahí, de modo que dedicó el resto de su vida a escribir un solo gran libro. Habiendo vivido en plenitud, finalmente sucedió lo que esperaba, pasó un camión en la tranquilidad de la noche y él se hizo poema, ahora canta la tierra mientras su árbol más querido se transforma en una lluvia.

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La Biblioteca del Bicentenario y los lectores

Este gran proyecto editorial podría ser una oportunidad para darle un sentido vivo a las bibliotecas

/ 15 de marzo de 2015 / 04:00

Para estar viva una biblioteca necesita gente, pidiendo libros, leyendo, revisando catálogos, tomando notas. Una biblioteca es un espacio de refugio, a veces, sobre todo para estudiantes de escasos recursos, más si se es nuevo en la ciudad, muchas cosas se pueden encontrar en ese espacio, sea conocimiento, compañía, amistad, cobijo… Pero la mayoría de los que visitan las bibliotecas municipales son los lectores de periódicos. Por lo general los libros permanecen bien archivados, pues el bibliotecario de turno tiene terror a que se le pierda algún libro y tenga que cubrirlo de su salario.

Con la publicación de los 200 libros de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) parece abrirse una oportunidad para unir esfuerzos hacia una reactivación de estos espacios. Pero ¿cuál es su objetivo, más allá de la celebración de una fecha?

En Santa Cruz existe una tentativa municipal única en el país, se trata de un apoyo a la lectura a través de la construcción de modernas bibliotecas en distritos de la ciudad. Aquí existe una Red de Bibliotecas Municipales, que van desde el centro hasta el Plan 3000. Con las cuatro instalaciones que se estima entregarán a fines de este año, la red constará con más de 15 bibliotecas en la ciudad.

Una buena observación que hace el director de esta red municipal, William Rojas, es que en el país no existe un sistema de bibliotecas escolares, de modo que en Santa Cruz una de las respuestas ha sido que las bibliotecas municipales funcionen mucho más en calidad de bibliotecas escolares. Y en gran medida es así, la mayoría de la bibliografía que ofrece no es actualizada, y corresponde a textos de lectura escolar. Sobre todo en los barrios de menores recursos, el gran público de la biblioteca son niños y niñas que no pasan los 12 años. ¿Cómo captan los bibliotecarios su atención? Ofrecen regularmente en estas instalaciones, que cuentan con máquinas de internet y un amplio salón, clases de danza, música, artes plásticas e incluso de yoga. Los libros no son la atracción primaria, hay que aceptarlo, varias de estas bibliotecas existen más como centros culturales comunitarios, y de paso como monumentos. 

La publicación de los libros del BBB —que según me han comentado en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Vicepresidencia, tiene en construcción su Plan de Fomento a la Lectura—, debe entenderse como un impulso que se enrola, se pone en órbita y se sube al movimiento que ya está ocurriendo en el país.
La BBB no inicia nada, a lo mucho es un buen gesto. Varios de los libros que serán reimpresos en esta colección están disponibles en bibliotecas y librerías del país desde hace tiempo, y continúan siendo ignorados, a no ser por literatos  o escolares que deben buscarlos para su tarea. De modo que si nos dicen que la BBB es una solución al problema boliviano de la falta de acceso a los libros, o el precio elevado de los libros, sabremos que no han considerado a fondo la cuestión.

Lo que se espera de este proyecto es que sea un engranaje de otras varias iniciativas, financiadas por el Estado, tendientes a agilizar la conexión del lector con el libro, pero también con las bibliotecas y con la literatura nacional. La cuestión de la conexión con un libro va más allá del acceso público o del precio con el que se lo distribuye. Algo puedo decir, vengo de una carrera de estudios donde se lee mucho; compartí el aula con amigos y amigas entrañables que dejaban de comer para invertir ese dinero en un libro pirata de Nietzsche, de Reinaga, alguna novela de Kafka o de Víctor Hugo Vizcarra. A veces ni siquiera era por un libro pedido en alguna materia, y esto es porque los seres humanos somos ante todo buscadores, estamos recorriendo un camino que es interior, y la lectura de cada libro tiene sentido en cuanto tiene algo que ver con esa búsqueda. Si hablamos de fomentar la lectura no es porque hagan falta los estudiosos-ratas-de-biblioteca, es para fomentar una vitalidad diferente, una intensidad que, precisamente, haga que las personas salgan de las bibliotecas para vivir, el libro es un medio, no un fetiche.

Un problema hoy es la coexistencia del internet. Para un alma impaciente navegar por la web es mucho más atractivo que recluirse en una biblioteca. Ni siquiera podemos imaginar la cantidad de material de lectura que existe en la red, lecturas quizás más urgentes y relevantes para dialogar con la actualidad. No es de extrañar que la noticia de la BBB le haya causado a muchísima gente una tremenda flojera de solo enterarse que hay más y más para leer. ¿Quién tiene el tiempo?

