Poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez
PIRINEOS
Al entrar en España, va cayendo la tarde…
en los picos, el sol se eleva eternamente
—el mundo se abre—. Y los techos de pizarra
se quedan en el foro de los pueblos franceses.
La torre de Sallent repica allá en el fondo
—es domingo—. La brisa juega en las peñas verdes.
El ocaso es más puro cada vez. Huele el sur
más. Es más claro el ondear de las mieses.
Por los prados con flor, en una paz de idilio,
mugen, echadas, mansas vacas rosas de leche.
El habla del zagal nos toca el corazón.
La patria va alejando, maternal, a la muerte…
Ventura, soledad, silencio. Las esquilas
llenan, cual las estrellas el cielo, el campo alegre.
Silencio, soledad, ventura. El agua, en todo,
canta entre el descendente reír de los cascabeles…
23
Soy feliz, y estoy triste de serlo. Yo quisiera
que la felicidad no fuese de esta vida;
¡que mi tranquila primavera floreciera
cuando ya la de todos estuviese florida!
Ya en la opulencia alegre de todos los festines
pasar ante los grandes y abiertos ventanales
con una flor de nieve cogida en los jardines
de las inmaculadas tristezas inmortales.
ir el último siempre por la senda apacible
con la palabra buena en la boca indolente.
Sonreír en esos ojos de mirada indecible
que en el reparto miran al último mansamente.
REMORDIMIENTO
Tiene este libro un olor que me recuerda
el olor que tenía mi madre. Un sosegado
aroma de recato, sin explosión, esencia
íntima de un placer vivo y velado…
Cuando pasaba ella, lo dejaba tras sí
como una vaga estela de dolor resignado…
¡Domingos de mi vida! ¡Cielo azul de aquel pueblo
que pudo ser la dicha y sólo fue el cansancio!
¡por mi nostalgia yerma, olor, como mi olor
de lágrima secreta y contenida..! bálsamo
que al tiempo mismo es recuerdo y pesadumbre;
yo pude haberlo hecho y no lo hice…
¡el llanto
no sirve para nada, cuando el remordimiento
no tiene cura, cuando
hay una cosa negra, que pudo ser de oro,
que no se borra, que es, como este olor, amargo!
29
Te alejas por mis vagas avenidas de ensueño,
volviendo la cabeza, como una rama loca
y tus hojas inmensas, grandes como tu alma
se clavan duramente en mi alma de sombra…
rosas tristes que caen de tus manos de nieve
vienen hasta mí en un viento de congoja
y la esencia que esparcen, huele al recuerdo triste de los
rosales, deshojados de tu boca…
me miras desde lejos, desde lejos te miro,
y no sé qué me impide llegar hasta tu gloria,
y no me atrevo a ir en busca de tu llanto
para que se pierda tu indecisa memoria…
30
La blanca cargazón de tu frente difusa
sobre el fantasma enorme de tus ojos de sombra
era de un esplendor divino, inextinguible
amasado con luna, con luces y con rosas.
En mi alma extasiada flotará eternamente
aquella simpatía sensual de tu boca,
boca grande, fragante y fresca, que al reír
¡era como un jardín de carne melodiosa!
No sé si tornarás; jamás un nuevo amor
te borrará del fondo triste de mi memoria
eres como el fantasma de aquella adolescencia
por donde vaga, como por no sé qué avenida.
31
Ya no brillaban más que los fríos espejos,
y aún, como un agua suave, palpitaba la música;
y la ilusión, abierta cual una rosa triste,
se iba, por la ventana, a la quietud nocturna…
apenas nos veíamos; los rostros y las manos,
con blancor de magnolias, lustraban la confusa
elegancia de terciopelos y de sombras
que, en oleaje negro, colmaron la penumbra…
mi mano aprisionó tu mano. Lo que entonces
sentimos no podremos resucitarlo nunca…
tú soñabas conmigo los sueños de mi vida
yo soñaba contigo los sueños de la tuya…
32
Tenía esa blancura que tiene la magnolia
bajo el verdor lustroso y en sombra de su árbol;
el brazo era más blanco que el rostro, el pecho más
que el brazo, el muslo más que el pecho…
un blanco vago, adolescente, crudo, mate,
que daba al alma
la nostalgia incurable del amor dulce y casto,
el pobre amor que cae, sangriento y sollozante,
¡bajo el ímpetu torvo y ardiente de los años!
¡armonía cerrada, beso limpio, secreto
respetado! ¡pasión que quedaba en los brazos,
que se hacía ideal, que moría de pena
junto a la tibia fuente de los ojos con llanto!