Adolfo Bioy Casares nació y murió en Buenos Aires, 1914-1999. Como tantos otros escritores empezó a escribir muy temprano y por el privilegio de pertenecer a una familia acomodada tuvo a su alcance bibliotecas exquisitas, viajes soñados, estudios diversos y sobre todo tiempo, tiempo ilimitado para lecturas y escrituras, ajeno a los avatares de aquellos que deben ganarse el sustento diario.

Su familia apoyó desde siempre su inclinación por la literatura y fue la madre quien decidió pedir a su amiga Victoria Ocampo —creadora y directora de la revista Sur— consejo para elegir, entre los escritores del momento, alguno que sirviera de guía y maestro para su hijo. La elección recayó en Jorge Luis Borges que en ese momento, 1932, ya se perfilaba como un escritor que ganaba enorme prestigio en el medio intelectual.

El joven discípulo que tenía entonces 18 años encontró en el maestro las respuestas a sus inquietudes y pese a la diferencia de edad —Borges tenía 33—, cultivó desde entonces y hasta su muerte una amistad leal y profunda, plenamente correspondida y una suerte de devoción, alimentada permanentemente.

Ambos compartían además un círculo de amigos al que frecuentaban las hermanas Ocampo. En 1940 Bioy se casó con Silvina, hermana de Victoria.Todos participaban tanto de la revista como de la editorial Sur y la relación literaria los hizo lectores y comentaristas entre sí y culminó con la experiencia límite de la escritura en colaboración.

Adolfo Bioy escribió con Silvina Ocampo la novela Los que aman, odian en 1946, y con Jorge Luis Borges, en 1942, Seis problemas para Isidro Parodi y en 1946 Un modelo para la muerte y Dos fantasías memorables. Esta experiencia se repitió en la década de los 60 con Crónicas de Bustos Domecq y otros.   

Bajo el pseudónimo de Bustos Domecq o Suárez Lynch, un juego en el que combinaban algunos de sus apellidos, Borges y Bioy Casares ofrecieron al público lector uno de los experimentos literarios más inteligentes y humorísticos enriquecidos con recursos como la ironía y la parodia y que sorprendieron por el giro novedoso e irreverente que contenían.

Pero 1940 representó para Bioy además el éxito personal por la publicación y la recepción de su considerada primera novela, ya que tiempo atrás había renegado de todos sus escritos anteriores. La invención de Morel fue prologada por Borges, para quien no era una exageración considerarla como novela perfecta. La novela mostró los nuevos presupuestos estéticos que tenían que ver más con las alusiones y las sugerencias y que, en este caso, echó mano de algunas teorías científicas y filosóficas como simples materiales para la construcción de la invención fantástica.

La percepción de la realidad, la concepción de la pluralidad de mundos, la presencia de hechos irreales y anormales y su problematización, la extrañeza y la inestabilidad narrativa contienen, a lo largo de la novela, una interrogación constante sobre qué es lo real, qué es lo que sucede verdaderamente.

La trama narra cómo un expresidiario fugitivo se refugia en una isla que cree deshabitada. Sin embargo, poco después percibe que no está solo aunque los seres que lo acompañan parecen espectrales. Descubre entonces el invento de Morel, un complejo mecanismo capaz de captar para la eternidad la imagen de un grupo de amigos y la de su inventor. El invento descubierto repite en sus proyecciones los actos realizados por esos personajes “virtuales” (Bioy Casares se anticipó más de medio siglo al presentar una realidad virtual) durante una antigua estadía que al repetirse incansablemente remite a una visión cíclica del tiempo y de la eternidad.

En esta novela presentó muy tempranamente la percepción de los sucesos, primero, desde distintas perspectivas narrativas, desde sujetos de enunciación distintos y simultáneos, situación que produce un efecto de ambigüedad y que a la vez proyecta la posibilidad de encontrar en el texto y su interpretación distintos sentidos.

