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Y qué corazón más inflamable me ha sido dado

El 10 de octubre, Nick Cave & The Bad Seeds ofreció un concierto en Buenos Aires.

/ 31 de octubre de 2018 / 04:01

Y qué corazón más inflamable me ha sido dado”, repetía mientras conseguía abrirme paso entre una masa de cuerpos calientes y furiosos. Uno de esos cuerpos respondió a mi súplica, me agarró del culo y me empujó hacia el escenario. Quedé atascada, el cuadro de la noche se repetía: los deditos de mis manos se extendían pidiendo ser tocada, rogando contacto con ese big bang que sucedía sobre el escenario, casi no llego.

Caí de rodillas a sus pies, entre arcadas y espasmos, como imagino que debe ser cuando uno se encuentra con Dios —o el mismísimo Diablo— estaba frente a Nick Cave, él sostenía con fuerza mi mano y me miraba a los ojos.

“¡Oh! la trascendencia”, pensé, el mejor momento en mis 32 años de vida. Claro, una vida que tiene como una de sus conexiones máximas el interés por la música. O vivir por/para momentos como éste.

“With my voice – I am calling you”, le reza Nick a Susie Bick. La pareja perdió a uno de sus gemelos hace un par de años, el duelo se hizo disco, Skeleton Tree, un dato no menor si hablamos sobre la creación, la banda con más de 30 años de carrera y las oscuridades del mundo, eso contenido en un performance.

Toda esta, mi pretensión, se diluyó.

Aunque el recital tendría tres canciones más del LP, yo huía de ese lugar, no quería una experiencia condescendiente con mi ídolo.

Jesus Alone seguido de Magneto, se corta la luz, hay cánticos de barras, Nick hace callar a todos, las masas responden agitadas pero sumisas. De izquierda a derecha y viceversa, comienza la prédica: no pasaron más de 15 minutos y ya estamos domesticados. Pasa Higgs Boson Blues, se acerca, agarra la mano de alguno de los cuerpos ardientes alrededor mío, se golpea el pecho y gime: “Can you feel my heart beat?”. Pienso: “Siempre Nick”.

Los Bad Seeds dan la talla. Como una especie de artesano, Warren Ellis se colgaba entre loops y sintetizadores, solo como advertencia de lo que venía.

Do you love me?, From her to eternity, Loverman y Red Right Hand, cuatro al hilo de lo más especial para mí, del Let Love In y aunque siempre me soñé volver al pasado y estar en un concierto con la santísima trinidad (Mick, Nick y Blixa), en esta ocasión George Vjestica en la guitarra acústica, Martyn Casey con el bajo, Thomas Wydler en la batería y el increíble Jim Sclavonus calcaban en mi memoria la experiencia musical más salvaje de mi historia.

Nuevamente Warren, su violín con vida propia y la conexión con el público. Manitas temblando en el aire.

En varios momentos Nick nos enseña a respirar, las 10.000 personas del estadio lo seguimos, hipnotizados.

Se aleja, toca el piano, The Ship Song, Into my arms, Shoot me down y Girl in amber en más de una hora de concierto, necesita calmar a las criaturas.

Dura poco, para los exquisitos, la furia, Elvis Presley en mi mente y lloro, no puedo cantar, balbuceo: “In Tupelo”, “¡The King is born! In Tupelo” y sigo llorando.

En Jubilee Street alucinamos todos, el piano, el coro buscando pogo (acompañar el concierto con saltos y empujones): “I’m transforming, i’m vibrating, i’m glowing, I’m flying, look at me, look at me now”.

Los siete músicos se elevaban sobre La Chacarita. El estadio Malvinas Argentinas flota sobre Buenos Aires.

Las criaturas domesticadas hacen palmas en The Weeping Song, Nick baja abriéndose paso entre la masa ardiente, cual Moisés en el Mar Rojo. Coquetea, toca, es tocado, se limpia el sudor, agradece. Termina la canción y abre un pasillo para que algunos afortunados sean parte del show y vuelvan al escenario principal junto a él.

Monotemática y obsecuente, “She starts to flirt…with Stagger Lee”, son susurros que escucho constantemente —y si no los escucho, amo inventarlos y retenerlos—, despierto como Ellen Hutter siendo poseída por Nosferatu, me excita, ya no vuelvo a dormir.

Stagger Lee. Fue la única canción del Murder Ballads, un clásico personal, mientras mi efervescencia iba con el crescendo del tema yo gritaba y hacía pogo sobre el escenario. Yo, periodista cultural amante de la buena música haciendo pogo con Nick, Warren y unos 50 feligreses de la iglesia de los Bad Seeds.

