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Monday 24 Mar 2025 | Actualizado a 08:16 AM

Dos ciudades, una historia

Hoy, no cabe duda de que Tokio es el paraíso de los arquitectos

Patricia Vargas

/ 2 de febrero de 2024 / 09:43

Kioto fue la antigua capital del Japón. Una ciudad venerada y divina, fundada en 794 por el emperador Kammu con el nombre de Miyako, la cual además de ser considerada sagrada, fue la residencia del soberano y su descendencia.

Por sus cualidades naturales, Kioto contaba con un territorio que respondía a las normas de la geomancia. Un valle ancho rodeado de montañas y lleno de árboles, que lo llevaron a ser denominado la capital de la paz.

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Lo singular de esa ciudad fue que sus trazos urbanos respondían a las creencias culturales niponas, al modo del Xián: calles cuadradas y con una delineación en forma de cuadrícula, donde el palacio se hallaba situado al norte y la puerta de Rashomon protegía el sur. Conceptos culturales de una ciudadela que se revelaba como una especie de paraíso, el cual inspiró una novela: La historia de Gengi o Historia de amor. Mucho más, los poetas no solo hallaron inspiración en su naturaleza, sus montañas de distintos colores, especialmente el púrpura, y sus arroyos cristalinos, sino que colaboraron para que se la denominara la ciudad de los palacios bermellones.

Así, a principios del siglo XVIII, Kioto dominaba todo lo que tuviera que ver con cultura, estilo y asuntos espirituales, por lo que siguió siendo considerada la ciudad sagrada. Fue en la Segunda Guerra Mundial que los Tokugawua (régimen feudal) fueron derrotados y los nuevos soberanos instauraron como capital oficial a Tokio y determinaron el traslado del emperador a esta ciudad.

Esa urbe se convirtió en la ciudad más dinámica del Japón y se mantuvo en constante transformación, conservando poco de lo antiguo. De ahí que algo singular de ella es que conserva hasta nuestros días la vida efervescente de una ciudadanía comprometida con el mañana.

Allí, desde sus inicios, su sentido de lo transitorio ha formado parte de su desarrollo. Un mundo flotante que ha convertido su realidad cualitativa en permanente y llena de contrastes.

Desde su nacimiento, Tokio fue una ciudad pujante que llegó hasta a ganarle tierra al mar, para lo cual construyó diques y excavó canales.

En 1964, los Juegos Olímpicos se celebraron en Tokio y esta fue una oportunidad para que Japón mostrara al mundo el nivel de su desarrollo. Para ese gran evento se instalaron trenes de alta velocidad, se construyeron carreteras de múltiples carriles y no faltaron los campos Elíseos de Tokio.

En 1970, Japón gozaba de una prosperidad sin precedentes. Años del milagro económico en que la riqueza crecía a un ritmo vertiginoso y los rascacielos brotaban en Shinjuku -construidos al medio de la ciudad antigua-.

Fue en 1980 que Tokio hizo una invitación a arquitectos audaces para que dieran un nuevo toque a esa gran urbe.

Posteriormente, en 1989, se inauguró el edificio del gobierno metropolitano de Tokio, concebido por el arquitecto Kenzo Tange, cuya estructura en forma de catedral, fue lo que marcó la cúspide del progreso de ese periodo.

Lo interesante es que, en la década del 2000, Tokio comenzó a reinventarse nuevamente y las grandes edificaciones se construyeron a prueba de terremotos. Independientemente de ello, esa gran ciudad continuó concibiendo y mostrando al mundo renovados ejemplos de arquitectura. Con esos antecedentes, en 2021 inauguró un museo dedicado a la arquitectura y el urbanismo.

Hoy, no cabe duda de que Tokio es el paraíso de los arquitectos. Es más, se afirma que es una ciudad que abraza el pasado y el presente, mientras se reinventa permanentemente para seguir adaptándose al futuro.

(*) Patricia Vargas es arquitecta

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Memoria creativa

Patricia Vargas

/ 14 de marzo de 2025 / 06:02

En los últimos días, las ciudades de Bolivia fueron escenario de diversas actividades urbanas, culturales y recreativas. Éstas pusieron de manifiesto, a través del baile, la importancia de la conservación de la memoria cultural y recreativa durante la época del Carnaval.

