Friday 26 Apr 2024 | Actualizado a 04:18 AM

Harold Bloom: teórico de lo sublime

El crítico, fallecido el 14 de octubre, fue una presencia singular en el panorama de los estudios literarios.

/ 23 de octubre de 2019 / 12:00

Los críticos de entonces eran publicistas que se dedicaban a escribir sobre literatura como otra de sus múltiples tareas intelectuales y políticas, sin especialización ni escrúpulos, o, en cambio, como Samuel Johnson, el primer gran crítico, eran hombres de letras que reaccionaban con un trabajo serio —aunque tampoco de tiempo completo— en contra de los primeros.

Desde esta época inaugural hasta bien entrado el siglo XX, los críticos literarios —convertidos en el transcurso en especialistas universitarios— creerán que las grandes obras de arte poseen un “sentido” correcto, el cual ellos estarán en condiciones de desentrañar e ir estableciendo de manera acumulativa. Pensarán esta labor como permanente, ya que nadie puede producir más que aproximaciones, pero, también, como una labor posible y “objetiva”, esto es, independiente del crítico, que no opinará sino que se basará en “evidencias” tales como los códigos empleados, que deben descifrarse con técnicas filológicas, o como la intención del autor, que puede averiguarse a través de su biografía, o como el efecto de la obra en sus sucesivos lectores, que permite determinar su importancia.

Así fue hasta la década de los 50, cuando apareció la “Nueva Crítica” en el mundo anglosajón, justo en el momento en que Harold Bloom cursaba sus estudios de literatura. La “Nueva Crítica” aislaba los textos de intenciones y de efectos, y alojaba el “sentido” única y exclusivamente en los propios textos. Bloom discrepó con esta corriente (discrepar y debatir eran consustanciales a su forma de ser) pues ya entonces era —o al menos así lo recordaría muchos años después— un “crítico longiniano”.

Pseudo-Longino fue un filósofo de la época helénica que escribió un tratado llamado De lo sublime. En resumen, plantea que la grandeza de la literatura se percibe al leerla, y que su marca es “lo sublime”, definido por Bloom como la suma de belleza y extrañeza.

Este recuerdo puede ser una reconstrucción. Al principio de su carrera, en los años 60 y 70, Bloom era considerado parte de la “escuela de Yale”, partidaria de la teoría del filósofo francés Jacques Derrida, enemiga mortal de todo “humanismo”, es decir, de toda reducción del mundo y de la cultura al tamaño de la “naturaleza humana”, algo que sin duda se da en el procedimiento longiniano.

Cierto es que Bloom nunca se consideró “derridiano” y que su principal contribución como teórico fue simétrica, pero diferente, a la visión “deconstructiva”, la cual, como se sabe, diluye el “sentido” de los textos en el flujo infinito de las interpretaciones. Bloom se ocupó, en cambio, del flujo de las influencias de unos autores sobre otros, influencias que provienen a menudo de “malas lecturas” de los primeros y que a veces los segundos intentan detener, disimular o racionalizar, y que a menudo transforman de un modo creativo. La lucha de y por las influencias convierte el escenario literario en un espacio de conflicto, en el que se despliegan estrategias y se arman coaliciones, una imagen similar a la del “campo literario” del sociólogo Pierre Bourdieu, con la diferencia de que en este los actores buscan el poder (académico, intelectual, económico), mientras que en el sistema de Bloom tanto los procedimientos como los objetivos son puramente literarios.

