El artista David Crespo Gastelú solo vivió 45 años, pero los aprovechó bien. Fue muy conocido en su tiempo como caricaturista pero, para cuando murió en 1946, ya tenía una dilatada obra como pintor, ilustrador, editor y fotógrafo. De hecho, el Espacio Simón I. Patiño inaugurará el martes una exposición retrospectiva sobre este artista gráfico total y ha tenido que habilitar una sala adicional para poder mostrar solo una parte de su producción. Su nieta, Ligia Siles, no oculta su asombro: “Incluso tenía fama de buen pianista. La verdad, yo no sé de dónde sacaba tiempo para hacer tantas cosas”.

La obra de Crespo Gastelú se conserva prácticamente intacta gracias a su esposa, Gloria Serrano y a Siles. Su nieta, profesora de arte, dedicó cuatro años de trabajo intenso a rescatar, preservar y clasificar la gran cantidad de material que su abuela guardaba con cariño, pero sin orden. Incluso contrató documentalistas que la ayudaron y que más tarde escribieron una tesis sobre el proceso. Michela Pentamilli, directora del Espacio Patiño y curadora de esta exposición, alaba “el tremendo trabajo, muy cuidadoso y muy profesional” de Siles. Gracias a él, funciona un pequeño museo permanente en la casa del artista, junto al parque Laikakota de La Paz, en el que se muestran algunas de las obras que se pueden contemplar en esta exposición.

Crespo Gastelú fue un gran animador del ambiente cultural boliviano de la época. Cultivó la amistad y colaboró con Óscar Cerruto, Cecilio Guzmán de Rojas, Marina Núñez del Prado y muchos otros, y militó en la corriente indigenista. También tenía estrechos lazos con artistas extranjeros como el peruano Gamaliel Churata —que incluyó un texto de Crespo Gastelú en uno de sus libros— y del argentino José Américo Malanca. Colaboró en la película Wara-Wara, de su también amigo José María Velasco Maidana, y en sus últimos meses en Sucre tuvo como alumno a Walter Solón.

Como pintor indigenista se centra en el hombre como parte del paisaje, conectado directamente con la tierra, y ensalza la raza del indígena. Como ilustrador inventó sus propias tipografías para los libros que editaba, con un estilo propio entre el art nouveau y el art déco. Como caricaturista en periódicos y revistas paceños, retrató su época: la vida social, la intelectual y la política, con la que se mostraba muy crítica. Él se declaraba de izquierdas, aunque no llegó a militar en ningún partido. Siles espera que tras la exposición, alguna institución pública se haga cargo de la obra de Crespo Gastelú para que no se pierda tan completísimo testimonio sobre toda una época.

Ironía y cosmos andino

Mario Apaza – Artista y docente

Sin lugar a dudas, David Crespo Gastelú se encuentra entre los más representativos caricaturistas bolivianos de todos los tiempos. Es más, fue el primero en organizar una exposición de este género en nuestro país, el 3 de febrero de 1925 en La Paz. Sus caricaturas están cargadas de ironía y mordacidad. Su estilo es muy peculiar: en la mayoría de los casos su estilización llega a su máxima expresión y síntesis, captando en cada uno de sus personajes la parte psíquica y manifestando su personalidad.

Esas cualidades hacen que su obra en este campo sea simplemente admirable y única. Como ilustrador y como caricaturista Crespo Gastelú trabajó en muchos medios de comunicación escritos, enfrentando con humor satírico los problemas sociales, la injusticia de su tiempo, llevando verdades entonces desconocidas o ignoradas a diferentes ámbitos de la sociedad. Cualquiera que quiera dedicarse a este campo del dibujo debería analizar y estudiar las caricaturas de Crespo Gastelú.

Haciendo una analogía, al Crespo Gastelú pintor se lo puede equiparar con el cronista del Siglo XVI Huamán Poma de Ayala. Como él, documentó en sus pinturas muchas de las vivencias de los aymaras y quechuas. Es uno de los pintores que más se comprometió con los sentimientos y las vivencias del hombre y mujer andinos. En sus muchos viajes recogió infatigablemente centenares de escenas de la vida de los habitantes del altiplano, sintiendo hondamente los dolores de su tierra y de sus hombres. Así, por medio de sus obras la voz de la raza habló con acento propio. Como hijo de la altipampa que fue, comprendió la tierra y al indígena, y dialogó con ellos. En sus dibujos y bocetos se pueden observar a los aymaras y quechuas en diferentes celebraciones festividades autóctonas, lo que le convierte en pintor de las emociones, del espíritu y de alma y del folklore andinos.

Técnicamente muestra un gran manejo del color y la luz. Empleó el guache (témpera), acuarela y el óleo en sus cuadros y, en los dibujos, el grafito, carboncillo, lápices de color, sanguina y carbón, tinta china, y técnicas mixtas. Hizo que estas herramientas vibraran ante los tonos agrestes de la tierra y del paisaje, para emanciparse casi por completo de las modalidades técnicas de la pintura europea. Así planteó una nueva manera y un nuevo lenguaje de formas con las que expresa la emoción del cosmos andino mediante el ritmo de la línea y el color.

Nació en Corocoro en 1901, lugar famoso por sus minas. Allí presenció el sufrimiento del minero y desde entonces lo plasmó en sus dibujos. Viajó a Perú, a Chile y Argentina, donde estudió y perfeccionó su arte y donde se inició en el muralismo. A su retorno a Bolivia estuvo como director de la Escuela de Bellas Artes en Sucre durante un tiempo corto, hasta que le alcanzó la muerte. Es contemporáneo de Ana María Pacheco y Cecilio Guzmán de Rojas, y con ellos viajó a Chile para representar a Bolivia en la exposición internacional de Viña del Mar el año 1940.