Más allá del barroco
El festival de Chiquitos celebra 20 años en continua progresión gracias a los hallazgos de nuevas partituras de música antigua
El Festival de música barroca y renacentista americana de Chiquitos ya tiene un nombre largo, pero va a tener que alargarlo aún más o cambiarlo de alguna manera para que refleje bien en lo que se ha convertido tras dos décadas sin dejar de crecer. Ahora se extiende a la música antigua en general y en la XI edición —la que festeja el 20 aniversario y se va a celebrar desde este viernes hasta el 1 de mayo— alcanzará no solo las misiones jesuíticas, sino también las franciscanas y sonará en 26 escenarios de Chiquitos, Guarayos, el Chaco, la ciudad de Santa Cruz y Tarija. Algo muy diferente a cuando empezó en 1996, solo en los pueblos de San Xavier y Concepción y en Santa Cruz. Entonces 355 músicos de ocho países ofrecieron 32 conciertos, mientras que ahora serán 145 presentaciones a cargo de 1.000 instrumentistas, 760 de ellos bolivianos y los demás llegados de 23 países.
Pero tanto crecimiento no ha cambiado el planteamiento básico de Piotr Nawrot, el músico, musicólogo y sacerdote de origen polaco que dirige del festival desde sus comienzos y que se sigue enfocando principalmente “en la música que se encuentra en los archivos del oriente de Bolivia y de todo el país; sobre todo en la misional porque en ella Bolivia es líder mundial y no hay quién pueda ni siquiera compararse”. Para completar el programa de los conciertos la Asociación Pro Arte y Cultura (APAC), organizadora del festival, ha incluido otras músicas americanas y europeas, aunque estas últimas sirven más que nada de referencia, para contextualizar a las otras dos. Los oyentes podrán distinguirlas aunque no sean expertos: “También hay aspectos musicales, pero es más fácil discriminar por la lengua. Se van a escuchar óperas, motetes, letanías y misas con textos en chiquitano y guaraní, en quechua y en aymara”.
Las partituras bolivianas se encuentran en los archivos, pero no al alcance de cualquiera, porque muchas han estado perdidas o ignoradas durante siglos hasta que Nawrot y otros musicólogos se empeñaron en buscarlas. “En 20 años hemos publicado 40 volúmenes con las investigaciones y no hemos llegado ni al 15 por ciento de lo que hay para estudiar”, dice. De los jesuitas se conoce bien lo que está en el archivo de Chiquitos y el de Moxos, pero en Sucre y en Tarija hay una enorme colección de obras compuestas en las misiones franciscanas. Y a pesar de su antigüedad se puede considerar música nueva porque ahora está empezando a salir a la luz y a tener una importante presencia en los conciertos. Cada dos años, cuando el festival termina, Nawrot y su equipo dedican 11 meses a rescatar partituras. Deciden cuáles de ellas son las más interesantes para la próxima edición y se las envían a los músicos de Bolivia y del mundo, que cuentan con otro año para prepararlas.
Entre las obras nuevas de 2016 destacan dos del compositor Pedro Ximénez, que se convierten en una buena muestra de cómo el festival está ampliando su espectro, porque se trata de música profana y posbarroca, de la primera mitad del siglo XIX. Se van a estrenar la Sinfonía número 40 y el Divertimento concertante para la guitarra, que le convierten en “un compositor de primerísima importancia, universal, un poco como Mozart y Haydn”, en opinión de Nawrot. Otra novedad es la Misa Potosí, del potosino Julián Vargas, compuesta de 1783 a 1785. La música barroca y posbarroca de esta ciudad hoy se considera perdida, y por eso es importante el hallazgo de estas partituras, que estaban repartidas entre los archivos de Chiquitos, Moxos y Sucre, y “poco a poco fueron apareciendo, como si fuese un milagro”.