Bloom dejó de ser, propiamente hablando, un “teórico” después de la época en que la deconstrucción, pese a sus numerosas subdivisiones, se convirtió en un callejón sin salida, y los académicos desarrollaron un creciente interés por estudiar la literatura desde el punto de vista de la historia intelectual (guiándose por otro filósofo francés, Michael Foucault), y por analizar las instituciones y movimientos culturales en los cuales la obra se produce, método asociado al marxismo y al feminismo. Estas nuevas corrientes no solo no adoptaron el enfoque de búsqueda de “lo sublime”, sino que torpedearon todo el conocimiento crítico que se había erigido sobre este enfoque y aún sobre el de la autonomía del texto, convirtiendo a los grandes nombres de la literatura, a los que Bloom adoraba, en meros resultados de procesos históricos, de determinaciones sociales y de luchas de clases. Cuestionaron, por ejemplo, que el canon de autores clásicos fuera un listado de hombres europeos y estadounidenses, blancos y ricos.

En este punto, Bloom se separó radicalmente de la corriente principal de su profesión, lo que le costó el aislamiento académico; como él mismo reconoció, se convirtió en el único miembro de “su” departamento de literatura: el de crítica según Longino o, mejor dicho, según Bloom. Igual que su héroe crítico, el Dr. Johnson, se consagró a escribir ensayos para el público culto no especializado y, por este medio, defendió brillantemente la posibilidad de “usar la literatura”, es decir, de leer para beneficiarse de sus efectos (programa caro al filósofo pragmatista Richard Rorty). Escribió sobre el “canon occidental”, para defenderlo; sobre la literatura que busca la sabiduría y nos la concede; sobre el mayor clásico, la Biblia, etc. Los lectores se lo reconocieron considerándolo, por su obra ensayística y no por la académica, el mayor crítico existente, igual que, en otro tiempo, había ocurrido con su amado Johnson.

Comparte y opina:

Wallerstein y la redefinición de la ‘ciencia marxista’

Ubicación del teórico, que acaba de fallecer, en las ciencias sociales contemporáneas

/ 18 de septiembre de 2019 / 00:00

El modelo epistemológico de la mayor parte de la izquierda desde Marx hasta la “caída del muro de Berlín” fue el proporcionado por las ciencias, que a su vez, como se sabe, imitaba el ejemplo de la física newtoniana. Por tanto, el pensamiento marxista, enfatizando en el aspecto positivista de la doctrina de su fundador, buscó producir certidumbres sobre el mundo social, entendiendo por “certidumbres” teorías causales inexorables y predictivas. Buscó —y, como es lógico, encontró— tales teorías en la economía. Sostuvo que Marx había desarrollado un sistema que “reflejaba” la economía capitalista moderna, un sistema que incluso podía matematizarse. Consideró a los factores individuales, institucionales, ideológicos y psicológicos como secundarios y dependientes —en “última instancia”— de los intereses económicos, así como de la lucha social que estos propiciaban. Por tanto, estableció conceptos sobre la sociedad que tenían una base económica, tales como “capitalismo” (un modo de producción), “clase social” (un grupo determinado por su forma de participación en el proceso productivo), “tareas de clase” (objetivos propios de un grupo unificado de intereses y de un momento de desarrollo tecnológico), etc. En ningún momento consideró que el mundo social fuera indeterminado o indeterminable, ni que el ser humano fuera incapaz de descubrir una “verdad” sobre el mismo.

Esta teoría epistemológica y, sobre todo, el nivel de certeza que la misma cree que puede producir (certeza nomotética, o proveniente de “leyes” sociales similares a las leyes de la naturaleza), se ha hecho incompatible con el pensamiento contemporáneo. En primer lugar, por el propio desarrollo de las ciencias naturales, que se han topado con que el universo es intrínsecamente indeterminado (es decir, varía de manera no lineal) e indeterminable (en ciertos bordes, incognoscible). Con mucha mayor razón, el mundo social resulta, por su complejidad, reacio a toda seguridad teórica.

Esta constatación revaloró, en el pensamiento político, las elaboraciones intelectuales más escépticas, más basadas en la voluntad y en la creencia que en la certeza, menos racionalistas y, por tanto, menos economicistas —por muy importante que sea la economía, se concluyó, el mundo social es multicausal y no lineal—. En el extremo de estas elaboraciones se hallan las que usan el método “ideográfico”, el cual consiste en la descripción e intuición de lo singular, suponiendo que cada cosa es única, irregular e irrepetible.