Estuve tan solo 15 minutos ahí, arriba, fue una eternidad. Sentí pudor de grabar con el teléfono, era muy absurdo. De pronto llegó el momento del melómano, “And some people say it’s just rock and roll, ah but it gets you right down to your soul”. Así fue. Directo a mi alma con Push the Sky Away. Nick se despedía, “muchas gracias Buenos Aires”.

El encore fue magnifico, City Of Refuge, The Mercy Seat y nuevamente Nick hace corear al público en Rings of Saturn.

Siempre me he preguntado —sin ninguna falsa humildad— qué se siente cuando se hace algo importante. Como una respuesta a mis varias interrogantes existenciales sé que he tenido una de las experiencias más importantes de mi vida, sino la mejor.

Además, descubrí que reconocerse como una hermosa criatura salvaje que clama ser domesticada por un predicador loco y sus semillas salvajes puede ser el único impulso vital que necesite.

Nick Cave & The Bad Seeds

Con más de 40 años de trayectoria que se inició con los góticos de The Birthay Party a inicios de los 80, la banda ha mutado en términos musicales y narrativos. Cave ha realizado más de 20 soundtracks. Los últimos tres discos de la banda han sido nominados a múltiples premios.

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El enigma de Charlotte Gainsbourg

La actriz, directora y cantante ha construido su carrera con la música como principal impulso. Presentó su EP ‘Take 2’, un work in progress y B sides de ‘Rest’ (2017).

/ 10 de abril de 2019 / 04:00

I  shut my eyes and all the world drops dead; I lift my lids and all is born again” (Cierro los ojos y todo el mundo muere; Levanto los párpados y todo vuelve a renacer), forma parte de Mad Girl’s Love Song, poema de Sylvia Plath que Charlotte Gainsbourg toma prestado para una de sus canciones. Es quizás el aura terrible pero luminosa de Plath que envuelve también la obra de la hija el último bohemio de París, quien construyó una fascinante carrera como un enigma de culto y belleza.

Actriz, musa del director danés Lars von Trier, siempre rodeada de visionarios talentos musicales, labró un singular camino donde su curiosidad y timidez permean sus producciones, dándole una profunda personalidad a su trabajo, debido a su don más preciado: la interpretación.

Hija del popular cantante de la chanson francesa Serge Gainsbourg y una de las primeras fashionistas, la modelo inglesa Jane Birkin, Charlotte nació siendo ícono, ganó un César a los 14 años y —en un ámbito más mundano— quedó registrada en nuestras retinas como Claire Dylan —pareja de Bob Dylan—, en la película I’m not there (2007).

“Esta es la primera vez que tengo la impresión de que puedo ser yo misma. No tengo que fingir nada”, dijo a los medios la cantante, actriz y directora, recién tras 47 años, cinco discos, más de 50 películas y tres hijos. Terminó hace poco una gira por Europa, cantando los primeros temas de su autoría.

Con un muy buen olfato artístico supo rodearse de los mejores colaboradores desde sus inicios, el 2004 inspirada por Betty Gibbons (Portishead) decidió contratar al dúo francés Air —saliditos de publicar el magnífico soundtrack de Lost in translation (Sofia Coppola)— y al talentosísimo Jarvis Cocker para armar el que sería su primer disco, 5.55 (2016), que además fue producido por la leyenda contemporánea, Nigel Godrich, famoso productor padre de Radiohead.

Pasaron apenas tres años y mientras se disponía a rodar la trilogía de la depresión de Von Trier (Anticristo, Melancolía y Nymphomaniac) lanzó su segundo álbum, esta vez Beck fue el encargado de escribirlo, hacer los arreglos y producirlo, buscando encontrar ese impulso para la transición hacia la madurez musical de Gainsbourg.

La placa salió en 2009, IRM (Imagen de Resonancia Magnetica, debido a un derrame en un accidente de esquí acuático que sufrió la cantante), levantó muchos pulgares de la crítica, tiene letras de poemas de Apollinaire y la base de un ruido de tomógrafo de referencias.

Charlotte logró el disco de la consagración con Rest (2017), obra modesta, íntima y muy personal. Una trabajo sobre el duelo por la muerte de su hermana mayor.

En francés rest significa permanecer y en inglés, descansar. Saquen sus conclusiones.

Esta tristeza encarnada en la memoria y el corazón necesitaba un hilo conductor, de esta manera llamó al iconoclasta del tecno francés, Sebastian Ackoté, multi-instrumentista conocido por sus remixes de Daft Punk y su trabajo con Frank Ocean.