A lo largo de estos días, fuimos testigos de cómo los virtuosos creadores del arte del baile, en este caso el folklórico, se hicieron presentes en distintas exhibiciones a lo largo del país. Ejemplo claro de ello es el Carnaval de Oruro, un espectáculo que sigue sorprendiendo año tras año.

Sin embargo, no es solo Oruro el espacio de estas expresiones; otras ciudades también supieron exponer el valor de sus costumbres mediante el baile. Lo más significativo es que estas representaciones culturales no solo preservan la memoria, sino que enriquecen y enaltecen el valor de la cultura que las acompaña, integrándola plenamente a la sociedad.

De este modo, cada ciudad logró mostrar la singular riqueza de las cualidades culturales que definen a su pueblo. A través de los movimientos corporales de los bailarines, acompañados por la música, los centros urbanos se llenaron de un significado estético singular, que reflejó el alma de sus comunidades.

Bolivia cuenta con una memoria cultural por demás rica y diversa, como lo demuestran los bailes carnavaleros del país, que nacieron del imaginario colectivo de las distintas culturas con las que cuenta este país. Una memoria tan variada, que reafirma la visión de algunos pensadores que sostienen que la diversidad de la memoria nacional es una especie de relato de la creatividad que conlleva su gente.

Es importante destacar que toda creación artística está respaldada por una serie de eventos y elementos, en los cuales lo misterioso juega un papel fundamental.

La memoria creadora debe ir de la mano con la memoria inteligente, que investigue el significado de los bailes tradicionales y constate que la creatividad evolucionó a lo largo del tiempo. Un claro ejemplo para evidenciar esto son los bailes y vestimentas presentes en el Carnaval de Oruro, cuya riqueza en formas, materiales, telas y colores muestra la evolución de las expresiones corporales de los bailarines.

Una evolución en la que los nuevos aportes no han perdido la dirección legada en cuanto a la estética que conlleva la vestimenta, como se observa en la danza de la diablada, cuya tradición sigue viva en las nuevas manifestaciones.

En ese sentido, es necesario que se mantenga el equilibrio, para evitar que el exceso haga desaparecer la esencia de la estética original heredada. Las artes expresivas, como hijas de la memoria, son dinámicas y deben renovarse constantemente, pero nunca perder su identidad.

En los nuevos tiempos, la renovación creativa de ciertos elementos, como las máscaras de la diablada, ha permitido una evolución que, si bien es inevitable, debe encontrar un límite para no caer en la exageración. Esta realidad, lejos de negar la innovación, nos recuerda que todo exceso puede diluir, el talento y la imaginación de quienes concibieron estas creaciones.

Los antiguos griegos afirmaban que las musas inspiradoras de las artes eran hijas de Mnemosyne, la diosa de la memoria. Y esto quedó demostrado en el Carnaval con la presencia vibrante de diversas manifestaciones culturales en el país, cada una con sus propias expresiones singulares.

Sin duda, todas las actividades culturales y recreativas de estos días han demostrado la capacidad creativa que conlleva la sociedad boliviana, gracias a la misteriosa facultad de la imaginación.

*Es arquitecta.

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Cultura en tiempos modernos

Patricia Vargas

/ 28 de febrero de 2025 / 06:02

En el siglo XIX, la cultura fue concebida como un componente unificado de la estructura social, funcionando como una base de identidad que llevó a afirmar que la cultura formaba parte del ámbito de la sensibilidad y la emoción, desde una perspectiva estética.

La historia nos cuenta que la cultura clásica buscó la unidad y fusión entre la razón y la voluntad. Sin embargo, con el tiempo se adentró en la comprensión del sentido mismo de la cultura. Los filósofos del siglo XIX entendieron a la cultura como parte de la estructura social, en un contexto en el que aún no era autónoma, ya que reflejaba una subestructura social.

Además, en esos tiempos, la cultura estuvo estrechamente vinculada a la economía. Por esta razón, los estudiosos del arte aseguraban que la cultura se estaba convirtiendo en una mercancía, evaluada por el mercado. Esta realidad propició que su adquisición se volviera esencial para la vida de los artistas, cuyas obras sorprendían por su originalidad.