Frente a este panorama, Immanuel Wallerstein propuso dejar de lado la pretensión cientifista del marxismo, pero sin caer en lo meramente ideográfico. Para él la respuesta epistemológica residía en las “ciencias sociales”, entendidas como una conjunción ecléctica de ciencia y humanidades (y sus respectivos paradigmas metodológicos: el legismo y la hermenéutica), por un lado; y una conjunción de economía, sociología, historia y etnografía, por el otro. Así, no es preciso abandonar la búsqueda de certezas, sino solo fijar a éstas límites precisos.

Para Wallerstein, tanto el mundo natural como el social “funcionan” de dos maneras: una reiterativa y lineal, digamos “rutinaria” o, en sus palabras, “normal”, y otra crítica, cuando las “bifurcaciones” que inevitablemente se van acumulando en la etapa previa —por la tendencia del universo a la entropía, expresada en la segunda ley de la termodinámica— se hacen extremas y sobreviene el cambio (por ejemplo: una estrella se enfría).

El conocimiento sobre la etapa estructuralmente invariable puede ser nomotético y, por tanto, producir certezas que, sin embargo, necesariamente dejan de ser tales en la etapa crítica. La crisis es el momento de la incertidumbre, el momento ideográfico. Nadie puede predecir —y en esto el cientifismo marxista estaba completamente equivocado— ni el comienzo, ni la duración, ni los resultados de las crisis. Solo sabemos que, en el caso de una crisis social, durante la misma la voluntad de los seres humanos puede tener un efecto mayor que en el periodo “normal”: la crisis es, por tanto, un espacio de disponibilidad, pero lo es igualmente para los interesados en el cambio total como para los partidarios de la restauración de lo existente por otros medios.

Superadas las barreras disciplinarias y epistemológicas que han dividido al conocimiento sobre la sociedad, es posible estudiar, como hace Wallerstein, el capitalismo como un “sistema-mundo” histórico, mezclando los métodos nomotético e ideográfico, y no como un “modo de producción”, que por tanto debe su existencia al cumplimiento de “requisitos” lógicos (el requisito, por ejemplo, de la labor asalariada). El “sistema mundo capitalista”, en cambio, puede incluir espacios sin producción industrial, sin obreros, etc., con tal de que estos hayan sido incorporados históricamente al dominio del capital.

También puede concebirse las crisis como espacios abiertos a la innovación y la lucha, y no como expresiones de la “maldición” del capitalismo, que lo condenara a hundirse irremediablemente.

Tales fueron, entre otras, las contribuciones de Immanuel Wallerstein, continuador de la historiografía de la larga duración de Fernand Braudel y de la teoría económica relacional de unos viejos conocidos de los latinoamericanos: André Gunder Frank y los “dependentistas”.

Comparte y opina:

Reflexionar los indecisos

Por la composición de los indecisos, Evo no logrará la mayoría absoluta.

/ 10 de abril de 2019 / 04:00

Según una última encuesta nacional realizada por el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), con 2.000 entrevistados y un margen de error inferior al 3%, la intención de voto en marzo fue la siguiente: Evo Morales: 37,5%; Carlos Mesa: 28,6%; Óscar Ortiz: 7,6%. Estas cifras corresponden con las arrojadas por las encuestas urbano-rurales difundidas por ATB, y también, haciendo ajustes, se parecen a las encuestas predominantemente urbanas de Página Siete y Poder y Placer.

Todas estas encuestas detectaron un porcentaje elevado de “indecisos” (de alrededor del 25%), lo que, junto a la reducción de la intención de voto a favor de Morales, constituye la característica diferencial de esta elección respecto de la de 2014. Entonces Morales obtuvo el 61% de los votos, es decir, casi 25 puntos porcentuales más que su intención de voto actual. Sin pretender que se trate de un trasvase, puede suponerse que una gran porción del electorado que apoyó al presidente en la última elección, pero que rechazó su reelección en el referéndum de 2016, ahora se manifiesta “indecisa”. Tal es el campo en el que deben actuar tanto la campaña oficialista como la opositora.