JOYAS. El barroco misional mantiene el protagonismo en el festival, y en esta edición se le dedican dos programas completos a “pequeñas joyas” compuestas para coro y orquesta y encontradas en Chiquitos y Moxos. Otro programa se centrará en estrenar las obras atribuidas a Martin Schmid, el padre jesuita suizo que hasta ahora era conocido por su faceta de arquitecto constructor de las iglesias misionales de Concepción y San Miguel y de los retablos que las presiden. De Roque Ceruti se va a escuchar Vísperas, una obra con muchos parecidos a la más famosa de Claudio Monteverdi, del mismo título. Ceruti era italiano, pero trabajó en Lima y Trujillo a principios del siglo XVIII y ésta, que es su obra cumbre, fue transcrita e interpretada muchas veces en Sucre. Se trata de un trabajo monumental, el mayor encontrado en América, escrito para cuatro coros de tres voces cada uno y un ensamble orquestal, que incluye varias arias de solistas y dúos.
El director de orquesta Ramiro Soriano, que inició las investigaciones con Nawrot y que desde entonces sigue el festival de cerca, destaca la calidad de los grupos extranjeros: “Son de los mejores del mundo en este tipo de música, realmente muy buenos”. Su repertorio se basa en la música europea, que supone un 20 o 25 por ciento de todo lo que se toca en el festival y que tiene un hueco porque también se escuchaba en las misiones en los siglos XVII y XVIII. Telemann, Bach, Scarlatti, Mozart o Vivaldi eran interpretados por los indígenas, como demuestran los archivos, pero en muchos casos filtrados por su genio y su forma de entender el mundo. Era normal que los músicos de las misiones se negaran a ser meros imitadores de la cultura europea y que introdujeran variaciones en las partituras e incluso las escribieran de nuevo. “Así tenemos seis misas de Giovanni Batista Bassani, a las que hoy en día decimos ‘Bassani italiano’ cuando las tocamos según la copia de Italia, pero las llamamos ‘Bassani chiquitano’ cuando tocamos la versión que se hizo aquí, con rostro indigenal”, señala Nawrot.
EXPORTACIÓN. Los grupos extranjeros que participan en el festival traen muchas composiciones antiguas de su continente, pero están obligados a incluir en sus repertorios obras renacentistas o barrocas en Bolivia. No solo porque así tienen mayor presencia en estos 10 días, sino porque esta exigencia se convierte en una forma sutil de exportación: si un músico aprende una obra la está incluyendo consciente o inconscientemente en su repertorio, y es muy probable que la toque más tarde en otros escenarios. Una manera de salir al exterior, algo que la música chiquitana “ha logrado y está logrando cada vez más”, según Soriano. De hecho, en el muy prestigioso Royal Concertgebouw de Ámsterdam, en Londres, en Washington, en Viena, en Japón, en Singapur y en Johannesburgo ya se han escuchado conciertos dedicados a ella, interpretados por orquestas de allá o por bolivianas, como el Ensamble Moxos, que viaja con mucha frecuencia y mucho éxito por Europa.
Todo un logro para unas regiones, como Chiquitos o Moxos, que hasta hace no mucho estaban relativamente aisladas del mundo por la falta de una infraestructura mínima, y que poco a poco iban perdiendo su rica herencia musical. El festival ha animado la actividad turística y, a partir de ella, la mejora de las carreteras y el crecimiento del sector hostelero y de servicios en la zona. Pero, sobre todo, ha rescatado las orquestas y los coros. Nawrot segura que “hoy en día, como en el tiempo histórico, se puede ir a cualquier pueblo misional y encontrar una escuela de música. A partir de ellas se construyen las orquestas, que ya son 150. Éstas aportan mucho porque forman a los niños y a los jóvenes en una cultura musical que es suya”. Suya y también del resto del mundo, como demuestra la expansión de las investigaciones y el crecimiento del festival. De esta forma, una música que en los siglos XVII, XVIII y XIX movía los corazones y cambiaba la vida de los habitantes de una pequeña y remota región de América está demostrando que en el siglo XXI puede conmover a oyentes en todo el mundo.