Pensadores como Weber afirmaban que esta situación presentaba un doble sentido, ya que, según él, las obras de arte reflejaban aspectos cosmológicos del pensamiento, y la cultura occidental se caracterizaba por la eliminación de la magia: un proceso de “desencantamiento” de lo bello.

Es importante recordar que, durante este periodo, hubo diversas concepciones sobre el arte pictórico. Algunas de ellas sostenían que el arte vivió una separación entre la estructura social y la cultura, con la economía determinando el valor del arte.

Durante la etapa de los impresionistas, los artistas decidieron presentar sus obras por primera vez en el Salón de los Rechazados (1863), como un acto de protesta contra el gusto dominante de la época. No obstante, este acto los llevó a esperar 20 años para poder exhibir sus propias obras.

Esa actitud de los artistas vanguardistas también reflejaba su rechazo a la falta de libertad. Según algunos escritos, este enfrentamiento tensó al público, lo que a su vez limitó la presentación y apreciación del arte, una condición inherente al arte moderno.

Lo peculiar es que, a mediados y finales de la década de 1950, surgió la pintura en acción, un movimiento en el que los artistas utilizaron la materia pictórica como tema de su arte, implicando al propio artista en el proceso creativo.

A pesar de ello, la transformación del arte no fue tan abrupta como sugieren estudiosos como Ackerman, quien señalaba que el arte de la pintura en París ya había experimentado cambios previos. Lo cierto es que, en décadas anteriores, Picasso y Matisse comenzaron a moldear el gusto del público, según textos de ese entonces.

Sin embargo, el arte de esa época era tan complejo que muchos críticos profesionales, que inicialmente lo aprobaron, se equivocaron, ya que lo elogiaron “por razones ajenas al caso”. La respuesta del público incrédulo fue calificada como una “impostura”.

No obstante, en ese periodo, la cultura se sumergió en la corriente del modernismo, que triunfó sobre la sociedad. La leyenda del espíritu creador libre entró en conflicto, no solo con la sociedad burguesa, sino también con la victoria indiscutible de la cultura en la etapa moderna, como refieren diversos escritos.

Es evidente que el arte moderno llevó a los artistas, pintores, escritores y cineastas a avanzar con los tiempos, logrando con ello una evolución del arte mismo.

Así, se puede afirmar que la continuidad del radicalismo artístico en la década de 1950 no fue impulsada por la política, sino por la misma cultura, como sostienen los estudiosos de esa época.

*Es arquitecta

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Carnaval de Oruro: la fuerza de la cultura

Patricia Vargas

/ 14 de febrero de 2025 / 06:00

El Carnaval de Oruro marca el inicio de una celebración que permite a esta ciudad mostrar la riqueza y la fuerza de la cultura boliviana. Su máxima expresión es la entrada folklórica, un evento que reúne a diferentes danzas y fraternidades de todos los departamentos del país, los cuales reflejan la diversidad que lo caracteriza.

En ese día, el esplendor de cada baile revela la identidad del pueblo a través de un espectáculo vibrante que deleita al espectador con su destreza y colorido, lo que convierte al Carnaval de Oruro en una de las manifestaciones culturales más representativas de Bolivia.

Durante el lapso de ese tiempo, la ciudad de Oruro se transforma en el epicentro de la cultura nacional, pues hace gala de la riqueza estética del folklore enraizado en su gente. Una de las danzas más emblemáticas es la diablada, ya que su puesta en escena combina el movimiento corporal de los bailarines con sus impactantes coreografías. Estas últimas, que generan una experiencia sensorial única en los visitantes. De esa manera la fuerza de la música folklórica realza la majestuosidad del espectáculo.

Es así como el Carnaval de Oruro se reinventa constantemente en los detalles y un claro ejemplo de ello es el arte del bordado, cuya exquisitez y talento sigue maravillando a propios y extraños. Los bordadores, muchos de los cuales aún trabajan a mano, dan vida a trajes que deslumbran con la combinación de sus colores, texturas y detalles minuciosos.

