Crisis en Ecuador
Unos policías, pocos o muchos, no tienen derecho de poner así, en vilo, el futuro de un país
El desconcierto reinó no sólo en el país afectado, sino también en el continente y el resto del mundo por la crisis sazonada con elementos de verdadero dramatismo. «No daré ni un paso atrás. Si quieren tomarse los cuarteles, si quieren dejar a la ciudadanía indefensa y si quieren traicionar su misión de policías, traiciónenlos», exclamaba ayer, temprano, el presidente Correa.
Y después, con su habitual firmeza, pero ya al borde del descontrol, sentenciaba: «¡Si quieren matar al Presidente, aquí estoy, mátenme!». Más allá de la lógica perturbación en circunstancias extremas, aún hoy prevalecen las interrogantes sobre las certezas.
Ecuador fue un país conmovido, como muchas veces a lo largo de su historia, por una agitación que un grupo minoritario de insensatos promovió en contra de un gobierno legítimamente constituido. Ninguna medida política faculta a nadie a sublevarse, desconociendo la institucionalidad que sirve de marco para la convivencia pacífica y ordenada de toda una sociedad.
Correa, hay que decirlo, actuó con ingenuidad y fue mal aconsejado por su seguridad en este conflicto; de otro modo, no hubiese quedado expuesto a una negociación personal con los rebeldes. (¿Nadie calculó que esto no era dable en impredecibles circunstancias como las de ayer?). El resultado lamentable es la hasta ayer incierta cantidad de heridos y quizás un muerto, el enfrentamiento a punta de bala, todo lo cual resulta una factura demasiado cara.
Entre los desatinos que se pudieron evitar se cuenta también el corte de la señal de los medios de comunicación privados, sólo para declarar a la televisión estatal en una cadena nacional indefinida.
Para destacar, la reacción internacional como muestra categórica de unidad. La OEA aprobó por unanimidad una resolución de respaldo al gobierno de Correa y de repudio a cualquier intento de alterar la institucionalidad democrática en Ecuador. Los presidentes de la Unasur se reunieron en Buenos Aires para apoyar la vigencia plena del Estado de Derecho en el país convulsionado.
Y, en lo interno, la convicción de un pueblo que se movilizó de inmediato para defender la democracia en su país, es la evidencia de que los ecuatorianos —sin importar su corriente ideológica-partidaria— quieren el diálogo como herramienta para resolver sus divergencias.
Unos policías, o pocos o muchos, no pueden poner en vilo así, por intereses particulares, el destino de un país. No tienen ningún derecho.