Indios con título
Reconocernos ‘indios e indias’ es valorar y recoger de nuestras culturas lo que nos hace bien y felices
Las formas más efectivas de domesticación y dominación son aquellas en las cuales no se necesita una caporal, un sargento, un policía; todos ellos vigilantes y cuidadores celosos de la voluntad y las ordenes del amo. Estas formas de domesticación efectiva se han denominado de diversas formas. Quienes tenemos ancestros(as) de pueblos originarios seguimos siendo, con o sin títulos universitarios, indias e indios.
Cuando este proceso de cambio reivindica nuestros pueblos, nuestros cuerpos y nuestras culturas no lo hace para negar otros cuerpos y otras culturas, sino para fundar la existencia múltiple, de diversidad, a fin de curar las heridas de negar el derecho de ser, que a nuestras abuelas y abuelos se les infringió. Reconocernos aymaras no es una cuestión de pureza de sangre (pues ese sería un concepto y sentimiento racista y fascista), reconocernos “indios e indias” (como nos dicen) es mirarnos al espejo y no avergonzarnos, despreciarnos o afearnos, es mirarnos al espejo y descubrir las formas bellas de nuestros cuerpos, nuestra caras y colores de piel, es valorar y recoger de nuestras culturas lo que nos hace bien y felices; lo otro se critica y desecha.
Cuando, como aymaras, quechuas, guaraníes y demás pueblos originarios hemos accedido a estudiar y tener títulos universitarios no hemos dejado de ser quienes somos. Es decir, somos albañiles, trabajadoras del hogar, cocineras, lavanderas, choferes, pero también somos abogadas(os), ingenieras(os), médicas(os), arquitectas(os) y demás profesiones. Es más, son albañiles, cocineras, vendedoras del mercado, choferes quienes pagaron nuestros estudios y gastos cotidianos. Ser profesional no cambia nuestra identidad y nuestra procedencia indígena. Duele y da rabia el autoracismo, esa forma desesperada de blanqueamiento, que vivió nuestro país en la boca y los cuerpos de los médicos, a propósito de un paro cruel y desalmado. Escuchar sus declaraciones y sus argumentos daba vergüenza y pena, la misma que me dio Michael Jackson, en su búsqueda desesperada e infeliz de no ser negro.
“Somos profesionales de la salud” decían, marcando una línea entre ellos y los que no tienen títulos académicos. Estos médicos indígenas, que no quieren mirarse al espejo para reconocerse, se identifican con el blanco de su mandil y lo confunden con la piel. Pero deberían saber la diferencia ¿no es cierto?, pues son “profesionales”.
Pero claro, les falta la profesionalidad de las costureras; de las vendedoras de telas; de las mamás que remiendan calcetines, pantalones, camisas, calzoncillos y mandiles de doctores. Esa profesionalidad para poder mirarse al espejo sin avergonzarse.
Finalmente, quienes somos las y los pacientes, según los médicos, no tenemos nada que opinar en la cumbre técnica. Ellos manipularán nuestros cuerpos, y nosotras —indias (os) sin título— a callar y bajar la cabeza. Qué se han creído, nadie nos va a callar y estaremos desmontando ese aparato patriarcal, racista y machista de la salud. Por último un grafitti para las mamás en su día: “Detrás de una mujer feliz hay un machista abandonado”.