Trumbo
Una película que quiere homenajear a un guionista que sufrió represalias y que fracasa, precisamente, por la fragilidad de su guion
Toda una paradoja: el cine, blanco preferencial de la época macartista y sus procedimientos, nunca pudo hacer el debido ajuste de cuentas. No es que no lo hubiese procurado, pero en cada intento mostró severas dificultades para volver la mirada con la agudeza requerida para recrearla de manera convincente. Casi todos los ensayos hicieron mal los deberes, y si Buenas noches y buena suerte (George Clooney, 2005) consiguió acercarse al enrarecido clima de la época, Trumbo resbala en toda la línea, sobre todo debido a la fragilidad de su guion, lo cual no deja de ser llamativo tratándose de homenajear al guionista Dalton Trumbo, una de las víctimas de aquella infamia. Fallida pretensión.
La paranoica búsqueda de comunistas fogoneada por los sectores más obtusos del establishment, más que nada el temido Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy —una suerte de Ku Klux Klan de toga y corbata legalmente habilitado para poner en escena la “versión Guerra fría” de la Inquisición— convirtió en lícitas y honorables la delación, la asfixia de toda idea divergente y la mentira, a las cuales se acogieron celebridades mayores y menores para salvar sus trabajos. Peor todavía, según apuntó algún protagonista: “para salvar sus piscinas”. Tal vez aquella extendida complicidad, por acción u omisión, aclare un tanto las causas de la paradoja: hubo demasiada gente implicada y por eso la industria, a cuyo servicio continuó buena parte de esa gente, prefirió mirar para otro lado.
Que un personaje tan ridículo como la fracasada aspirante a estrella y exitosa cizañera profesional Hedda Hooper —cuyas detestables columnas de chismes llegaban a 30 millones de lectores— se convirtiese en la bastonera de la defensa del modo de vida americano, dice mucho acerca de la histeria de aquellos oscuros años. La caracterización de Ellen Mirren, de lo mejor de la película, no exagera un ápice si damos crédito a las descripciones de su tiempo.
Jay Roach incurre en lo que al parecer pretende denunciar: la caricaturización de un complejo momento histórico, reducido a una confrontación telenovelesca de buenos y malos. El director trata de evitar la solemnidad con el humor ácido y patina hacia el otro extremo: el trazo grueso, el lugar común y, cuando ya no queda otra, la inclusión de fragmentos de noticieros y documentales de la época, recurso que no aporta matices y da la impresión de haber sido usado a guisa de salvavidas cuando las ideas, muy pocas, flaquean.
Tampoco conviene mezclar las valoraciones, como hace la película. Nadie puede poner en duda que Trumbo, el guionista mejor pagado y exitoso, era un tipo valiente, consecuente con sus ideas y leal con sus pares, que las pasó negras debiendo apelar a todo su ingenio para sobrevivir. Pero de allí a dar por hecho que se trataba de un gran guionista, lo que me atrevo a poner en cuestión, media una distancia que el plano e insípido libreto se salta con garrocha, entre otras cosas por una incapacidad de contextualizar el cine norteamericano en el entorno del cine mundial de la época.
El típico ombliguismo de “la fábrica de sueños” le juega una pésima pasada. Espartaco (1960), que de acuerdo con Roach marca la elevación de Trumbo al panteón de los guionistas, coincidió con el principio de la considerada década de oro del cine. Muchas obras de autores relevantes, como los clásicos mayores de la Nouvelle Vague —la “nueva ola” francesa—, datan de esos mismos años: El bello Sergio (Claude Chabrol), Los 400 golpes (Francois Truffaut), Hiroshima mon amour (Alain Resnais), Sin aliento (Jean Luc Godard), La aventura (Michelangelo Antonioni), La dolce vita (Federico Fellini), Psicosis (Alfred Hitchcock), Nazarín (Luis Buñuel) o Shadows (John Cassavetes).
Espartaco tenía detrás una sólida novela de Howard Fast, pero de la película queda la frase “yo soy Espartaco” deslizada en el texto a modo de una declaración de principios compartida por Trumbo y Kirk Douglas, junto a un puñado de escenas en las que el director Stanley Kubrick, ni más ni menos, saca a relucir su talento, aun si esta película no marca un pico dentro de su filmografía pues fue contratado cuando el rodaje ya llevaba un par de semanas bajo la batuta de Anthony Mann. Aun estando muy por encima de buena parte de las superproducciones de parecido calado, es la menos personal de sus realizaciones, y a lo largo del rodaje tuvo frecuentes encontronazos con el productor y protagonista Douglas, entre otros motivos porque Kubrick consideraba muy malo el guion.
Peor todavía, al fincar en la obtención del Oscar (el típico y tópico, final feliz del cine norteamericano), Roach incurre en la definitiva falsificación de aquello que pretende poner en cuestión —un ambiente dispuesto a vender su alma al diablo por la fama— e incluso de las ideas de su biografiado, quien obtuvo la estatuilla en dos ocasiones anteriores (Vacaciones en Roma [William Wyler, 1953] y The Brave One [Irving Rapper, 1956]) por libretos obligadamente firmados con seudónimos.
Trumbo era un tanto excéntrico. Le fascinaba escribir en la bañera, consumiendo unos tras otros whiskys y cigarrillos. Sin embargo, la película no se contenta mostrando una o dos veces esa suerte de manía, cree necesario hacerlo a cada momento, quitándole al apunte toda mordiente y sorpresa. En el rol protagónico, Bryan Cranston, mal dirigido y encasillado por la torpeza del tratamiento narrativo, hace de la excentricidad del personaje un tic permanente, sobreactuando con un festival de muecas al punto de volver desagradable al personaje. Un yerro que, sumado a los otros, traba toda posibilidad de identificación del espectador con ese hombre perversamente maltratado por la intolerancia.
La intolerancia, que en definitiva era la materia a poner en foco, queda ahí, diluida en medio de un relato bien empaquetado en cuidados de ambientación y reconstrucción de ambientes. Pero estos son valores comunes de cualquier producción con suficiente presupuesto sin que impliquen mayor mérito cinematográfico en sí. Al fin y al cabo la pulcritud técnica es lo menos que se le puede pedir a una industria de semejante envergadura.
Ficha técnica
Título original: Trumbo. Dirección: Jay Roach. Guion: John McNamara. Libro: Bruce Cook. Fotografía: Jim Denault. Montaje: Alan Baumgarten. Diseño: Mark Ricker. Arte: Lisa Marinaccio, Jesse Rosenthal. Maquillaje: Luisa Abel. Efectos: Mark Hava, Mike Krueger. Música: Theodore Shapiro. Producción: Kevin Kelly Brown, Michelle Graham. Intérpretes: Bryan Cranston, Michael Stuhlbarg, David Maldonado, John Getz, Diane Lane, Laura Flannery, Helen Mirren.