¿Solución o problema seguro?
De aquella ciudad relativamente tranquila, hoy La Paz es una urbe por demás sonora
De aquella ciudad algo tranquila, hoy La Paz es una urbe por demás sonora. Su crecimiento ha venido casado especialmente con los ruidos que genera el parque automotor. Durante el último año, aparentemente, la obra particular de quienes la dirigen fue y sigue siendo el transporte urbano de buses. Sin embargo, la mucha cautela sobre la determinación y elección de barrios para su funcionamiento ha retrasado un proyecto que es imperioso para La Paz, y que es calificado por la mayoría de la población como una “necesidad vital de cambio”.
No obstante, en los días pasados explotó la “bomba” cargada de distintas reacciones, como por ejemplo la de los supuestos “afectados”. Este hecho acaeció cuando, en pleno “universo fiestero” del 16 de julio, se recibió el regalito de $us 200 millones para la compra de tres líneas del teleférico, que prestará el servicio también como transporte masivo.
La euforia de la población fue expresada rememorando a Tutel, de hace 30 años. En cuanto a los transportistas, la reacción de éstos de inmediato fue apaciguada con la oferta del préstamo de $us 100 millones para la compra de nuevos motorizados. Cabe recordar que hace diez años, con una reacción similar, bloquearon el interesante proyecto de los trenes eléctricos que debían funcionar, aprovechando la directriz del río. Esto para solucionar el importante problema —aún existente— de la necesidad de transporte del sur al centro urbano (hasta la Av. del Poeta).
Sin embargo, luego de la gran algarabía parece necesario preguntarse: ¿se solucionará por fin la problemática del transporte público en La Paz?, ¿o es el inicio de un nuevo conflicto? Al respecto, parece prudente considerar aspectos tales como: por más malestar que exista entre la municipalidad y los choferes, estos últimos deben acoplarse al proyecto oficial para que todos los buses respondan a un solo plan director. De igual forma, planear conjuntamente los tramos y conexiones entre ambos sistemas de transporte, así como las distintas rutas que cubrirán.
Otro aspecto (el más importante) es el que se refiere a la necesidad de que se establezcan mecanismos para verificar el cumplimiento del acuerdo de conversión en chatarra de los motorizados viejos, única forma de evitar el incremento de vehículos públicos esencialmente en el centro urbano. Sólo así se podrá “prevenir que el caos extremo y la anarquía se apoderen de las calles paceñas”, y que no se acreciente la contaminación acústica, un problema que hoy afecta a todas las ciudades del planeta.
Asimismo, se debiera reflexionar acerca de que las calles del centro, en su mayoría, tienen un ancho de 8,5 metros y que no han sido concebidas para el tránsito de grandes buses. También, al ser por demás angostas, menos permitirán el incremento de buses que transiten paralelamente. Todos estos son motivos suficientes para evitar que el libre albedrío del transporte urbano reine y se imponga en La Paz.
Muchas urbes del mundo se hallan realizando mapas sonoros con el fin de medir su realidad acústica ambiental. Dichos estudios les permitirán definir nuevas propuestas, como la conversión de ciertas calles en peatonales a ciertas horas del día.
No se debe olvidar que La Paz sigue esperando (desde hace algunas décadas) la solución de uno de sus problemas más graves, cuya respuesta —esperemos— sea un “transporte público eficiente, serio y responsablemente bien dirigido”.