El siglo de la microficción
Homero Carvalho reunió obras de 82 autores de 17 países en su ‘Antología iberoamericana del microcuento’.
Para los teóricos de la microficción el siglo XXI es el que ha canonizado este tipo de narración, sin embargo tenemos a connotados escritores del siglo pasado que lo practicaban con mucha fortuna, entre ellos podemos nombrar a Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Hernán Lavín Cerda, Augusto Monterroso, Manuel Mejía Vallejo, Eliseo Diego, Marta Cerda Cristina Peri Rossi, Eduardo Galeano, Luisa Valenzuela, Alfonso Alcalde, Alfredo Armas Alfonzo, Enrique Anderson-Imbert, Juan José Arreola, René Avilés Fabila, Marco Denevi y otros que nos han mostrado múltiples formas del microcuento.
Irene Zahava, citada por Lauro Zabala, en su ensayo El cuento ultracorto: hacia un nuevo canon literario, afirma que los cuentos muy cortos: “son las historias que alguien puede relatar en lo que sorbe apresuradamente una taza de café, en lo que dura una moneda en una caseta telefónica o en el espacio que alguien tiene al escribir una tarjeta postal desde un lugar remoto y con muchas cosas por contar”.
El minicuento contemporáneo echa mano de todo lo que puede. Aprovecha las leyendas, los mitos, los clásicos de la literatura, del teatro, del cine, la religión, todo le sirve para comprometer al lector en una lectura intertextual, en la que están presentes la parodia, el aforismo, la fábula, la parábola, el epitafio y, por supuesto, el poema. Incluso el título es parte sustancial del texto, llegando a redondear la historia contada. En el minicuento no interesa tanto lo que se escribe como lo que no se escribe, importa mucho más lo que se deja de decir, lo que se sugiere, porque allí está el verdadero universo narrativo. Me gusta esta pulcra definición de Luis Mateo Díez: “El microrrelato es un género extremo que se resuelve en la sugerencia: lo poco, en su medida exacta, abre como una llave diminuta un mundo, conmueve, perturba, sorprende”.
Nuevamente cito a Lauro Zavala para reforzar la anterior aseveración: “La fuerza de evocación que tienen los minitextos está ligada a su naturaleza propiamente artística, apoyada a su vez en dos elementos esenciales: la ambigüedad semántica y la intertextualidad literaria o extraliteraria”.
Es necesario aclarar que si bien el cuento mínimo juega magistralmente con el humor, con la ironía y el sarcasmo, existe una marcada diferencia con el chiste corriente y la distinción estriba en la factura del trabajo, cercano a un epigrama, a una epifanía, a un haiku, no hay cómo equivocarse cuando estamos frente a una pequeña historia, de un cuento liliputiense.
María Isabel Larrea en Estrategias lectoras en el microcuento, de manera clara y concisa dice: “La brevedad entendida como signo definitorio del microcuento incide en las estrategias del emisor, cuya opción estética es el montaje fragmentario y la disgregación de la unidad narrativa. La recepción de la brevedad y del fragmentarismo impone la relectura, la recomposición y la búsqueda de la totalidad. El destino del lector es ir completando, casi lúdicamente, los vacíos; interpretar desde los intersticios, comprender en la densidad, en los silencios, en la síntesis, en las sugerencias, en la esmerada selección del vocabulario, el cierre que se completa en la interpretación”.
En las antologías de este subgénero ya es un lugar común afirmar que el siglo XXI ha sido el de la canonización del microrrelato, microcuento, cuento súbito, ficción mínima, microficción, flash fiction o nanocuento. Estoy consciente de que existen expertos que han teorizado al respecto de los nombres y definiciones de estos textos hiperbreves y hacen diferencias formales entre una y otra categoría; sin embargo, en esta obra hay de todo un poco, como en mercado persa, porque muchos de los que los escribimos pasamos de una categoría a otra, a veces, sin darnos cuenta, tal como un fantasma atraviesa la pared.