Además, el tipo de acceso al internet que permiten las tabletas y celulares inteligentes, ha modificado también los hábitos de lectura. Se busca más la lectura breve, fragmentaria, con imágenes, de párrafos cortos. Se aceleró el acceso, pero descuidando el trabajo de comprensión en la lectura. Antes, la imagen del lector era la de un ser aislado perdido en su libro sin distracciones, ahora es eso, pero también un ser que está bien Enredado, un tarzán que salta de liana en liana, que lee buscando la interferencia.

Robert Denton, historiador, director de la Biblioteca de Hardware —repositorio con cerca de 17 millones de libros—, señala que vivimos la era de la información mediada por Google, y que aunque amemos el papel y la tinta, estamos forzados a comprender cuáles son las mejores maneras de gestionar conocimientos a través de las nuevas tecnologías de comunicación. Es así que en su gestión se inauguró a fines de 2013 la primera biblioteca digital de gran magnitud, trasladando una gran cantidad de sus libros al formato digital.

Dado que una iniciativa así es costosa y compleja legalmente, el Estado puede enfatizar en la construcción de públicos lectores, lo que significa también crear otros incentivos para el lector. Conectar la lectura con incentivos laborales, darle espacios válidos a la lectura dentro del monótono tiempo del trabajo de oficinista. Que no se publique más libros por un lado y por el otro tengan obligados a miles de ellos a calentar el asiento en trabajos insatisfactorios.

El libro vale por cuánto relaciona al lector con la vida que le rodea. Bueno sería empezar a ver cómo hacen funcionar este impulso editorial en una maquinaria de reestructuración de los hábitos del boliviano. La tranquilidad y la intimidad del baño deberían trasladarse hacia nuevos espacios públicos que permitan la lectura sin que pisen el reloj y la ambición.

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¿Qué tienen en común Matrix y la filosofía?

El viernes 21 de marzo, a las 19.30, en Espacio Simón I. Patiño, se realizará un panel a partir del libro ‘Pensamiento inalámbrico’ de Jorge Luna Ortuño. Será un original diálogo entre la filosofía, el cine, la literatura y las artes marciales.

/ 16 de marzo de 2014 / 04:00

Los gigantes avances en la tecnología de la comunicación nos han convertido en dependientes de nuestros dispositivos inalámbricos. Antes de esta revolución —impulsada por las ideas que alumbraron a Steve Jobs y Apple—, existía una cultura basada en computadoras estáticas, instaladas en red, que seguían el modelo jerárquico centralizado; todavía son ideales para montar oficinas burocráticas, pero son pesadas para trasladar, requieren de una toma de corriente permanente, su hardware demanda mayor espacio, dependen de los cables, aunque todo esto no quite que sean también muy útiles para otros trabajos.

La contraparte de ese modelo son las computadoras portátiles, livianas, integradas, con conexión inalámbrica, que se pueden llevar con uno bajo el brazo, se pueden conectar a diferentes servidores, incluso sin necesidad de cable alguno solo captando las señales en un recinto WiFi, además de transferencias bluetooth. Van desde las laptops, pasando por los I-pods y I-phones hasta el I-pad.

Ambos modelos impulsan y se alimentan de distintos tipos de mentalidad desde hace medio siglo. Pero la alusión a estos dos modelos es solamente una manera de explicarse en estos tiempos. Existe desde siempre una gama de seres inalámbricos de todas partes, los precursores, los que no necesitaron de la tecnología para afirmarse como inalámbricos: Diógenes de Sínope, Chuang Tzú, Baruch Spinoza, Aung Sang Suu Kyi, el Quitacapas, el movimiento contracultural de los 60, Bruce Lee, Bob Dylan (tan admirado por Steve Jobs), rebeldes de la capoeira, y el mismo Steve Jobs al interior de la tecnología, junto a muchos otros imperceptibles que peinaron su camino sin abrir el pico ni dejar una historia.

Contracultura no significa “anti”. El concepto de contracultura siempre tuvo que ver más con el surf, que enseña cómo continuar el movimiento sin oponerse a una fuerza más grande. Cuando viene la ola, el surfeador pasa por debajo, o en otros casos se monta y deja que ella lo lleve, no choca de frente. ¿Un Aikido de las aguas? Ese arte llevado a la vida cotidiana podría llamarse pensamiento inalámbrico. Ya Juan Carlos Kreimer nos hizo notar que contracultura se utilizaba más en el sentido de contrapesar, del inglés “counter”, como una fuerza que viene a balancear el efecto reductor y limitante que producían los circuitos culturales oficiales.

El pensamiento inalámbrico retoma ese impulso lleno de fuego y de percepciones alucinadas en la carretera de los viejos ídolos. Jack Kerouac evoca a los personajes simpáticos, lo hace en un librito maravilloso, Los subterráneos (Anagrama, 2013). Escribe: “Subterráneo es un nombre inventado por Adam Moorad, poeta y amigo mío, que dijo: Son hipsters sin ser insoportables, son inteligentes sin ser convencionales, son intelectuales como el demonio y saben lo que se puede saber sobre Pound sin ser pretenciosos ni hablar demasiado de lo que saben, son muy tranquilos, son unos Cristos”.

