Cese al fuego
Tal parece que Israel sólo escucha las voces de los grupos palestinos más recalcitrantes
Después de ocho días de enfrentamientos, que causaron inmensos daños materiales —especialmente en la franja de Gaza—, la muerte de al menos cinco israelitas y de 162 palestinos (entre éstos 42 niños y 11 mujeres) y más de 1.200 heridos, el Gobierno de Israel y Hamás llegaron el miércoles a un acuerdo de alto el fuego, gracias a la mediación egipcia y estadounidense.
Esta nueva escalada de violencia, en el marco del conflicto palestino-israelí, se explica por dos motivos. En primer lugar, por el desmembramiento del cuartel general de Hamás que hasta hace no mucho se encontraba en Siria, pero que, a raíz del colapso de las relaciones con el régimen de Bashar al Asad, tuvo que replegarse hacia otros países árabes.
Desmembramiento que ha dejado un vacío de poder entre los grupos palestinos, que los líderes de Hamás en la franja de Gaza están tratando de llenar. Y qué mejor forma de hacerlo que reforzando su rol como punta de lanza en la batalla contra la ocupación israelí, con el lanzamiento de un mayor número de proyectiles hacia territorio hebreo que el corriente (hasta antes del conflicto, se lanzaron 700 en lo que iba del año).
Incremento que fue “aprovechado” por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, para reforzar su imagen a dos meses de las elecciones presidenciales en Israel. Pero también como una reacción de amedrentamiento (segundo motivo) ante el previsible reconocimiento de Palestina como Estado observador de las Naciones Unidas, lo que se concretaría este 29 de noviembre en la reunión de la Asamblea General de la ONU, a solicitud del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas.
Cualidad que supondría un duro varapalo para el Gobierno israelí, que ha esgrimido todo tipo de amenazas contra los palestinos y contra los que se presten a este reconocimiento. De allí que el gobierno de Netanyahu haya respondido desmedidamente ante el aumento de los lanzamientos de cohetes desde la franja de Gaza hacia Israel, asesinando el miércoles pasado a Ahmed Yabari, el todopoderoso jefe del brazo militar de Hamás, y amenazado con reeditar la brutal operación Plomo Fundido de 2008.
Ahora bien, más allá de los motivos detrás de esta nueva escalada de violencia, queda claro que el Gobierno israelí sólo escucha las voces de los grupos palestinos más recalcitrantes, que llegan hasta su territorio por medio de cohetes. Mientras que prefiere hacer oídos sordos a las voces palestinas más moderadas, incluida la del presidente Abbas, que insisten en establecer negociaciones que apunten a terminar la ocupación israelí con el establecimiento de un Estado palestino, sobre la base de los límites establecidos en 1967 en el acuerdo de Oslo, con Jerusalén oriental como su capital. Que es, dicho sea de paso, la mejor y única manera en la que palestinos e israelitas pueden vivir en paz y seguros, uno al lado del otro.