Para esta selección me he valido del criterio de nuestra amiga Violeta Rojo que afirma: “Debemos tener claro que el minicuento no es simplemente un tipo de cuento breve sino que es un cuento muy breve que se interrelaciona paródica y humorísticamente con otros géneros y que utiliza estas interrelaciones genéricas como estrategias narrativas. Estas características lo desvinculan de la narrativa simplemente muy breve y se dan solamente en los minicuentos de este siglo, especialmente de los 20 hacia adelante. (…) consideramos al minicuento (microcuento) como una narración breve (no suele tener más de una página impresa)”; Lauro Zavala coincide: “La minificción es la narrativa que cabe en el espacio de una página. A partir de esta sencilla definición encontramos numerosas variantes, diversos nombres y múltiples razones para que sea tan breve”, por eso mismo he seleccionado los que cumplen con estos requisitos y que en sus contenidos cuiden también de la necesaria calidad narrativa.
Esta compilación era una asignatura pendiente para mí, que he realizado varias antologías nacionales de cuento y de poesía, un día de octubre decidí convocar a escritores de Iberoamérica que conocía personalmente o a través de las redes sociales que se han convertido en lugares de encuentros. Esta selección, que reúne a algunos de los mejores escritores contemporáneos de microcuentos de Iberoamérica, fue posible gracias a la amistad. Todos los invitados aceptaron y muchos de ellos me aconsejaron incluir a otros, me pasaron sus contactos, me enviaron generosa y solidariamente sus antologías nacionales, como fue el caso de la generosa Violeta Rojo, o como María Palitachi, que me envío los textos que ya tenía de autores de República Dominicana; Patricia Nasello, de Argentina, reunió a seis narradores; Teresa Domingo Catalá, a otros tantos de España; Francisco Trejo, de México, me contactó con varios escritores de su país y Dennis Ávila, de Honduras, hizo lo propio con el suyo, a todos ellos mi más sincero agradecimiento.
En esta muestra se encuentran escritores consagrados, con muchas publicaciones, y premios nacionales e internacionales (como se puede constatar en sus breves biografías), así como jóvenes que inician su recorrido por lo que Carmen Camacho, poeta y narradora española, llama “Minucias titánicas”.
La cotidianidad, la fantasía, el humor negro, lo absurdo, lo perturbador, lo histórico, lo religioso, lo asombroso, lo fantástico… no hay límite para este género que ha cobrado su independencia y ha ganado carta de ciudadanía literaria entre los escritores de Iberoamérica y del mundo.
De acuerdo con los contactos y con los envíos que me hicieron, he logrado reunir a 82 autores de 17 países, algunos países tienen más autores que otros; sin embargo, esto fue simplemente una cuestión del azar, que es otro de los nombres de la Divinidad y la amistad.
Huellas en la barranca
Ricardo Bugarín (Argentina)
En la barranca han quedado las huellas. Esas huellas son de una estentórea evidencia. Da vergüenza el solo verlas. Ellas también lo saben y van como retorciéndose, como queriéndose ocultar, como intentando decir aquí no ha pasado nada. En su ignorancia, las huellas, no saben que la barranca es muda. Yo tampoco diré nada. Que los demás opinen lo que quieran. Ya sabemos cómo son los pueblos, siempre se está en la búsqueda de que algo suceda.
Insomnio
Teresa Constanza Rodríguez Roca (Bolivia)
Las pantuflas de madre duermen a pierna suelta toda la noche. Ella las vigila.
La Rosa
William Alfaro (El Salvador)
A Augusto Monterroso & Antoine de Saint-Exupéry
Cuando la Rosa despertó, el Principito ya no estaba allí.
Epitafio
Armando Alanís (México)
‘Volveré’.
Calaveritas
Solange Rodríguez Pappe (Ecuador)
Para tener algo de calor, en este agujero olvidado donde no pasa ni el viento, frotamos las tibias, las falanges y los tarsos. Pegamos las mandíbulas y estrechamos lo que queda de los dientes. Ponemos una contra otra las costillas y un vaivén maravilloso y antiguo de caderas, de nuestros esqueletos apagados se hace la luz, y por breves instantes, amado mío, compartimos bajo tierra un día luminoso de verano.
La gallina degollada
Alberto Hernández (Venezuela)
Y entonces Quiroga comenzó a extrañar los huevos del desayuno.