De Santa Cruz, con amor…
Santa Cruz supo amalgamar las diferencias y superar las distancias existentes entre los bolivianos

Septiembre es un mes muy especial en nuestro país, porque con él llega la primavera, además de él se dice que es el “mes del amor”. Y, si hay algo de lo que me gusta hablar es de ello, porque el amor es lo que más nos acerca y asemeja a Dios. Ud. dirá, ¿qué tiene que ver el amor con una columna que suele versar sobre economía? Mucho, porque hablaré de una región que en lo económico ha hecho, hace y está destinada a seguir haciendo mucho por Bolivia, con amor.
Me refiero al Departamento de Santa Cruz —al oriente del país— que luego de su atávica postergación por siglo y medio, tuvo un espectacular crecimiento a “tasas asiáticas” en los años 90 y, pese a que se diga que perdió impulso como “locomotora económica”, su PIB cerró en 2011 con un crecimiento del 5,68%, mostrando un claro liderazgo a nivel nacional.
Hace sólo 60 años Santa Cruz era casi una aldea aislada del quehacer nacional, y los cruceños no llegaban al 10% de la población boliviana. Ahora se aguarda que el censo de noviembre de 2012 confirme que cerca de 3 millones de personas viven en el departamento (27% de la población nacional) de los que más de 2 millones moran en su risueña capital (Santa Cruz de la Sierra) ubicada en el puesto 46 entre 48 ciudades estudiadas para poder invertir (Ranking de ciudades latinoamericanas para la atracción de inversiones, Informe Oficial, Mayo 2012, CEPEC, IdN). La Santa Cruz de antaño —otrora sin servicios básicos e infraestructura— destaca hoy entre los demás departamentos en cuanto a los Índices de Desarrollo Humano y de Competitividad Regional de Bolivia.
La exitosa Santa Cruz productiva contemporánea aporta con un 27% al PIB, genera más del 40% de la producción agropecuaria, representa casi un cuarto de las exportaciones totales, destaca con más del 60% en las Exportaciones No Tradicionales, significa casi el 90% del volumen de las agroexportaciones, produce más del 70% de los alimentos que consume Bolivia y, aparte de esto, alimenta al mundo con más de 1,5 millones de toneladas anuales. Una vez más: ¿Qué tiene que ver todo esto con el amor? Mucho, porque hablar de Santa Cruz es hablar del “crisol de la bolivianidad”, que yace en la región oriental. Así como el histórico avance agroproductivo cruceño no se explica sin la caña de azúcar, el arroz y el algodón, primero; el maíz, la soya, frejol, sorgo, girasol, trigo, papa, hortalizas, frutas y ganadería; después, tampoco su desarrollo se explica sin la generosa participación de los potosinos, orureños, cochabambinos, paceños, tarijeños, chuquisaqueños, pandinos y benianos que, junto a los cruceños, hicieron florecer esta región para bendición de muchos.
Es aquí donde entra en juego el amor, porque —pese a todo lo que se pueda decir en contra— Santa Cruz supo amalgamar las diferencias y superar las distancias existentes entre los bolivianos, demostrando que es posible construir una sociedad entre personas diversas que conviven y progresan en armonía, como hermanos.
O es que ¿acaso no se mezclan acá los blancos, mestizos y cobrizos; los citadinos, indígenas y campesinos? ¿Acaso no trabajan en vez de envidiar, y producen en vez de solo reclamar? Viven sin discriminarse económica, étnica, cultural, política o socialmente, dando cuenta que —en vez del grosero insulto y la agresión, del bloqueo y el dinamitazo— otra Bolivia es posible: La Bolivia de la paz, la Bolivia del amor, la Bolivia que acrisola, ¡la insigne Santa Cruz de hoy!