Recordando el horror
Pienso en todos los niños que no vivieron la dictadura y para quienes los horrores son aún más lejanos
Los colchones cubrían las ventanas de la casa. No- sotros tuvimos que trasladarnos hasta el departamento de atrás. De pronto mi madre recordó que necesitaba preparar la mamadera de mi hermano Javier, un bebé de meses en ese momento. Por ello volvió a la casa principal. Subió al segundo piso y el instinto hizo que se arrojara al suelo cuando una ráfaga de ametralladora pasó por encima de su cabeza, rompiendo vidrios y alojando los proyectiles en la pared. El frontis de nuestra casa estaba al frente del Ministerio del Interior de Juan José Torres; estábamos en pleno golpe de Banzer.
Por la tarde, con mi hermano Juan Carlos, salimos al comedor de la casa grande, pero tuvimos que meternos debajo de la mesa cuando pasaron los aviones ametrallando la universidad. Éramos niños pero tengo grabadas en la retina dos imágenes: el pequeño dictador diciéndoles a los campesinos que tenían su permiso para matar a cualquier comunista que fuera a agitar en el agro; y luego sus lágrimas cuando tenía que dejar el poder. La primera me sorprendió, ¿cómo alguien puede dar permiso para matar? La segunda me molestó, ¿cómo alguien tan poderoso podía llorar porque tenía que bajar del árbol del poder?
Con el tiempo adquirí conciencia de lo que fue Banzer: los asesinatos, las violaciones, el saqueo de nuestro país, el entreguismo, la relación con otros asesinos de la dimensión de Videla y Pinochet. Y ahora todo parece tan lejano. Ahora que podemos hablar libremente, que podemos votar y elegir a quien nos parezca, ahora que la picana ha desaparecido e impera la ley.
Pero pienso en todos los niños y niñas que no vivieron la dictadura y para quienes los horrores son aún más lejanos. Quizá nunca existieron. Necesitamos de libros, películas, documentales. Necesitamos mover los medios de comunicación para mostrar lo que fue la dictadura y la lucha de tantos bolivianos y bolivianas, porque imperen las garantías democráticas y el derecho al sufragio.
Sólo con una clara conciencia de lo que fue la noche del fascismo lograremos que éste no se repita, que no germine de nuevo. Lograremos que quede sólo en el mundo de las pesadillas.
Y a propósito de estos libros, recomiendo plenamente la lectura de La mañana después de la guerra, del joven periodista Boris Miranda, un gran trabajo que esclarece los pormenores del golpe cívico de la oligarquía mediolunática en 2008.