Sin duda SebAstian hizo las conexiones y los puentes entre el dolor y la muerte, entre pasajes enérgicos, pop estilizado, bajo un tono de película retro, hecho de cuerdas con los arreglos de Owen Pallett y pianos antiguos. Otra cosa imprescindible es la colaboración de Guy-Manuel de Homem-Christo (Daft Punk), cuya mano es absolutamente visible, además del apoyo también de Paul McCartney, sí el ex Beatle, y Connan Mockasin.

El nuevo trabajo de Charlotte, denominado Take 2 representa una especie de Lado B de Rest. En el EP, también producido por SebAstian, hace que los dotes de interpretación se vuelvan la principal fuerza creadora de la artista, con una melancolía anclada en la música electrónica y los sintetizadores.

La belleza tenebrosa de su música se convierte en drama gracias a la pericia en el manejo de los sintetizadores con momentos orquestales que logran una paleta sónica que derrumba. Todo con elegancia y fragilidad, lo que caracterizan a Charlotte.

El trabajo tiene referencias al ítalo-disco, también pasajes vanguardistas con tintes pop que se conectan con guitarras acústicas, pianos melancólicos y murmullos orquestales.

El material se resume en cinco temas, tres de ellos inéditos y dos interpretaciones en vivo. No dura más de 20 minutos en los que Charlotte muestra que su discurso es tan diverso como sus pulsiones artísticas.

Delicadeza y elegancia en una impecable Such A Remarkable Day que carga con toda la fuerza classy de la electrónica francesa actual, la pureza de la canción francesa estilizada, como reviviendo el genio de la sensualidad de su padre (Serge Gainsbourg) en Lost Lenore y un movido dance-pop con Bombs Away. El disco contiene además un cover de Runaway de Kanye West y finaliza con una hermosa versión remixada en vivo —con seis músicos sobre el escenario— de su hit Deadly Valentine.

Nada más que pedir: belleza en el arte y la música con Charlotte Gainsbourg.

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Beach House: el fulgor de lo ingrávido

La banda ícono del indie presentó su séptimo álbum —‘7’—, propuesta renovada donde perfecciona su estilo.

/ 20 de marzo de 2019 / 04:00

Beach House lo ha hecho nuevamente. El séptimo disco de Victoria Legrand y Alex Scally es una pieza exquisita para los amantes del dreampop que trasciende hacia las múltiples vertientes que ha logrado crear el indie, donde los originarios de Baltimore (EEUU) se alzan como una de sus bandas más emblemáticas.

Es fantástico el poder mirar desde el presente la obra de Beach House como una comprobación de lo que resulta del creer en lo que se hace. 7 es un disco realizado con mucho cuidado, con una fijación en los detalles que resplandece como un fulgor permanentemente acompañado por ese temperamento ingrávido que ha marcado a la banda desde sus inicios. El manual del mejor dreampop dirían algunos; para mí vas más allá: hacia la conformación del más puro instinto creativo.

Las disonancias de algunos temas van de la mano con la fuerza de las armonías en otros, es así que desde la discreción, en lugares casi escondidos dentro del trabajo, ofrecen momentos de masiva intimidad.

Tras años de innovación en los teclados, la experticia de Beach House logra momentos gloriosos en cuanto a sonidos orgánicos, pero no desde el snobismo de lo vintage sino como maestros del instrumento. Han sabido labrar, como artesanos, los acordes perfectos y eso se hace demasiado evidente en 7.

La voz impasible de Legrand se transforma constantemente. Lo hipnótico de Teen Dream (2010), considerado el álbum fundamental de la banda, fue superado hacia una especie de omnipresencia. La voz está presente hasta cuando no se la escucha, inclusive en momentos de silencio.

El dúo sumó en este trabajo una batería y profundizó con los sintetizadores, esta vez con Peter Keber como co-productor, profesional conocido como Sonic Bloom (Panda Bear,  MGMT).

En 7, la batería se convierte en un desafío y James Barone da la talla cuando sutilmente se reemplaza a las programaciones con armonías más pesadas como contrapunto al aporte flotante y espectral de la voz de Legrand. Las guitarras concretan algunas melodías como una onda expansiva.

Las 11 canciones del álbum te vuelven al pasado pero habitando el presente: son nuevas canciones viejas que se han perfeccionado hasta la obsesividad.

Alguna vez quise describir al himno Myth como “lo inefable” y es que esta canción que abre Bloom (2012), disco que salió después del ya clásico Teen Dream, nos daba la certidumbre de que la banda podía seguir después de realizada su obra maestra.