A lo largo del tiempo, las expresiones culturales del Carnaval han evolucionado, captando la atención de los espectadores. El creciente número de bailarines y la complejidad de las coreografías refuerzan el atractivo del evento. Lo más notable es la resistencia física de los danzarines, quienes, a pesar del peso de sus máscaras y vestimenta, ejecutan movimientos vigorosos y construyen escenografías en constante transformación. Su presencia imponente convierte las calles y avenidas en escenarios vivos donde la cultura cobra un protagonismo absoluto.

Una apreciación que no olvida los colores intensos y vibrantes del Carnaval que alteran la percepción del entorno urbano, revitalizando los espacios públicos y disolviendo cualquier imperfección estética. Así, el dinamismo de los bailarines no solo anima la festividad, sino que cualifica el valor de las calles y avenidas.

En la era digital, el Carnaval de Oruro ha trascendido sus fronteras físicas, cautivando a espectadores de todo el mundo a través de las plataformas virtuales. Muchos de ellos, atraídos por la majestuosidad del evento, se convierten en asiduos visitantes que experimentan la energía de los cuerpos en movimiento y el poder de la música folklórica.

De esa manera, esa ciudad no solo acoge a turistas nacionales, sino que conquista a turistas de distintas latitudes, fascinados por la autenticidad del espectáculo. Lo que alguna vez fue un arte de las calles evolucionó hasta convertirse en un fenómeno cultural que, año tras año, sigue siendo apreciado.

El Carnaval de Oruro enamora a quienes lo visitan tanto, por sus cualidades estéticas como, por las alegóricas. No en vano ha sido reconocido por la Unesco como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Y reafirmando esta distinción, el Carnaval de Oruro se erige como la muestra viva de la cultura boliviana.

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Uruk, del movimiento ancestral, a la estática contemporánea

/ 31 de enero de 2025 / 06:03

Todos sabemos que las ciudades nacieron gracias a la agricultura. Sin embargo, antes de aprender a cultivar la tierra, el habitante fue un cazador que legó a la humanidad la cualidad de vivir en movimiento.

Lo interesante es cómo surgió la necesidad de establecer asentamientos. Y fue la agricultura que encontró los espacios ideales para la siembra, cercanos a los territorios de caza. Así nació el concepto del espacio habitacional.

Con el tiempo, las ciudades se convirtieron en un objeto de análisis que llevó a reflexionar sobre la primera ciudad del planeta: Uruk. Este asentamiento marcó el destino de sus habitantes con interrogantes como ¿en qué medida éstos, responden a las exigencias de las ciudades a lo largo del tiempo?

Uruk está ubicada en lo que hoy es Irak. Su origen, está estrechamente vinculado al surgimiento de la planificación territorial y la arquitectura monumental. Esta ciudad vivió en constante movimiento gracias al intercambio de mercancías.

En el tercer milenio antes de Cristo, Uruk ya contaba con el Templo Blanco, una construcción de 13 metros de altura dedicada a la diosa Inanna. Esta obra no solo exaltó a la cultura y el arte, sino que también se considera un símbolo del nacimiento de la escritura mediante signos pictográficos.

Un aspecto relevante es la transformación del ser humano desde el 8000 a.C. En ese entonces, ya poseía cualidades artísticas que quedaron plasmadas en tablillas. Éstas describen el movimiento de mercancías hacia el 3500 a.C. Un hecho que confirma la existencia de una sociedad en pleno desarrollo cultural.

Lo significativo de la ciudad de Uruk es que fue la primera ciudad en ser pensada dentro de un ordenamiento urbano particular con edificios superpuestos, lo cual llevó a opinar a estudiosos, por ejemplo, como E. Heinrich, quien —en su obra Die Paläste im Alten Mesopotamien— afirmaba que éstos se dedicaban a la actividad social, hecho que ocurrió hacia el 3400 a.C. Por lo tanto, Uruk heredó a la humanidad su valor como ciudad que quedó registrada en las tablillas antes mencionadas.

Pero no se debe olvidar lo singular de los momentos actuales, que exigen el reflexionar sobre las ciudades contemporáneas, las cuales se encuentran en constante evolución hacia un modelo informacional. Éstas proponen un nuevo tipo de vida urbana y con ello la transformación de la sociedad.

Cabe recordar que las ciudades, a lo largo del tiempo, se apropiaron de las demandas de enfrentamiento a nuevos retos que ofrecían la transformación de la vida urbana; ésta, acorde al desarrollo de las metrópolis. Y con ello nacieron nuevas formas de vida, primero con la mecanización de la industria, para luego ingresar a la tecnología de la computación.

