Seis cuentos que queman en las manos
Maximiliano Barrientos explora los impactos de la violencia, el alcohol y los traumas en ‘Una casa en llamas’
La editorial El cuervo acaba de publicar en Bolivia Una casa en llamas, del cruceño Maximiliano Barrientos, un libro que ya salió hace unos meses en Argentina y que junta seis cuentos impactantes, poblados de personas solitarias, agobiadas por el calor de Santa Cruz y por el dolor de las heridas que causan el pasado y la violencia. Barrientos es autor de los libros de relatos Diario (2009) —Premio Nacional de Literatura de Santa Cruz— Los daños (2006) y Hoteles (2007), y de la novela La desaparición del paisaje (2015), publicados por la editorial española Periférica. En su estilo directo, intenso y casi descarnado se puede encontrar la influencia de Cormac McCarthy y Ernest Hemingway.
— El fuego está presente en el título del libro y en la mayoría de los relatos. ¿Representa algo concreto, una purificación, una catarsis?
— Yo no lo pienso como una metáfora consciente y me abstengo a darle alguna interpretación. Creo que si uno sabe de antemano por qué se repiten ciertas imágenes o ciertos motivos, la narración nace muerta. En la ficción, a diferencia del periodismo, se requiere cierto nivel de ceguera, de oscuridad. Hace falta que haya cierto desconocimiento esencial, si no, no hay misterio.
— Los personajes están marcados por un pasado traumático, ¿se resisten a cambiar y enfrentar su futuro?
— Todos los personajes están cruzados por niveles de intensidad y a ella responde la violencia que hay en los relatos. Incluso en el pasado, que es un tema fuerte en algunos cuentos, como en El fantasma de Tomás Jordán, la intensidad determina un sentido. Vivir fuera de ese lugar es el problema.
Incluso si esto implicara renunciar a un estado de crisis, creo que es un sacrificio que no estarían dispuestos a hacer.
La crisis del luchador en el primer relato, No hay música en el mundo, va por ese lado. Él presiente que su cuerpo ya no puede estar conectado con esa intensidad, y ahí ocurre la debacle.
— ¿Por qué la violencia, explícita, implícita, física y psicológica está tan en el centro de sus cuentos?
— Creo que esa preocupación por retratar la violencia marca un punto de quiebre con respecto a mis primeros libros. La violencia saca a los personajes de la mente, los devuelve al mundo, y eso es algo que me interesa. Como si la violencia los devolviera al cuerpo, les enseñara a vivir en el cuerpo.
— El alcohol y el calor también agobian y casi se podrían considerar como unos personajes más.
— El calor es una presencia constante porque todos los cuentos, a excepción del primero, están ambientados en Santa Cruz. Me interesa cómo el clima puede acompañar a los estados mentales. Me interesa cómo el espacio se vuelve una prolongación de los estados de ánimo.
Con el trago pasa algo parecido. Es como si a un irlandés le preguntaran por qué hay tanto alcohol en sus libros. Es como el aire, algo natural, algo que se asume y no se cuestiona. En Bolivia se bebe un montón, por eso quizás no necesitamos terapeutas ni psicoanalistas.
— ¿Busca hacer una literatura visual con su estilo tan directo?
— Busco que el lenguaje sea una experiencia en sí misma. Busco que el lenguaje me haga sentir cosas, y esto no se consigue si el lenguaje revela su condición de artificio. Para mí el verdadero gesto poético radica en esa invisibilidad, es a eso a lo que yo llamo precisión. La literatura estremece o deprime o te consuela, en cualquier caso es una experiencia corporal, sensorial, y esto no creo que se consiga si el lector es consciente en todo momento que lo que está haciendo es leyendo lenguaje.
— La literatura y el cine, ¿tienen mucho o poco en común?
— Creo que fue Godard el que dijo que si un guión de cine te llega a emocionar entonces habría que publicarlo como una novela. Si el guión es simplemente un esquema que muestra cómo se desarrollarán los acontecimientos, entonces no es literatura, es un medio para otra cosa.
Ese grado cero de escritura, si produce un efecto, si te hace llorar o reír, si te encoge de miedo, entonces es literatura. No hay una fórmula que determine cuándo un texto se vuelve literario, pero creo que eso se puede ver en los efectos que le producen al lector. Hemingway es un estilista. Nabokov también lo fue, y su lenguaje es completamente distinto al de Hemingway, responde a una lógica opuesta. En cualquier caso, ambos son literatura.
— ¿Tiene un método de escribir? ¿Enfrenta de forma diferente los cuentos y la novela?
— Cuando tengo algo que contar, escribo. Cuando no, espero a que algo ocurra en mi cabeza. No lo fuerzo. Soy paciente. Cuando ya tengo una idea y una noción de estructura, el libro se escribe rápido pero me demoro bastante en corregirlo. Encuentro mucho placer en editar, que ese es un aspecto menos ansioso y más frío del trabajo literario. Los desafíos que te imponen el cuento y la novela son distintos, depende del tipo de historia que estás contando. Yo sé muy bien qué historia da para un cuento y cuál da para una novela.