¿Seguridad?
La Columna Sindical - Ana Peñaranda Eran dos hombres que bajaron de un auto blanco y atacaron a una persona indefensa
Muchas veces escuché acerca de la implementación de diversos planes de seguridad ciudadana en nuestra querida ciudad de La Paz. Uno de los más sonados y al que se le dio mucha cobertura en los medios fue el plan denominado «Sopocachi, zona segura». El mismo comenzó en noviembre del año 2009, en medio de un acto realizado en la plaza Abaroa, al que asistieron autoridades de la Alcaldía, de la Policía, vecinos de la zona y hasta representantes de los locales nocturnos que hay en Sopocachi.
Con semejante despliegue, todos esperábamos que el plan realmente funcione —especialmente los que vivimos por la zona—. Lamentablemente, no fue así. Muchas veces escuché de amigos y parientes relatos acerca de un sinfín de asaltos con diversos modus operandi.
A plena luz del día, en la noche o en la madrugada, esta zona, que se encuentra en el centro de la ciudad, se ha convertido en el blanco favorito de los ladrones.
Y cuando estas cosas pasan y uno ve, escucha o lee en los medios de comunicación, las más de las veces ni siquiera les tomamos demasiada importancia, parecieran ser ya el pan de cada día y si pasó, ni modo…
Pero cómo cambia la situación cuando le pasa a alguien cercano a uno. Esto me pasó la anterior semana con la persona que más quiero en este mundo: mi mamá. Recibí una llamada llena de dolor y en medio de un inconsolable llanto mi hermana —que sólo tiene 14 años— me contaba que habían asaltado a nuestra mamá a plena luz del día —nueve de la mañana— en nuestra zona: Sopocachi.
Para ser más precisa, en la calle Fernando Guachalla, esquina avenida Ecuador.
En ese preciso instante sentí que el mundo se me venía abajo, me quedé fría, lo único que hice fue pedir a Dios que mi hermana me dijera que mi mamá estaba bien. Lo que menos importa en esos momentos es saber qué le robaron, lo único que uno quiere escuchar es que el ser querido esté bien.
Los desalmados, encima de robarle mil bolivianos que estaban destinados para pagar la primera mensualidad del colegio de mi hermana y comprar su uniforme, empujaron al ser que me dio la vida y no cesaron hasta verla tendida en el suelo. Eran dos hombres que bajaron de un auto blanco y atacaron a una persona indefensa, la que no iba a poner resistencia al robo, pero igual la agredieron. Gracias a Dios no le pasó nada grave, pero el susto no se lo quita nadie, ni a mí y tampoco a mis hermanos.
Después de este doloroso episodio en mi vida, sólo pido a las autoridades correspondientes que se pongan a trabajar de manera más coordinada y eficaz para acabar con la inseguridad en nuestra ciudad.
Ana Peñaranda Cueto
es correctora de La Razón.