Beach House sigue intentando y nos regala un maravilloso trabajo donde lo wanna be poético de mi frase “lo inefable” muta a una confirmación: es el sonido de lo indefinible. La marca del dreampop es la ensoñación, producir anhelos y lo logran. Los patrones trazados en el aire son su esencia.

El disco tiene altos puntos desde el inicio con Pay no mind, Lemond Glow o la bellísima L’inconnue que, a través de un coro en francés es como ascender a los cielos. “Little girl, you should be loved”, relata. Drunk in LA (de mis favoritas), Dive, Black Car, Woo, Girl of the Year; todas geniales.

Recomiendo escuchar 7 a todo volumen o, en todo caso, con unos buenos auriculares. Es una experiencia sensorial que seguramente llenará de luminosidad cada parte de sus cuerpos.

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Snail Mail, madurez y templanza a los 19

Lindsey Jordan debuta con ‘Lush’, disco con el que le da una nueva cara al indie rock.

/ 7 de marzo de 2019 / 16:09

Lindsey Jordan, conocida como Snail Mail, hace un potente debut con su disco Lush que, aunque sigue el camino melodramático adolescente de su EP Habit, logra una belleza inusitada al apropiarse del melodrama a través de una guitarra luminosa y un lirismo increíble.

“I’ll never love anyone else” (Nunca amaré a nadie más) repite el hit Pristine. A los 19 años la oración parece una sentencia absoluta y esta clase de aseveraciones hacen a Jordan algo más que la heredera del indie rock, la ponen a la vanguardia debido a esa mirada innovadora en una escena actual llena de formulitas para el éxito.

La propuesta estilística de Jordan funciona como un contenedor generacional. Las 10 canciones que comprenden el trabajo son lo mejor del indie-rock, pero con el espíritu de la época. Es decir, la cantante y guitarrista nacida en Baltimore (EEUU) va más allá del pop rock convencional, el underground y el lo-fi de los años 1990, pero con una frescura de una adolescente recién salida de la preparatoria.

En todo el disco se siente la formación en guitarra clásica de Jordan, de esta manera los acordes caen con aplomo y se entrelazan con reverberaciones que dejan escuchar la voz de una manera más limpia, transparente; eso, su transparencia emocional impacta. En cuanto a la producción hay que darle crédito a Jake Aron, un viejo conocido de “la movida” gracias a sus trabajos con Grizzly Bear y Solange.

La atmósfera de insatisfacción de la hermosa y casi perfecta Pristine, el amor no correspondido en Heat Wave o el escapismo de Lets find and out son los singles introductorios al disco que llega a momentos ultraprofundos como en Deep Sea o Anytimem donde Jordan está más cerca de Sonic Youth que de cualquier millenial.

Las referencias y comparaciones son abrumadoras en cuanto al estilo de Snail Mail, la más cercana es a Liz Phair, que en los años 1990 presentaba el disco de culto Exile in Guyville o con la mismísima Fiona Apple, que continúa siendo una diva rocker.

“La mayor presión al realizar el disco fue de mí misma. No me preocupa mucho la forma en que la gente interpreta las canciones. Realmente me gusta pensar que cada quien puede relacionarse con ellas a su manera”, explicó Jordan en una entrevista reciente. Me quedo con eso y con la esperanza de saber a tantas mujeres jóvenes haciendo sus propios caminos, tanto en Baltimore como en Bolivia.

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Snail Mail, madurez y templanza a los 19

Lindsey Jordan debuta con ‘Lush’, disco con el que le da una nueva cara al indie rock.

/ 7 de marzo de 2019 / 16:09

Lindsey Jordan, conocida como Snail Mail, hace un potente debut con su disco Lush que, aunque sigue el camino melodramático adolescente de su EP Habit, logra una belleza inusitada al apropiarse del melodrama a través de una guitarra luminosa y un lirismo increíble.

“I’ll never love anyone else” (Nunca amaré a nadie más) repite el hit Pristine. A los 19 años la oración parece una sentencia absoluta y esta clase de aseveraciones hacen a Jordan algo más que la heredera del indie rock, la ponen a la vanguardia debido a esa mirada innovadora en una escena actual llena de formulitas para el éxito.

La propuesta estilística de Jordan funciona como un contenedor generacional. Las 10 canciones que comprenden el trabajo son lo mejor del indie-rock, pero con el espíritu de la época. Es decir, la cantante y guitarrista nacida en Baltimore (EEUU) va más allá del pop rock convencional, el underground y el lo-fi de los años 1990, pero con una frescura de una adolescente recién salida de la preparatoria.