Los intentos de adivinar con métodos especulativo-estadísticos cómo se comportará este nutrido grupo de indecisos el 20 de octubre son sesgados y no vale la pena caer en ellos. Lo razonable es tomar en cuenta los datos de esta encuesta sobre la imagen de Morales vis-à-vis la de Mesa, que son importantes porque pueden proporcionarnos pistas sobre el espacio con que cuentan los candidatos para crecer. Morales tiene una imagen positiva de 53,9, mayor que la de Mesa, que es de apenas 35,2%. Los votantes que ven mal a Morales y que por tanto probablemente nunca votarán por él son el 40,9%. Los que ven mal a Mesa, el 45,4%. Esto podría significar que Morales cuenta con una mayor oportunidad de crecer que Mesa, excepto porque al mismo tiempo la encuesta encuentra que si solo el 1,6% de los electores desconoce a Morales, un importante 14,1% no ha oído hablar de Mesa. Dependerá entonces de las campañas —de la propia y de las rivales— si finalmente estos desconocedores lo verán mal o bien.

Una vez más, los hechos no permiten pronosticar el resultado de la carrera Evo-Mesa. Tanto podría darse que los indecisos de hoy vuelvan al redil y le concedan a Morales una nueva oportunidad, con lo que ganaría en primera vuelta, con una votación mayor al 40% y superior en 10 puntos a la de su inmediato seguidor; o también que los indecisos, luego de conocer mejor a Mesa, se inclinen por él y lo acerquen a una distancia de menos de 10 puntos del primero, forzando un balotaje que muy probablemente ganaría el opositor.

Dada la disímil adhesión de las distintas clases sociales y de las generaciones a los contendores, la campaña de Morales debe avanzar de abajo arriba, para referirse principalmente a la población más acomodada, así como a los jóvenes, que son más reacios a valorarlo positivamente. Al mismo tiempo, la campaña de Mesa debe ganar el corazón de los sectores populares. Hasta hoy, Morales ha desplegado la estrategia del seguro de salud (SUS), orientada a los indecisos de los sectores medios “vulnerables” y una agenda de innovación para los jóvenes, pero todavía falta ver qué propondrá a los indecisos de los niveles socioeconómicos superiores, con los que tiene menos chance, ya que desde hace tiempo está vigente la ecuación “más ingresos: menos adhesión al proceso de cambio”.

Por su parte, Mesa tiene más posibilidades con los jóvenes y con la clase media “típica”, que desea una mayor circulación de élites que le permita, por decirlo simplificadamente, “retomar el poder”. Por eso su campaña debe concentrarse en los sectores populares e indígenas, a los que hasta ahora ha tratado de acercarse con medidas simbólicas como la famosa imagen del expresidente cultivando papa. Este “avance hacia el centro” es un resultado de la lógica electoral, aunque al mismo tiempo puede debilitar su apoyo entre los indecisos racistas y clasistas de los sectores más elevados de la pirámide social.

En suma, mucho todavía está por verse. Sin embargo, ya se puede saber que, por la composición de los indecisos, Evo Morales no logrará la mayoría absoluta en la primera vuelta. Lo que significa que, de darse un nuevo gobierno suyo, no tendría mayoría calificada en el Parlamento y carecería de suficiente gobernabilidad, por lo que podría recrearse la situación que vivió Bolivia entre 2006 y 2008, aunque esta vez sin la posibilidad de “desempate” a través de un plebiscito como el que se dio al final de este periodo.