Bien podríamos haber titulado al libro Pensamiento subterráneo, pero más allá de eso, lo que interesa es resaltar aquellas formas de producir subjetividad que escapan al dominio de los saberes y al control de los poderes. La línea de trabajo rayada por Foucault en el segundo tomo de Historia de la sexualidad nos abrió un campo inmenso de investigaciones, luego los análisis rizomáticos que inauguraron Deleuze y Guattari en Mil mesetas y todo el trabajo que proponen Suely Rolnik junto al mismo Guattari en Cartografías del deseo, aunque esta última fuera una influencia algo más tardía.

Nuestra manera de seguirlos ha sido construir nuestro propio plano de trabajo, una forma de pensar mínimamente original, en compañía de nuestros propios personajes conceptuales. Acudimos a la cultura popular porque nos divierte, nos estimula, y al mismo tiempo nos permite dialogar según registros comunes con diversos lectores.

Así, nuestros personajes se encuentran en la novela de Niko Kazantzakis, en algunos films del cineasta Chistopher Nolan, en la poco explorada filosofía spinozista de Bruce Lee, en un álbum legendario de Pink Floyd, en Matrix, en la dietética del Gracie Jiu Jitsu y hasta en la revolución cultural del juego del Barcelona FC de Guardiola o en la vida de los underground como Bukowski.

“El que mucho abarca poco aprieta”, reza el conocido refrán que siempre tuvimos presente, pues el gran riesgo de hacer esto era caer en la dispersión inconsistente. Por ello, una de nuestras premisas de trabajo fue reivindicar la habilidad para conectar. ¿Qué se le puede ofrecer hoy en día al lector que tiene a su disposición todo el conocimiento humano flotando en una nube digital con la que puede conectarse? El valor es,  justamente, el de ofrecer conexiones de ideas en una forma tal que ambas terminan enriqueciéndose, aunque provengan de campos muy lejanos, y lograr que en el camino los procesos sinápticos que tienen lugar en nuestro cerebro terminen expandiéndose. Es un paso más allá de la divulgación de ideas. En internet tenemos un montón de contenidos para conocer, ¿pero quién trabaja los contenidos y quién crea nuevos contenidos a partir de los que tiene a disposición? El filósofo tiene su propia manera de trabajarlos y todo parte del ejercicio de la conexión. Los que hayan leído la novela The Dark Fields de Alan Glynn podrán encontrar un terreno en común; cabe decir que dicha novela fue llevada al cine con el título Limitless (2011) y podrá encontrarse en DVD consultando con su casero de películas piratas.  

El lector del libro nos dirá si hemos llegado a algún lado mediante este procedimiento que, por otra parte, no es creación nuestra. Existe ya antes que nosotros un talento emergente en este tipo de escritura CD-Room, sin ir muy lejos, Luis H. Antezana en Bolivia practica así la elaboración de sus ensayos. Nosotros le debemos a Zizek Slavoj la adopción de esta escritura por ensambles, jam sesión, que arrastra muchas cosas y que sin embargo se cierra como un círculo en algún punto, influencia también de la hipertextualidad que domina el mundo del internet y que nos ha enseñado a leer-escribir de otra manera.
La cita para poner en escena estas ideas es el viernes 21 en el auditorio del Espacio Simón I. Patiño.

Pensamiento inalámbrico: pensar lo no pensado

Sebastián Morales Escoffier – Crítico de cine

¿Qué cosas comunes podrían haber entre Bruce Lee, Zorba el Griego y el esquema de juego del Barcelona de Guardiola? Éstos son algunos de los elementos que aparecen en el libro de Jorge Luna Ortuño Pensamiento inalámbrico.  La pregunta sigue presente: ¿Qué puede haber de común entre estos planos tan heterogéneos?  Tal vez es justamente su heterogeneidad, su carácter fragmentario, la posibilidad abierta de un pensar haciendo  saltos entre los temas que nos propone Luna.

Pensamiento inalámbrico, como su título lo confirma, nos propone una nueva forma de pensar, no tanto a partir de temas o zonas de conocimiento fácilmente discernibles ni a partir de la estructuración de relaciones lógicas. Tomado desde este punto de vista, el libro es un texto de filosofía, porque invita al pensamiento a transitar por caminos y por lugares inéditos. Y en cuanto busca romper ciertas categorías del conocimiento demasiado rígidas, demasiado academicistas, propone también unas nuevas fronteras para la filosofía.  

De ahí que a Luna más que interesarle los temas clásicos de la filosofía, más que adentrarse al análisis sesudo de textos, busca encontrar líneas de resonancia, vectores que se van cruzando, planos que se yuxtaponen, conexiones entre puntos lejanos. La filosofía debe encontrar fronteras infinitas puesto que deber trazar relaciones con el infinito mismo. En esta aventura del pensamiento por regiones poco exploradas  por haber sido consideradas simplemente como secundarias para las actividades del conocer, el viajero debe tratar de prestar atención a todos los textos y  a todas las vivencias que le  sirvan para avanzar. 