El argumento se complica cuando el fugitivo se enamora de Faustine, cuya imagen cautiva en la proyección de Morel, lo seduce hasta hacerlo investigar sobre el mecanismo que le permita entrar a la realidad virtual que habita su amada.

En líneas generales, la primera etapa de la narración fantástica de Bioy Casares se estructura en torno a imágenes espectrales y esquivas dentro de tramas muy elaboradas, mientras que en los relatos policiales, su otra gran pasión, trabaja en torno al desciframiento o la decodificación de un enigma a la manera de los relatos policiales clásicos pero con un excelente sentido del humor, como ya se ha dicho, especialmente en aquellos relatos cuya autoría es compartida con Borges.

 A La invención de Morel le siguieron Plan de evasión, La trama celeste y El sueño de los héroes, obras que, en gran medida, tienen los mecanismos de la ambigüedad, la pluralidad de voces narrativas y las relaciones intertextuales de mayor complejidad aún que las presentadas en su ópera prima.

Por otro lado, los espacios utilizados en las representaciones fantásticas de estas primeras novelas son muy particulares; lugares limitados, reducidos, herméticos, aunque se trate de una isla, que se diferencian de las novelas posteriores en las que los espacios están localizados, casi siempre, en barrios de Buenos Aires, en sus suburbios o en el corazón de la Capital Federal. Este desplazamiento que va de geografías remotas a lugares tan conocidos permite a Bioy Casares incorporar un lenguaje más coloquial, barrial y del lunfardo popular (sin caer en el pintoresquismo del color local)  combinándolos con la mención de varios mitos porteños y urbanos.

Sin embargo, también en esos espacios minuciosamente descriptivos de referencias y detalles que diseñan una topografía realista se va incorporando una atmósfera aterradora o desconcertante, un clima de desasosiego como en la paradigmática novela El sueño de los héroes.

Hay que mencionar que más allá de las etapas cronológicamente demarcadas y las características mencionadas, se puede además seguir las huellas de un recorrido que se extiende a lo largo de toda la obra de Bioy Casares y que se constituye en uno de los rasgos dominantes de su narrativa: el ideal de austeridad, reconocible desde sus renegados inicios hasta sus últimos relatos. Toda la trayectoria literaria de este autor se presenta como un aprendizaje orientado hacia la claridad y la sencillez del estilo y la composición.

Para muchos de sus críticos, Bioy Casares fue sin duda un modelo de cálculo y precisión narrativa que alguna vez estuvo amenazado por juegos intrincados en tramas e historias muy complejas pero que, a pesar de ello, construyó verdaderas “máquinas de relojería” y que, fiel a sus inicios, conservó intacto hasta el final el interés por las convenciones propias de los géneros fantástico y policial, considerados por él como patrones de “sabia construcción”.

En las novelas de su segunda etapa ya no se trata de interrogar la naturaleza de lo real a partir de las posibilidades imaginarias y estéticas sino de instalar la pregunta en ámbitos más familiares, de provocar una experiencia insólita en la realidad cotidiana, medio que resultó más eficaz para la fantasía. A partir de entonces quedó también muy clara la estrecha relación entre sus novelas y relatos fantásticos con los policiales.

Bioy Casares incorporó en la segunda etapa de su obra un par de  novedades. Por un lado, estableció un claro propósito de descomprimir las severidades de la trama dando más importancia a la construcción de los personajes, sin caer en el análisis de los procesos mentales propios de las novelas psicológicas y, por el otro, puso mayor interés en el diálogo confiriéndole la jerarquía de procedimiento central en la configuración de los personajes; las conversaciones de éstos aparecen  ligadas al desarrollo de la acción y exponen la convicción expresada por el autor en sentido de que el relato debe ser un modo de comunicación, lo más llano y natural posible.

Al respecto, Ricardo Piglia dice sobre Borges algo perfectamente aplicable a Bioy Casares en relación al arte de narrar. En sus narrativas es posible “oír un relato que se puede escribir y escribir un relato que se puede contar en voz alta”.