En todo el disco se siente la formación en guitarra clásica de Jordan, de esta manera los acordes caen con aplomo y se entrelazan con reverberaciones que dejan escuchar la voz de una manera más limpia, transparente; eso, su transparencia emocional impacta. En cuanto a la producción hay que darle crédito a Jake Aron, un viejo conocido de “la movida” gracias a sus trabajos con Grizzly Bear y Solange.

La atmósfera de insatisfacción de la hermosa y casi perfecta Pristine, el amor no correspondido en Heat Wave o el escapismo de Lets find and out son los singles introductorios al disco que llega a momentos ultraprofundos como en Deep Sea o Anytimem donde Jordan está más cerca de Sonic Youth que de cualquier millenial.

Las referencias y comparaciones son abrumadoras en cuanto al estilo de Snail Mail, la más cercana es a Liz Phair, que en los años 1990 presentaba el disco de culto Exile in Guyville o con la mismísima Fiona Apple, que continúa siendo una diva rocker.

“La mayor presión al realizar el disco fue de mí misma. No me preocupa mucho la forma en que la gente interpreta las canciones. Realmente me gusta pensar que cada quien puede relacionarse con ellas a su manera”, explicó Jordan en una entrevista reciente. Me quedo con eso y con la esperanza de saber a tantas mujeres jóvenes haciendo sus propios caminos, tanto en Baltimore como en Bolivia.

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Desde Australia para el mundo: Courney Barnett

La artista propone el miedo como un desafío ante la vida.

/ 27 de febrero de 2019 / 04:00

En un momento donde las nuevas tecnologías y el internet nos dan la posibilidad de ampliar nuestra escucha musical, de pronto, descubrimos que Australia no solamente nos ha dado a Nick Cave & The Bad Seeds o a Tame Impala, resulta que Courtney Barnett y su guitarra punky llegan para despejar la ignorancia que tenemos algunos sobre esa isla-continente en el sur del mundo.

La cantante, guitarrista y compositora sobrevive al éxito con este segundo disco Tell me how you really feel (2018) después de que Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit (2015) haya sido aclamado por la crítica, el videoclip de Avant Gardener tiene más de 2,5 millones de reproducciones en YouTube y su trabajo junto a Kurt Vile Lotta sea lice (2017) la pusieran en el ojo de los melómanos del indie actual.

“You don’t have to pretend you’re not scared. Everyone else is just as terrified as you” (No tienes que fingir que no tienes miedo. Todo el mundo está tan aterrorizado como tú) relata una de las canciones más pop y alegres del trabajo, llamada Charity.

El miedo —aunque no lo parezca— puede ser el hilo conductor de las 10 canciones del disco, es decir, el miedo a caminar sola por la noche, el miedo a que nos engañen, el miedo a enfrentar los problemas que trae una relación romántica o el miedo a escribir. El miedo como un desafío ante una crisis de confianza. Admitámoslo, no todo el tiempo somos unas superheroínas.

De esta manera en Tell me how you really feel las situaciones narrativas van cayendo poco a poco, la introspección se convierte en claustrofobia y explota en melodías frescas donde las ansiedades se transforman bajo la tutela de una guitarra feroz que potencia el sonido de Barnett. Este sonido que tiene mucho del grunge y el rock de finales de siglo XX.

“You know what they say, no one is born to hate. We learn it somewhere along the way. Take your broken heart. Turn it into art” (Tú sabes lo que dicen, nadie nace para odiar. Lo aprendemos en algún lugar del camino. Toma tu corazón roto y conviértelo en arte), dice Hopefulesness que abre el disco, donde Barnett le roba un poco a Mandela y a Carrie Fisher.

El momento más elevado llega con la canción Im not your mother, Im not your bitch dando voz a la rabia que —como la guitarra de Barnet— nos corroe internamente.

Los singles fueron una introducción perfecta al disco, algo nirvanesca y con un coro cuasi tributo a los Pixies, Nameless, Faceless llega al clímax con la frase de Margaret Antwood: “Men are scared that women will laugh at then (…) Women are scared that men will kill them” (Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos, las mujeres tienen miedo de que los hombres las maten).

Y es que hay una pulsión pasivo agresiva que permea todo el trabajo, los otros singles son exquisitos, Need a Little Time y City Looks Pretty además de Crippling Self Dubt que tiene como invitadas a las hermanas Deal, Kim (Pixies) y Tanya que conforman a las féminas de The Breeders.

Entonces, hay que sentir cómo Barnett se retuerce sobre la guitarra, sí, pero desde la calidez —a través de unos riff irresistibles— nos regala grandes canciones entrañables y poderosas, demostrándonos que ante el desafío y la duda nos encontramos nosotras mismas con nuestras contradicciones y defectos, como en la vida misma.

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