Un elenco de lujo, una directora laureada y un texto incisivo y cómico aparentan ser los ingredientes de una receta sin fallas, pero aun así Filomena y Domingo no llega a satisfacer las espectativas. Esta pieza es la adaptación que Maritza Wilde hizo de la obra Filomena Marturano, de Eduardo De Filippo. La trama gira entorno a la relación entre Filomena (interpretada por Marta Monzón) y su amante, el millonario Domingo Soriano (Cacho Mendieta).

Monzón se roba el escenario. Su Filomena, una mujer que quiere legitimar su relación con su amante de larga data, es estridente y ácida. Consigue que sus frases, especialmente cuando se dirige a Domingo, sean duras y llenas de revelaciones sorprendentes, cómicas o dramáticas.

Las diferentes capas del personaje quedan retratadas gracias a los cambios en el tono y el volumen de su voz. Cuando Filomena revela que sus manipulaciones han dado resultado, la actriz recorre el escenario como si estuviera en una pasarela de modelaje, exhibiéndose y hablando con voz fuerte y de forma condescendiente. Pero cuando habla de sus motivaciones sus movimientos son cerrados, y su voz pasa de suave a furibunda cuando Filomena se siente cuestionada. En el monólogo en el que cuenta su historia hace una apasionada y sobrecogedora confidencia al público, en la que retrata a toda madre cuando asegura que “los hijos son los hijos”.

También destacable es la enfermera Diana (Daniela Lema), una joven que ve en Domingo un ticket hacia la riqueza y en Filomena, un obstáculo. Se muestra seductora frente al varón y prepotente con la sirvienta Rosalía (Agar Deloz) y su amigo (Raúl Pitín).

Los otros intérpretes no llegan a sentirse cómodos y ni a convencer en sus papeles. Cacho Mendieta recuerda a un viejo cascarrabias en lugar de a un Don Juan maduro; Deloz es más una trabajadora del hogar andina que la picarona confidente de Filomena, mientras que el personaje de Raúl Pitín sufre de textos que, queriendo denotar educación, muestran a un funcionario chupamedias simplón.

Parte del problema reside en que no se adaptaron los diálogos al lenguaje nacional, y se insiste con poca fortuna en imitar el acento italiano. El “Domenico” con el que Alfredo se dirige a su amigo choca con el Domingo que usa el resto. El “mamma mía” de Deloz sale forzado, casi como si fuera obligatorio recordar al público que la obra es italiana. Monzón es la excepción, y logra darle algo de naturalidad a los innecesarios “ma qué cosa”.

El escenario es demasiado grande, lo que dificulta entender los parlamentos que suceden casi en la parte posterior. Sin embargo la sencillez de la escenografía y de la utilería resultan muy efectivas. Con todo, Filomena y Domingo ofrece casi una hora de humor y drama a la italiana.