Si bien a fines de los 50 Bioy se distancia brevemente del relato fantástico, lo retoma dándole una vuelta de tuerca al incorporar a sus tramas el humor, cada vez más satírico, y la ironía. También el recurso de la parodia fue un medio elegido para reinventarse dentro del género fantástico. Por ejemplo, en el relato Los afanes uno de los más logrados de su libro El lado de la sombra de 1962, expone un argumento que es una parodia de su propia novela La invención de Morel. De esa manera Bioy Casares alcanzó la cima en el tratamiento humorístico que es poder reírse de uno mismo.

En Historias desaforadas de 1986 aparecen gigantes, tónicos mágicos con efectos indeseados, enormes monstruos que viven en el fondo de un lago o ratas misteriosas como algunos de los agentes elegidos para provocar finales insólitos e hilarantes. También el humor es el componente decisivo que impregna con mayor o menor énfasis los textos y que marca la intención de las anécdotas y la resolución de cada uno de los relatos.

En un balance general de su obra, es ya un lugar común entre los críticos y estudiosos de Bioy Casares afirmar que “al inventor de tramas perfectas, consagrado en su juventud, le sucedió el gran narrador satírico y paródico de los años de madurez”.

Bioy Casares demoró décadas ensayando la renovación del género fantástico como un modelo redefinido a partir del humor. Este rasgo y la búsqueda de la austeridad narrativa, ya mencionada, son dos marcas indelebles de su poética literaria. Pero hay algo más. Bioy Casares, literariamente hablando, fue escritor de un solo amor. En una entrevista confesaba: “Me encantaría escribir algo que no fuera literatura fantástica, pero esta mente que tengo no me da más que para historias fantásticas”.

Escribió como ya se dijo, y con gran éxito, relatos policiales y dirigió junto a Jorge Luis Borges la colección El séptimo círculo que reunió relatos de ese género durante varios años, pero su paso por lo fantástico no fue, como para otros escritores, solo circunstancial. Por el contrario, pese a las innovaciones que fue incorporando, se mantuvo siempre fiel a un género del que no fue solo su más entusiasta promotor sino su más duradero y constante cultivador.

A lo largo de su vida recibió múltiples reconocimientos y premios nacionales e internacionales y en 1990 obtuvo el galardón más importante de su carrera cuando le otorgaron el Premio Cervantes de Literatura.

Descanzo. Sobrevivió a  Borges, su entrañable amigo y maestro, a Silvina, su esposa y colega, a su hija Marta, a Victoria Ocampo, a Julio Cortázar, a José Bianco y a casi todos los escritores y familiares de su generación. En su libro de brevedades Descanso de caminantes, diarios íntimos, que se publicó póstumamente, registró la memoria de su vida privada y pública, criticó y evocó a distintos personajes, pero sobre todo escribió una miscelánea de ideas y reflexiones, a menudo interrumpidas por simples impresiones que configuraron una especie de notebook lleno de curiosidades y revelaciones.

Las páginas finales, escritas diez años antes de su muerte, se  tiñen de cierto escepticismo y traslucen una creciente preocupación por los síntomas de la decadencia física. Sin dramatismo comenta cómo se fue quedando solo, cómo el mundo nunca fue el mismo sin Borges, cómo el sueño se le hacía cada vez más esquivo hasta que el texto queda interrumpido en la última referencia temporal que data del mes de junio de 1989.

Como una prolongación de su obra la ilusión de eternidad, tantas veces representada en su literatura, está fantásticamente instalada en La Biela, emblemático café del barrio de Recoleta en Buenos Aires. Frente a la puerta principal y en la mesa que siempre escogieron y compartieron están sentados Bioy Casares y Jorge Luis Borges  conversando en la placidez de un tiempo infinito, mientras cientos de ojos curiosos los miran suspendidos entre la alucinación y la realidad.