Aceptar la invitación de Luna  significa, por tanto, aprender que el pensamiento no necesariamente se transmite con la palabra, sino que también requiere por ejemplo, una actitud musical que permita tener los oídos bien abiertos a todo lo que sirva para alcanzar la  finalidad última de la filosofía: la creación de un pensamiento auténtico.

Pero crear un pensamiento no sólo quiere decir hacer conceptos, en el sentido estricto de la palabra, puesto que pensar desde lo inalámbrico también quiere decir pensar con el cuerpo, significa  llevar a la práctica un arte marcial, significa hacer conexiones telepáticas con la amante o con el compañero de equipo, significa un movimiento de cámara, un sonido o una armonía, una actitud frente a la vida.

Luna, con sus saltos, con sus unidades fragmentarias,  propone un pensamiento en devenir, un pensamiento que está todo el tiempo haciéndose, un concepto que invita a ser reinventado a partir del descubrimiento de  conexiones hasta ahora no encontradas. Es un pensamiento móvil, que permite expandir los límites. En este sentido, una película, una obra, una actitud, puede llegar a tener elementos para un pensamiento filosófico siempre que permitan viajar por los distintos  planos de la vida. La filosofía sirve para algo, pero sirve en cuanto el pensador viaja, se reinventa, crea un pensamiento, un sistema táctico, una imagen. Pero sobre todo cuando uno se reinventa.

Una filosofía para verse y entenderse

Jaira Rivera Mazorco – Licenciada en filosofía

Siempre necesitamos uno o dos personajes que materialicen nuestras ideas. Siempre es más fácil cuando le das al público algo o alguien con quien identificarse. La filosofía en sí es dura, aburrida, tediosa. En cambio, la forma de escribir y hacer filosofía que encontramos en Pensamiento inalámbrico es más simple, más pura, más del mundo, de nosotros, sin ningún tipo de discriminación, le da a cada quien un pedacito para entenderse y verse, de algún modo, reflejado en los distintos pasajes. Eso es sencillamente admirable.

En la primera parte el libro recupera una historia que me encanta que es la del estafador Frank Abagnale, quien a sus 16 años pudo hacerse pasar por piloto de la línea aérea Pam Am y después pasó a ser médico, luego abogado y luterano y viajaba libre sin que su verdadera identidad se descubriera. ¿Cómo se engancha esta historia con la filosofía de Bruce Lee que es con lo que arranca el libro? Jorge Luna nos dice que la flexibilidad-de-forma de Bruce Lee se encuentra realizada en las aventuras de Frank, pues “constantemente se despoja de una forma para pasar a otra sin adscribirse completamente a ninguna de las dos”.

La adolescencia y el sueño americano se enfrentan a realidades donde el individuo es simplemente una marioneta y “las oportunidades que nos brinda el sistema” son la zanahoria que el burro nunca logra alcanzar. Sorprenderse a uno mismo como un ser que tiene todas las etiquetas requeridas por un sistema, y que sólo por ello te denomina “respetable” no es suficiente, ni siquiera necesario, porque se despierta la posibilidad de que uno es nada.

Entonces ser y expresarse según los códigos de un sistema resulta contraproducente. Debemos aprender a ser todo, todos, cada vez, anticipándonos a las expectativas.

No es importante enfrentarse o negar aquello que nos oprime, sino conocerlo, ser parte de ello, estar en ello.

Estamos condicionados (desde siempre) a vivir por y para las formas, porque éstas son manipulables, se venden y se compran, son objetos sin valor que no favorecen la libertad, “la expresión honesta”. Este condicionamiento domina por completo las esencias y, peor aún, la capacidad de ser un todo. La educación de las formas es la educación de las partes, los fragmentos; somos identidades fragmentadas, condicionadas y determinadas por “otro”. Por ello, para ser parte del sistema, conocerlo y “jugar con él” debemos interpretar los roles que el sistema espera. Se debe pensar, sentir y actuar como el sistema para poder salir del mismo. El sistema nos da absolutamente todas las herramientas para poder engañarlo si pensamos como él.

Por mi parte, veo el pensamiento inalámbrico como la capacidad de ser más allá de lo previamente dibujado o impuesto. Es la posibilidad de darle al ser humano muchas puertas y ventanas para bajarse de sus centrismos y ver, sentir y ser mucho más de lo que pensamos o se nos permite. Es salirse de la Matrix, es ser la realidad. Me gusta, lo disfruto.

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Otra feria del libro en Santa Cruz, ¿y la lectura?

