Conocido como el gran maestro del movimiento Hard Edge (pintura abstracta con contornos bien definidos), el artista Ellsworth Kelly murió el domingo 27 de diciembre de 2015 en su casa de Estado de Nueva York, a los 92 años. Se le consideraba uno de los autores más influyentes del arte abstracto del siglo XX. Sus obras eran codiciadas por los coleccionistas, y los principales museos de arte contemporáneo cuentan con ellas entre sus fondos a pesar de no haber protagonizado demasiadas exposiciones en todo el mundo.

Al ser expulsado del ejército al final de la II Guerra Mundial se inscribió en la Escuela de Artes Plásticas de Boston en 1945. Pero no tardó en retornar a París, ciudad donde había luchado como soldado y donde se había deslumbrado con las telas de los impresionistas y con los trabajos de Pablo Picasso, Constantin Brancusi, Jean Arp y Alexander Calder.
Kelly se hizo famoso por un estilo muy personal de experimentación con los colores, en el que combinaba tonos muy vivos sobre fondos neutros. Sus influencias eran muy eclécticas: desde el vuelo de las aves hasta sus trabajos como diseñador de camuflajes para el ejército estadounidense o sus creaciones de dibujos automáticos para los surrealistas. Se movió fuera del gran peso que por entonces tenían los expresionistas abstractos norteamericanos. Lo suyo eran más juegos de formas geométricas en torno al color tomados de lo que veía ante sus ojos: las combinaciones de luces sobre el río Sena, la configuración de las calles o las composiciones de las tuberías de agua en las fachadas de los edificios de París.
En 1996 declaró al periódico New York Times que no quería componer imágenes, sino encontrarlas: “Sentía que mi visión elegía aquello que debía mostrar. Para mí, la investigación de la percepción era lo más importante. Había mucho que ver y todo me parecía fantástico”. Así creó sus primeros paneles cargados de color y unidos al azar, con los que sorprendió al mundo artístico gracias a una peculiar visión de la abstracción en la que pintura y escultura eran concebidas de manera que se complementaban.
No tuvo mucho éxito en París pero cuando volvió a Nueva York en 1956 fue descubierto por la poderosa galerista Betty Parsons, quien expuso su obra y consiguió que la crítica especializada se fijara en él. Por entonces ya era uno de los miembros más destacados del Hard Edge. Logró su primer encargo: un mural para el vestíbulo de la estación pública de transportes en Filadelfia titulado sencillamente Mural para una gran pared. Un año después, el Whitney Museum de Nueva York adquirió la pintura Atlantic y el Museom of Modern Art (MoMA) le incluyó en la exposición 16 americanos, un certificado de grandeza para los muchos artistas emergentes que en esa década, entre los que se encontraban Rauschenberg, Stella o Nevelson.

RECONOCIMIENTO. “Creo que puedes apagar la mente y mirar solo con los ojos, y al final todo se hace abstracto”, declaró en una entrevista en 1991. La simplicidad y definición de sus formas y sus colores vibrantes y planos lo hicieron con el tiempo uno de los mayores exponentes de la pintura minimalista y de la corriente del Color Field, originada en Nueva York a mediados del siglo pasado y derivada del expresionismo abstracto y del modernismo europeo dominantes hasta entonces, a los que Kelly y otros artistas de su generación y de su ciudad decidieron oponerse conscientemente. Muchas de sus pinturas de las décadas de los años 50 y 60 consistían en una simple mancha geométrica de un color muy vivo sobre un fondo neutro.
Los grandes museos de arte contemporáneo de todo el mundo incluyeron su obra en sus fondos permanentes en los años 60, la década en que la crítica le reconoció como un grande. En 1966 representó a Estados Unidos en la Bienal de Venecia y dos años después participó en la Documenta de Kassel. Sin embargo, las exposiciones antológicas no fueron muy numerosas. El MoMA le dedicó una retrospectiva en 1973 y otra el Guggenheim en 1996. En Europa, el mayor reconocimiento lo tuvo en 1979 en el Rijksmuseum de Amsterdam.