Desde las permanentes denuncias de infiltrados y enemigos internos dentro de empresas públicas y gobiernos locales, pasando por calificar de resentidos políticos a líderes sociales e indígenas que cuestionan políticas de desarrollo, hasta la sugerencia en ampliados nacionales de otorgar identificaciones del partido para lograr asegurar una adecuada gestión gubernamental que responda al proceso de cambio, tanto el presidente Morales como los funcionarios que le rodean manifiestan permanentemente un imaginario político e ideológico dicotómico, afirmando que todo aquel que forme parte del Estado debe ser previamente identificado como alguien “de confianza”, y así estar a la altura de lo que consideran el espíritu de la nueva gestión pública.

Bajo esta lógica, se constató el crecimiento del sector público, tanto a través del incremento de funcionarios públicos como de nuevas oficinas y entidades estatales, quedando integradas (en su mayoría) por empleados avalados bajo la lógica de selección burocrática mencionada anteriormente, sin que esto resuelva o agilice per se la gestión pública en beneficio de la población, y cargando en las espaldas del erario nacional los elevados costos de esta fagocitaria y creciente burocracia. Así, el nuevo Estado se convierte en víctima de los mismos principios de cuoteo, prebendalismo y “padrinazgo” que anteriores gobiernos fomentaban, olvidando la necesidad de fortalecer una eficiente administración estatal basada en la capacidad técnica y programática de sus miembros.

Sea este imaginario gubernamental considerado positivo o negativo, ya son incontables las intervenciones y opiniones oficialistas que muestran el sentido de uso y pertenencia que para sus miembros significa el gerenciar y administrar un Estado, reflejadas en expresiones como: “estamos en el poder”, “ahora nos toca a nosotros” o “hay que contratar gente confiable para el cargo”. Evidenciando así que la promulgación de los fines y creencias del “instrumento político” se sobreponen a las mismas necesidades estatales para que su ingeniería sea fortalecida e impulsada por medio de una burocracia profesional, con vocación de servicio, calificada y contratada por su rendimiento, experiencia y resultados; y no así por su inclinación política.

Más allá de las coyunturas ideológicas, sin la construcción y el fortalecimiento de una sólida institucionalidad que sea respetada por la gestión de turno, existirá permanentemente una “pata coja” a nivel de programas de gobierno. Lo cual se refleja lamentablemente como uno de los grandes vacíos del llamado proceso de cambio, afirmando que el sistema burocrático sigue siendo considerado como botín de “pegas” para simpatizantes, y no de ocupación para recursos humanos indispensables por parte del Estado.