Una Bienal del Libro. Es lo que plantea el autor del artículo que reflexiona sobre el valor de la lectura, no de las ventas

/ 30 de junio de 2013 / 04:00

Lectura. Instrumento del proceso cognoscitivo de determinadas clases de información o ideas contenidas en un soporte y transmitidas mediante algún tipo de código, usualmente un lenguaje visual, táctil o auditivo, que permite interpretar y descifrar el valor fónico de una serie de signos escritos, ya sea mentalmente o en voz alta.

Ley del Libro y la Lectura Óscar Alfaro

En Santa Cruz se vive con especial entusiasmo la llegada de las diversas ferias que engalanan el año de esta bella ciudad. La Expocruz, por ejemplo, la paraliza todo en septiembre. La Feria del Libro no tiene el mismo lugar acaparador en las preferencias de la ciudadanía, pero despierta atención y promueve vida social en un espacio diferente, con los libros que pasan a ser un poco el decorado de la ocasión.

Es posible que esta última afirmación despierte una mirada chueca en algún miembro de la Cámara del Libro, pero no tiene el objetivo de enemistarse con nadie.

Veamos. La última Feria del Libro cruceña se realizó entre mayo y junio recientes. El periódico La Razón publicó una nota informando que asistieron 116.000 visitantes en esas dos semanas. Fantástico. Jorge Luis Rodríguez, presidente de la Cámara del Libro, se sintió complacido con la cifra, que establecía un nuevo récord. “Teníamos varios objetivos para este año y logramos cumplirlos todos. Se puede decir que cada nueva versión de la feria representa un éxito más grande que las anteriores ocasiones”, señaló a modo de balance inicial.

Analfabetismo. ¿Pero se puede decir que por esa Feria del Libro la gente lee ahora más en Santa Cruz? Más importante aún, ¿acaso han aprendido a leer mejor lo que leen? Porque no basta con decir que se conoce el alfabeto para decir que se lee. A decir del desaparecido Jesús Urzagasti, existen dos, uno es el analfabeto a secas, el otro es el analfabeto funcional. El primero nunca tuvo las posibilidades de acceder a educación; el segundo es el que no lee porque no le da la gana, aunque haya ido a la escuela e incluso se haya enrolado correctamente en la maquinaria social.

Los institutos que venden paquetes para leer más rápido, o captar más palabras por segundo, podrán hacer su agosto creyendo que ellos tienen la fórmula para la lectura. Pero sus afanes les son ajenos a los organismos entrenados para la ficción. En realidad el agosto lo hacen los libreros y las editoriales, y de manera completamente válida, puesto que arman su plataforma de negocios como se hace en cualquier otra industria.

Lo que sí sería conveniente es diferenciar entre las ferias que organiza la Cámara del Libro, que equivocadamente se apellidan “del Libro”, y otras plataformas que realmente se ocupen de la lectura como formación ciudadana. En realidad, lo que siempre vemos son festivales de las editoras, de los libreros y las imprentas, y en Santa Cruz también del periódico El Deber. Porque si se tratara de fomentar la lectura, sería muy distinto. En ese caso se pensaría primero en el lector; en los Festivales de las Editoras sólo se aprecia al consumidor y el libro es de repente mera mercancía. Lo decía así Jesús Urzagasti cuando criticaba la encapsulación del aliento mágico del libro en favor de su impulso comercial: “el libro viene con el prestigio del antiguo hechizo de la lectura pero pierde el aliento y se desmorona entre tantos intermediarios, fríos y desconocidos”.

Puede esto constatarse cuando una librería bastante elitista, por sus precios, como El Ateneo de Santa Cruz, anuncia que poblará su stand con un nutrido número de ejemplares del último libro de conspiraciones de Dan Brown como oferta central. Un sello editorial como Comunicarte también aparece haciendo noticia por sus ventas durante la feria, pues promociona “el nuevo “bestseller de Bolivia”: Manjar para el corazón del adolescente.
Pero no es todo esto motivo de queja o lamentación, simplemente cabría hacer diferenciaciones. Frente al Festival de las Editoras podríamos los demás construir un espacio alternativo que se llame Bienal del Libro. (¿Dónde están los escritores independientes, que en la Feria del Libro fueron devorados por la maquinaria editorial?).

Una bienal. La intención de organizar una Bienal de la Lectura sería intervenir efectivamente el espacio social donde se realice. Debería servir para realizar diagnósticos del estado de la literatura de la ciudad. No quedarse en la presentación de las novedades, sino rumiar también lo valioso que pasa desapercibido. Enseñar que leer no es una sola cosa, más bien que existen prácticas de lectura múltiples, unas cargadas de tristeza, otras rebosantes de un deseo inagotable de conexiones. Que leer no es descifrar lo que otro quiso decir, sino encontrar nuestras relaciones contemporáneas con tal o cual libro; y crearlas si es necesario.

