La poética de Saenz
Hoy se recuerdan 25 años del fallecimiento del escritor paceño Jaime Saenz. Antes que su escritura o los sentidos que se desprenden de la lectura de sus textos, la vida nocturna y misteriosa de Saenz ha precedido su obra, de tal manera que diferentes círculos gustan de calificarlo como un autor que celebra el mundo oscuro de la muerte.
Hoy se recuerdan 25 años del fallecimiento del escritor paceño Jaime Saenz. Antes que su escritura o los sentidos que se desprenden de la lectura de sus textos, la vida nocturna y misteriosa de Saenz ha precedido su obra, de tal manera que diferentes círculos gustan de calificarlo como un autor que celebra el mundo oscuro de la muerte. No obstante, no pocos de sus lectores opinan distinto, al extremo de sostener que resulta difícil encontrar en la literatura boliviana una devoción por la vida más festiva que la del autor de Relatos paceños.
«El mundo merece ser amado», dice el personaje Nicolás Stefanic en la novela Felipe Delgado. Tal la manera saenziana de enfrentar la existencia. «Para aprender a vivir primero hay que aprender a morir», dice el mismo Delgado, con una lógica de la complementariedad bastante sencilla: nunca se disfruta tanto de un vaso de agua como cuando uno se priva del vital elemento por un tiempo. La poética de Saenz sugiere que para aprender a morir, con el propósito último de aprender a amar la vida, no hay mejor escenario que la ciudad de La Paz, con una marraqueta y un pedazo de chancaca en el bolsillo, caminando a cuestas por Churubamba, siguiendo un olor lejano a wacataya y tocuyo, riéndose de la solemnidad hasta «Sacarse los ojos y ponerse los anteojos».