El hombre de acero
Si antes Batman tuvo su curioso “inicio”, o nacimiento, con Christopher Nolan haciendo en retro de partero, tarde o temprano debía llegarle el turno al hombre de la S. Nadie mejor que el mismo Nolan, que figura como productor pero es dable sospechar que no se limitó a esa función, para ejercer una vez más de demiurgo en esta suerte de segundo alumbramiento, acorde a un “revisionismo” en sintonía con el cambio de época y de los humores colectivos prevalecientes.
Hubo un tiempo no tan remoto, así a las nuevas hornadas de espectadores les resulte inconcebible, cuando las cosas estaban perfectamente acotadas: las historietas en su lugar y las películas en el suyo. Así era hasta casi fines de los 70 del siglo pasado. Fue en 1978, con el estreno de Superman: la película, cuando esa división de tareas quedó relegada por el auge de los efectos especiales perfeccionados. El asombro se apoderó de las plateas al ver en las pantallas eso sólo imaginado por generaciones enteras, aun si hoy, apenas tres décadas y pico más tarde, los prodigios técnicos de entonces semejan rudimentarios balbuceos de los actuales.
Aquella delimitación pertenecía al recuerdo ya en los albores del siglo XXI preñado de incertidumbres y miedos, así como del sepelio del cine de autor asfixiado por el revival del entretenimiento puro y simple —en sintonía con el crepúsculo de las utopías, o, para decirlo en términos más pedestres, con el público volviendo en masa a la casi prehistoria del espectáculo manejado según expeditiva fórmula impuesta en los 30 por Adolph Zucker, uno de los capos de los grandes estudios: “la edad mental promedio del espectador de cine es tres años”—.
Paradójicamente, en plena eclosión de ese regreso al cine “de antes” con los aderezos técnicos de ahora, Nolan ensayó en Batman inicia un operativo para transportar al personaje a la madurez, acabando de paso con esa suerte de niñez de los superhéroes en su papel de paladines de la justicia. Atenido a un entreverado discurso ideológico, su Caballero de la Noche —cada uno de cuyos atributos aparecía “racionalmente” justificado por los datos biográficos del personaje— hacía justicia por mano propia, apelando a métodos parapoliciales en un alegórico entorno finisecular estremecido por el terrorismo, las conspiraciones del complejo militar-industrial, la corrupción generalizada: el triunfo del capitalismo salvaje, en buenas cuentas.
Esta vez, el propósito de Nolan y del director Zack Snyder (300/2006; Watchmen/2009), ampliamente experimentado en megaproducciones y megataquillazos, consiste en reinventar el origen del más superhéroe de todos, despojándolo de algunos de sus rasgos disonantes con el tono impreso a una historia oscura respecto al desacomodo de un extraterrestre en este mundo. El slip rojo desapareció y el maillot azul ha sido reemplazado por una suerte de armadura.
¿QUIÉN SOY? Pero, lo más importante, el superkriptoniano de Christopher Reeve enmendaba los peores entuertos sin despeinarse el jopo engominado y sin perder jamás su sonrisa plastificada. En su reencarnación nos topamos con un tipo de gesto adusto, un tira de pocas pulgas. No es para menos, su vida ha estado marcada por la duda y la incertidumbre: ¿quién soy?; ¿de dónde vengo? Y para mal de males, por estricta recomendación de su padre adoptivo, el granjero Jonathan Kent, está obligado a esconder su filantrópica labor justiciera en el anonimato. Así no hay quién pueda sonreír.
La puesta al día del asunto incluye el cambio de las causas que terminaron con el planeta natal de Kal-El/Clark Kent. En la historieta y en las precedentes visiones filmadas, la catástrofe sobrevenía por el envejecimiento de Krypton. Ahora la cosa es un tanto más compleja: fue la descontrolada explotación de aquel planeta la que acabó con él.
Esa obvia llamada de atención ambientalista aparece cruzada por una no menos evidente alegoría cristiana. De explicitarla se encarga papá Jor-El por medio de los sermones suministrados al niño a punto de ser expedido a la Tierra en misión salvadora, justo poco antes del apocalipsis terminal, y en algunos regresos holográficos al lado del hijo. De ese modo, queda sellado el paralelo entre la historia del muchacho acerado venido del cielo a redimir a la humanidad de su propia miopía, con los relatos judeo-cristianos. Y remachado; cuando a Clark le toca entrar en acción tiene 33 años, viene de soportar impertérrito un montón de humillaciones; de rato en rato se pregunta por qué Dios lo hizo así, pero ni modo, allí está para inmolarse por la salvación de la gente que lo trata mal.