En esta Bienal de la Lectura no nos preocuparíamos por las estadísticas, ni por acumular expositores. Se instalarían espacios grandes con asientos cómodos para que los lectores puedan cortejar al libro de su preferencia, sin que el vendedor esté encima para apurar la compra. ¿Han visitado la librería Ateneo de Buenos Aires? Porque para salir a la caza de un libro debe uno ponerse en estado de ánimo, centrar un poco los sentidos, y comenzar a hojear. No es lo mismo que ir a una feria de calzados o artesanías para el hogar.

En todo caso, no se trata de pedir que desaparezcan las mal llamadas Ferias del Libro, que organiza la Cámara del Libro. Simplemente hay que constatar que su formato es insuficiente para decirnos algo sobre prácticas de lectura. Que cumple su función en cierto nivel, pero después deben crearse espacios posteriores. Pues una Feria del Libro muchas veces capta la atención de alguna gente por el acto de leer, pero no se trata de que lean cualquier cosa y de leerla como sea. Se debe hacer también un trabajo para encauzar ese interés despertado por la lectura en los ciudadanos de todas las edades.

Finalmente, recuérdese que la Feria del Libro cruceña estuvo marcada por la reciente aprobación de la Ley del Libro y la Lectura Óscar Alfaro, donde se precisa un concepto de la lectura opaco, demasiado burócrata, que citamos en el epígrafe. Una norma a la medida de sus ferias. Pero nadie se acordó de hacer algo por el escritor. Ni se puso una medida definitiva contra la piratería en nuestro país, ni se tocó siquiera el tema de los pobres porcentajes que conceden las editoriales a los escritores por publicar sus libros con ellos. El festín es de los intermediarios, por ahora. El banquete del escritor(a) y los lectores pasa por una complicidad de músicas por venir y comunicaciones silenciosas.

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Otra feria del libro en Santa Cruz, ¿y la lectura?

Una Bienal del Libro. Es lo que plantea el autor del artículo que reflexiona sobre el valor de la lectura, no de las ventas

/ 30 de junio de 2013 / 04:00

Lectura. Instrumento del proceso cognoscitivo de determinadas clases de información o ideas contenidas en un soporte y transmitidas mediante algún tipo de código, usualmente un lenguaje visual, táctil o auditivo, que permite interpretar y descifrar el valor fónico de una serie de signos escritos, ya sea mentalmente o en voz alta.

Ley del Libro y la Lectura Óscar Alfaro

En Santa Cruz se vive con especial entusiasmo la llegada de las diversas ferias que engalanan el año de esta bella ciudad. La Expocruz, por ejemplo, la paraliza todo en septiembre. La Feria del Libro no tiene el mismo lugar acaparador en las preferencias de la ciudadanía, pero despierta atención y promueve vida social en un espacio diferente, con los libros que pasan a ser un poco el decorado de la ocasión.

Es posible que esta última afirmación despierte una mirada chueca en algún miembro de la Cámara del Libro, pero no tiene el objetivo de enemistarse con nadie.

Veamos. La última Feria del Libro cruceña se realizó entre mayo y junio recientes. El periódico La Razón publicó una nota informando que asistieron 116.000 visitantes en esas dos semanas. Fantástico. Jorge Luis Rodríguez, presidente de la Cámara del Libro, se sintió complacido con la cifra, que establecía un nuevo récord. “Teníamos varios objetivos para este año y logramos cumplirlos todos. Se puede decir que cada nueva versión de la feria representa un éxito más grande que las anteriores ocasiones”, señaló a modo de balance inicial.

Analfabetismo. ¿Pero se puede decir que por esa Feria del Libro la gente lee ahora más en Santa Cruz? Más importante aún, ¿acaso han aprendido a leer mejor lo que leen? Porque no basta con decir que se conoce el alfabeto para decir que se lee. A decir del desaparecido Jesús Urzagasti, existen dos, uno es el analfabeto a secas, el otro es el analfabeto funcional. El primero nunca tuvo las posibilidades de acceder a educación; el segundo es el que no lee porque no le da la gana, aunque haya ido a la escuela e incluso se haya enrolado correctamente en la maquinaria social.

Los institutos que venden paquetes para leer más rápido, o captar más palabras por segundo, podrán hacer su agosto creyendo que ellos tienen la fórmula para la lectura. Pero sus afanes les son ajenos a los organismos entrenados para la ficción. En realidad el agosto lo hacen los libreros y las editoriales, y de manera completamente válida, puesto que arman su plataforma de negocios como se hace en cualquier otra industria.

Lo que sí sería conveniente es diferenciar entre las ferias que organiza la Cámara del Libro, que equivocadamente se apellidan “del Libro”, y otras plataformas que realmente se ocupen de la lectura como formación ciudadana. En realidad, lo que siempre vemos son festivales de las editoras, de los libreros y las imprentas, y en Santa Cruz también del periódico El Deber. Porque si se tratara de fomentar la lectura, sería muy distinto. En ese caso se pensaría primero en el lector; en los Festivales de las Editoras sólo se aprecia al consumidor y el libro es de repente mera mercancía. Lo decía así Jesús Urzagasti cuando criticaba la encapsulación del aliento mágico del libro en favor de su impulso comercial: “el libro viene con el prestigio del antiguo hechizo de la lectura pero pierde el aliento y se desmorona entre tantos intermediarios, fríos y desconocidos”.