Comparte y opina:

Javier Sanjinés Casanovas: ‘Lo poscolonial es un apoyo; yo parto de mi propio trabajo empírico’

‘Encuentro que todavía falta una teoría estética sobre la novela del choleaje’

/ 15 de agosto de 2018 / 11:00

Hace un año, en el contexto de la Feria Internacional del Libro, me entrevisté con Javier Sanjinés respecto a la entonces reciente publicación de su libro Literatura contemporánea y grotesco social en Bolivia dentro de las 200 obras fundamentales de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB). Los traviesos duendes del periodismo “hicieron perder” la grabación de la entrevista, que por esto no pude publicar en dicho momento. Y eso hubiera sido todo si hace no mucho, limpiando mi grabadora digital, no me habría topado con la grabación que hasta ese momento había considerado desaparecida. Las siguientes líneas registran la primera parte de mi conversación con Sanjinés, que fue muy larga y por tanto imposible de reproducir por completo en las páginas de un periódico.

— El libro suyo republicado por la BBB se hizo célebre en los estudios literarios bolivianos por proponer una “lectura orgánica”, la primera en la historia del país, de una porción de la literatura nacional. Este tipo de lectura relaciona distintas obras no solo de la literatura, sino de distintas artes, entre sí y con los procesos políticos y sociales que les son contemporáneos, en este caso con el final de la Revolución Nacional y los sucesos posteriores. El acierto de las lecturas orgánicas es evidente, pero éstas también entrañan el riesgo de presentar cierto determinismo. Por ejemplo, de establecer una causalidad político-social para obras como la poesía de Cerruto o para Los Deshabitados de Quiroga Santa Cruz…

— Es evidentemente difícil hacer un trabajo de esta naturaleza. En el caso nuestro no había un antecedente. Había una socio-historia con contenidos literarios, por ejemplo, la realizada por Josep Barnadas. Pero no había verdaderamente un trabajo que lograra conectar la literatura con la sociedad. No había mediaciones entre una y otra. Para estas lecturas socio-históricas, la literatura era un mero reflejo de la sociedad. Y la crítica literaria rechazaba fuertemente este enfoque. Yo trabajé sobre esta conexión y evidentemente había un determinismo en eso. Partí del trabajo realizado por importantes críticos socio-históricos sobre América Latina. Antonio Cornejo para el caso de los Andes, Ángel Rama para América Latina en general y, sobre todo, el poco conocido Hernán Vidal, muy importante en esta construcción. Yo llegué al Instituto de Literatura de la Universidad de Minnesota con este propósito. Hacer una renovada lectura de la literatura. Naturalmente, no podía trabajar todo el corpus literario, eso hubiera sido una barbaridad. Así que lo que hice en ese momento fue seleccionar obras. Empecé por Los Deshabitados porque me interesaba la obra, para comenzar, pero también porque quería saber cómo funcionaría en un modelo, que había que generar, de cultura nacional. Cómo participaba en la mediación entre Estado y sociedad, o, para usar categorías hegelianas, en el circuito de lo abstracto y lo concreto. Vidal proponía hacer este tipo de estudios bajo el precepto de que la literatura funcionaba, en la mediación, como las instituciones sociales, por ejemplo, los partidos políticos, etc. Aunque lo hiciera de una manera estética, naturalmente. Vidal también proponía trabajar los tropos literarios. El cúmulo de las metáforas, las sinécdoques o los símiles, que son metáforas más reducidas, va construyendo universos simbólicos. Con esta idea empecé. Me dije: “A ver cómo se da esto en Los Deshabitados”. Y obtuve un resultado curioso: no había metáforas en la novela, pero sí una cantidad inmensa de símiles, que interrelacionaban a los seres humanos y los seres de la naturaleza, animales y vegetales. Esta debilidad en las metáforas me dio ideas acerca de los circuitos sociales que estaban detrás: me di cuenta de que los seres humanos estaban profundamente desorientados, que Los Deshabitados era una novela sobre la desorientación humana.