ESPECTÁCULO. Quien no ha visto la película podría creer que la aventura ha devenido en una suerte de tratado filosófico-religioso. Pues no. Basta que las cavilaciones existencialistas del muchacho con pectorales de acero se vean interrumpidas por la gran amenaza, para que todo se convierta en un apabullante show de efectos digitalizados. Procurando el hiperrealismo, pasa de manera expeditiva a segundo plano la historia, el humor, el romance naif de Clark y Luisa Lane, vale decir todo cuanto hacía del viejo Superman un personaje fantástico.
El peligro está encarnado en un trío de kriptonianos golpistas eximidos de la extinción de su planeta por haber sido exiliados en la “zona fantasma” cuando aquello acaeció. Son tres militares salidos de sus casillas operando bajo el liderazgo del demente general Zod, sujeto de lo peor, resuelto a demoler metódicamente Metrópolis —Nueva York en realidad— sin que se le mueva un pelo.
Luego de dos horas iniciales a lo largo de las cuales el relato divaga un tanto, como si el director tanteara hacia dónde encaminarlo —mientras el extraño granjero forzudo de Samalville perdido pueblo de Kansas queda bajo la mira de las autoridades, sospechoso de ser un alien, lo cual lo obliga a declarar, con el mismo ceño fruncido que luce todo el rato: “Soy el más americano de los americanos”— Snyder -y Nolan- llegan a donde querían ir: una hora entera de efectos disparados sobre la platea, en dosis y a velocidad no equiparada hasta la fecha.
La reinvención del “number one” de los superhéroes, la vuelta al origen, según tópico frecuentado en innumerables hechuras recientes, acaba envuelta en un “realismo” auto-referencial basado en la creación de un entorno visual que responde a su propia lógica: la de la exaltación de la tecnología como permuta última —¿perfecta?— de la fantasía.
Aquel slip colorado de la edad de la inocencia era, francamente, un tanto ridículo. Pero era una señal de alerta: ¡ojo!, esto es ficción. Nadie hubiese portado en la vida real ese adminículo. Por eso no les servía a Nolan y Snyder, no resultaba funcional a este simulacro de lo “real”, con los límites borroneados entre imaginación y atestado.
Una verosimilitud vicaria próxima a la alucinación da cuenta adicionalmente de que el trauma del 11 de septiembre ha sido reciclado a favor del espectáculo. Alcanza con ver las impresionantes caídas de rascacielos en medio de las densas nubes de humo negro envolviéndolo todo, las masas de hierros retorcidos o los gritos de multitudes en pánico mientras “el más americano de los americanos” vuela de aquí para allá ejecutando su abnegada tarea de reimplantar el orden y la normalidad.
Así comienza una nueva saga respecto a cuyos futuros episodios queda una sola duda: ¿Cómo harán sus responsables para superar semejante abrumadora exhibición de prodigios visuales computarizados?
Francamente y viendo cuánto “ganó” el cine con este segundo alumbramiento de Superman, digo: cual sea la respuesta a esa pregunta, se me antoja de antemano falta de todo interés.
Ficha técnica
Título original: Man of Steel. Dirección: Zack Snyder. Guión: David S. Goyer. Historia: David S. Goyer, Christopher Nolan. Personaje creado por: Jerry Siegel, Joe Shuster. Fotografía: Amir Mokri Montaje: David Brenner. Arte: Vlad Bina, Chris Farmer, Aaron Haye, Dan Hermansen, Craig Jackson, Helen Jarvis, Kim Sinclair. Efectos: Michael Ahasay, Allen Hall, Anthony Julio y otros Scott Kodrik, Mark Koivu, Alan Lashbrook y otros. Música: Hans Zimmer. Producción: Wesley Coller, Christopher Nolan, Jon Peters, Lloyd Phillips, Charles Roven, Deborah Snyder, Emma Thomas, Thomas Tull. Intérpretes: Henry Cavill, Amy Adams, Michael Shannon, Diane Lane, Russell Crowe, Kevin Costner. EEUU, Canadá, Reino Unido, 2013