Puede esto constatarse cuando una librería bastante elitista, por sus precios, como El Ateneo de Santa Cruz, anuncia que poblará su stand con un nutrido número de ejemplares del último libro de conspiraciones de Dan Brown como oferta central. Un sello editorial como Comunicarte también aparece haciendo noticia por sus ventas durante la feria, pues promociona “el nuevo “bestseller de Bolivia”: Manjar para el corazón del adolescente.
Pero no es todo esto motivo de queja o lamentación, simplemente cabría hacer diferenciaciones. Frente al Festival de las Editoras podríamos los demás construir un espacio alternativo que se llame Bienal del Libro. (¿Dónde están los escritores independientes, que en la Feria del Libro fueron devorados por la maquinaria editorial?).

Una bienal. La intención de organizar una Bienal de la Lectura sería intervenir efectivamente el espacio social donde se realice. Debería servir para realizar diagnósticos del estado de la literatura de la ciudad. No quedarse en la presentación de las novedades, sino rumiar también lo valioso que pasa desapercibido. Enseñar que leer no es una sola cosa, más bien que existen prácticas de lectura múltiples, unas cargadas de tristeza, otras rebosantes de un deseo inagotable de conexiones. Que leer no es descifrar lo que otro quiso decir, sino encontrar nuestras relaciones contemporáneas con tal o cual libro; y crearlas si es necesario.

En esta Bienal de la Lectura no nos preocuparíamos por las estadísticas, ni por acumular expositores. Se instalarían espacios grandes con asientos cómodos para que los lectores puedan cortejar al libro de su preferencia, sin que el vendedor esté encima para apurar la compra. ¿Han visitado la librería Ateneo de Buenos Aires? Porque para salir a la caza de un libro debe uno ponerse en estado de ánimo, centrar un poco los sentidos, y comenzar a hojear. No es lo mismo que ir a una feria de calzados o artesanías para el hogar.

En todo caso, no se trata de pedir que desaparezcan las mal llamadas Ferias del Libro, que organiza la Cámara del Libro. Simplemente hay que constatar que su formato es insuficiente para decirnos algo sobre prácticas de lectura. Que cumple su función en cierto nivel, pero después deben crearse espacios posteriores. Pues una Feria del Libro muchas veces capta la atención de alguna gente por el acto de leer, pero no se trata de que lean cualquier cosa y de leerla como sea. Se debe hacer también un trabajo para encauzar ese interés despertado por la lectura en los ciudadanos de todas las edades.

Finalmente, recuérdese que la Feria del Libro cruceña estuvo marcada por la reciente aprobación de la Ley del Libro y la Lectura Óscar Alfaro, donde se precisa un concepto de la lectura opaco, demasiado burócrata, que citamos en el epígrafe. Una norma a la medida de sus ferias. Pero nadie se acordó de hacer algo por el escritor. Ni se puso una medida definitiva contra la piratería en nuestro país, ni se tocó siquiera el tema de los pobres porcentajes que conceden las editoriales a los escritores por publicar sus libros con ellos. El festín es de los intermediarios, por ahora. El banquete del escritor(a) y los lectores pasa por una complicidad de músicas por venir y comunicaciones silenciosas.

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Pensamiento inalámbrico

Este es un fragmento del libro ‘Pensamiento inalámbrico’  de Jorge Luna Ortuño, que se presentará el viernes 14 de junio a las 19.30 en el auditorio de Espacio Simón I. Patiño

/ 9 de junio de 2013 / 04:00

En cierta ocasión, cambiando canales en la televisión, me encontré con un reportaje que hizo un periodista para saber cuál era la cortesía que se podía observar día a día en las calles de La Paz; para ello entrevistó a transeúntes y pasajeros, les preguntó si tenían la costumbre de saludar cuando se subían a un vehículo del transporte público. La mayoría contestó que no, y casi todos dijeron que era porque rara vez les respondían el saludo. Se trata de un ejemplo rudimentario, pero es para mostrar que incluso en estas ocasiones se puede plantear las utilidades de un planteamiento inalámbrico (pensamiento, actitud, modo de ser). Inalámbrico es no depender exclusivamente, ni de la respuesta de otras personas, ni de las circunstancias, ni los vientos que soplan, ni del clima o la época, para tomar la decisión de hacer algo (o de no hacer nada) —otra cosa es saber tomarlas como parte de las condiciones de la situación. En el caso del ejemplo citado, un ser inalámbrico saluda al subirse a un transporte público no porque espera que le respondan, sino porque elige portarse así, porque le gusta comportarse así o le da la gana, porque ha decidido dentro de su propio código de conducta que la amabilidad y el buen trato deben ser parte de su normal proceder.

Ésta es una determinación similar a la que toma el maestro Rajnesh Osho, cuando dice en una de sus charlas en Uruguay: “yo no confío en ciertas personas porque sean confiables, sino porque me gusta confiar, porque quiero confiar, me gusta vivir confiando. Después es posible que me traicionen o que me lastimen, pero eso no cambiará nada, la decisión de confiar proviene de mí”. De aquí se puede extraer la diferencia entre los seres reactivos y los seres inalámbricos: mientras los reactivos se limitan a reaccionar al influjo de las fuerzas externas que los afectan, los inalámbricos tienen la frialdad y la comprensión suficientes como para usar una percepción panorámica, entender los pormenores de una situación, y pensar incluso desde fuera de sí mismos, porque no están amarrados a su ego ni a un grupo de respuestas elegido que se perpetúa gracias a un “yo”.

Los inalámbricos saben pensar en tercera persona, se interesan por resolver una situación a conformidad de todos los envueltos en un conflicto —cuando es posible—, pues se han deshecho de las taras de la educación formal, que le enseña a cada uno a cuidar sólo de lo suyo, a valorar las cosas sólo desde su perspectiva, y velar exclusivamente por sus intereses. Más aún, la habilidad de pensar inalámbricamente en la vida cotidiana consiste en llegar a comprender que no adelanta juzgar a nadie, pues en el fondo todos somos la misma cosa, reaccionamos todos a las condiciones particulares de nuestra vida. (…)

Los seres inalámbricos siempre trata de manejar un abanico de maneras de abordar una situación. Esta comprensión más integral de una situación o de una disputa la adquiere gracias a la serenidad que ha adquirido, su sentido de confianza, su percepción refinada, a su intelecto, a su tranquilidad para ver con calma, pero sobre todo gracias a las experiencias que reúne compartiendo con gentes de todos los estratos sociales; él es libre, lo que es decir inalámbrico significa que ni siquiera hace amigos según patrones, es completamente abierto, porque se sabe seguro de sí mismo, y las oportunidades lo encuentran a él. No busca fusionarse con todos, ni alterar su esencia al relacionarse (no es maleable pero sí fluido), sino extraer aquello que le pueda ser útil de la manera de ver el mundo que tienen las otras personas, todas ellas provenientes de distintos pasados y posibilidades, mientras comparte con ellas porciones de su visión que pueden ser de ayuda. En definitiva, los seres inalámbricos se distinguen de los reactivos, no por una cuestión de que tiendan a pensar positivamente o sean propositivos casi siempre (estos serían los “proactivos”, según la definición de Stephen Covey), ni siquiera esto es una regla, pues saben que en ocasiones vale más cerrar el pico, esperar con bajo perfil y dejar que las cosas se acomoden por sí solas. (“En las antípodas del mundo, alguien espera que tú hagas lo que tienes que hacer para conocerte. Así aprendí a esperar a que alguien hiciera lo que debía hacer para conocerlo”. Jesús Urzagasti).

Por ello, en cuanto a lo que depende solamente de ellos para realizarse son muy disciplinados; si algo los distingue es que no son negligentes respecto de las disciplinas que deben seguir día a día para estar en condiciones de afrontar cualquier tipo de situación difícil en cualquier momento. Los seres inalámbricos están siempre listos para asumir cualquier tipo de batalla o desafío que se les presente, y esto no quiere decir solamente confrontarse físicamente con un agresor que insulte su honor o el de su familia, pues el estar listo se aplica a todas las áreas de la vida, sea tomar un examen en la escuela, asistir al cierre de una importante presentación de negocios, atravesar una época de desempleo, saber afrontar una situación difícil con los hijos, o estar dispuestos a perdonar a los seres queridos que los han lastimado. Imagina por un minuto que estás de vuelta en el colegio,  y una de esas mañanas soñolientas la profesora pide a todos que guarden sus libros porque está a punto de tomar un “examen sorpresa”; sólo aquellos que no han estado haciendo sus tareas en casa y no han estado estudiando por su cuenta entrarán en pánico. Los demás, que siguieron sus disciplinas por su cuenta, se mantendrán calmos y cambiarán su chip inmediatamente.

Usamos este ejemplo para recordar una sensación que nos invade desde niños, y es la de no estar listos. Ser inalámbrico es disciplinarse a uno mismo en el cultivo de ciertas prácticas diarias que le permitirán estar listo siempre para lo que sea que se avecine el año o día próximo, o la misma hora venidera. Estas disciplinas configuran con el tiempo una especie de código interno, con el que cada uno se rige, e incluye la preparación que todos los seres humanos deberíamos hacer para recibir a la muerte, el mayor desafío de todos. Antaño en Japón los samuráis tenían su propio código de conducta donde el centro era el honor y la lealtad a su señor, éste código se conocía como Bushido (“el camino del guerrero”), y el seguimiento que hacían de él era lo que les permitía poner su vida en la línea con tal soltura y entrega, sin importar quién fuera el enemigo ni cuál la circunstancia.

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