Sin embargo, aquí emerge una paradoja: aunque vivimos en un mundo en constante movimiento, el habitante pasa largas horas frente a una pantalla, llevándolo con ello a una vida estática. Una nueva realidad, que plantea la importancia de reflexionar sobre los espacios de esparcimiento, los cuales deben adaptarse a las nuevas exigencias recreativas de la población.

Es evidente que hoy son momentos en los que el orbe promete la revolución tecnológica, la cual enfrenta la vida sedentaria con la actividad física. Una realidad que debiera invitar a proponer nuevas intervenciones urbanas, las cuales no olviden la concepción y propuesta de espacios en movimiento, como son los bosques.

*Es arquitecta

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De lo maquínico a informacional

/ 17 de enero de 2025 / 06:00

El siglo XX presenció la evolución de la máquina en la vida urbana. Sin embargo, a finales de ese mismo siglo, se produjo una importante transformación con su ingreso a la ciudad informacional. Esta transición no relegó a la máquina industrial, sino que la transformó en una herramienta computarizada, perfeccionando así su funcionalidad tecnológica.

Las grandes ciudades, o metrópolis, hoy experimentan la era de innovación. El desarrollo de las fuentes de valor productivo ha evolucionado del poder mecanizado al poder de producción computarizado, consolidando el ingreso de lo digital como fuente de valor y poder de lo digital. Este proceso de reestructuración tecno-económica dotó a la ciudad contemporánea de una infinidad de nuevas funciones y marcó el inicio de la sociedad informacional.

De esa manera, la ciudad de hoy se encuentra inmersa en un proceso de reestructuración tecnológica que le otorga nuevas funciones contemporáneas. Un claro ejemplo es la transición que tuvo la vida urbana de la era maquínica a la informacional. La primera, la abordamos en un artículo anterior sobre la película Metrópolis (1927). Mientras que hoy nos referimos a la ciudad informacional actual, impulsada por la tecnología digital. Esta evolución busca el perfeccionamiento de la producción industrial, esencialmente por estar respaldada por la programación digital, lo que ha contribuido a su competitividad y su conversión en la fuente de riqueza de la producción.

La revolución de la tecnología informacional es una realidad inobjetable, evidenciada en la investigación de puntos estratégicos para el futuro de la ciudad. Este estudio ha llevado a las empresas digitales a concentrarse en el Silicon Valley, el centro urbano simbólico donde se asientan las empresas tecnológicas informacionales más importantes del planeta.

Silicon Valley, como sede internacional de la alta tecnología digital, reúne centros de innovación tecnológica y programación digital como Apple, Google, Microsoft y Facebook, entre otros. Este enclave, creado en Estados Unidos, desarrolla los nuevos programas tecnológicos para la población global.

Sin embargo, Silicon Valley no solo es eso, sino que también representa la nueva dirección de la vida del habitante contemporáneo, intrínsecamente ligado a lo tecnológico. Esta “ciudadela” aglutina centros digitales, cuya creatividad se convierte en la fuente imaginativa y productiva de los programas de la era informacional. Un hecho que reafirma que la tecnología es el sistema digital del presente y seguramente del futuro; por lo tanto, forma parte integral de la mayoría de las industrias en las grandes ciudades.

En definitiva, la tecnología digital ha trascendido la vida del habitante del planeta, que ahora funciona dentro de una vida en red, una cualidad caracterizada por la interacción de la técnica y la tecnología. Esta última transforma diariamente la existencia del ser humano a partir de la consolidación de lo informacional y tecnológico en la vida contemporánea.

Cabe recordar que, en el siglo XXI, las ciudades demuestran que el nuevo mundo urbano demuestra que el movimiento dual del habitante requiere una formación inclusiva técnica y tecnológica en su conocimiento.

Para terminar, es evidente que hoy lo informacional —que se asentó en las últimas décadas del siglo XX— forma parte del vivir y del trabajar del habitante contemporáneo. Por todo ello, se podría hasta afirmar que la creatividad se convierte en una fuerza productiva cuando se integra a la era informacional digital.

Patricia Vargas es arquitecta.

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