La obra es profusa en símiles, me dije, entonces, ¿que visión del mundo expresa? Las grandes obras literarias expresan visiones del mundo. Quizá esta novela, conjeturé, fuera el resultado de la inexistencia de visiones del mundo en el momento de su creación. En efecto, lo que encontré en ella fue una “no visión” del mundo, y a esa “no visión” le di el nombre de “grotesco”. Para diferenciar mi grotesco de los grotescos existentes, por ejemplo, de los teorizados por (Mijaíl) Bajtín, lo llamé “el” grotesco. Este concepto designa la falta de comunicación entre la concreción y la abstracción. Me criticaron, claro.  No encontraban “lo” grotesco en Los Deshabitados; pero yo hablaba de “el” grotesco, de la inexistencia de fuertes visiones del mundo, como las que se expresan en el drama y, sobre todo, en la tragedia. En Los Deshabitados no están presentes esas visiones fuertes.

— En esta su interpretación del mundo como comunicación (entre Estado y sociedad, entre lo abstracto y lo concreto) usted utiliza a autores que luego ya no estarán en el Sanjinés posterior, como Jürgen Habermas. Creo que sus nuevos textos, como El espejismo del mestizaje, dejan esta obra inicial, Literatura contemporánea y grotesco social en Bolivia, en una etapa precedente ya superada.

— Creo que sí. Llegó un momento en que ya no podía seguir ese derrotero. Por una razón muy simple. Porque el modelo de Vidal era vertical. Chileno al final de cuentas, propuso una relación vertical entre Estado y sociedad. Nosotros tenemos en Bolivia componentes —raciales, étnicos— que no están contemplados en este modelo, porque son más horizontales. Esto me llevó a romper el modelo vertical en el que había planteado “el grotesco”. No me deshice de la categoría, pero tuve que darle otro cauce. Un cauce que llamo más “progresivo” para diferenciarlo del grotesco más “regresivo”, kafkiano, de Los Deshabitados. En él entra lo más gozoso, la fiesta, la representación de los cuerpos…

— Por esto usted le pidió a la BBB que en esta edición de Literatura contemporánea y grotesco social en Bolivia se incorporara en apéndice un artículo ulterior suyo sobre los “cholos viscerales”…

— Por esto exactamente. Creo que es un salto en la construcción del asunto.

— ¿Diría que su pensamiento poscolonial comienza con este texto sobre los cholos viscerales, que ahí empieza el actual Sanjinés?

— Exactamente. Pero es mi propio trabajo. Lo de (Wálter) Mignolo o (Aníbal) Quijano es muy respetable, pero no explica lo mío. Lo que yo hago parte de mi propio trabajo empírico. Lo poscolonial puede ser útil como elemento de apoyo, pero la preocupación principal que me impulsó a dar el salto mencionado fue  salir del grotesco regresivo del que hablé en mi estudio de la literatura de los 50 y 60 (Literatura contemporánea y grotesco social…).

Ahora estoy abocado a estudiar la literatura desde principios del siglo XX hasta 1950. Encuentro que todavía falta una teoría estética sobre la novela del choleaje, que hoy se explica de una manera demasiado sociológica. Todavía no hay una explicación estética que a mí me convenza, así que estoy en eso.

Javier Sanjinés Casanovas

“Para Sanjinés, la literatura es un discurso social y, por lo tanto, se define dentro de una sociedad entendida como un conjunto de actos de comunicación”. Luis H. Antezana, en el prólogo de Literatura Contemporánea.

Datos

Nombre: Javier Sanjinés Casanovas.

Nació: En La Paz, en 1948.

Profesión: Abogado, es crítico literario y ensayista.

Ocupación: Profesor visitante en doctorados de literatura.

Perfil

Es doctor en literatura Hispanoamericana y Luso-Portuguesa. Su libro Literatura contemporánea y grotesco social en Bolivia es parte de la Biblioteca del Bicentenario.

Comparte y opina: