(Casi) todos somos Palestina
El reconocimiento del Estado palestino permite divisar un acuerdo de paz en la región.
Demostrando que la historia y la razón cuentan, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó finalmente, por amplia y digna mayoría, una resolución que reconoce a Palestina como Estado “observador”. La esperada resolución recibió 138 votos a favor, 41 abstenciones y solamente nueve en contra.
Desde el jueves, pues, la comunidad internacional reconoció formalmente el legítimo derecho del pueblo palestino a su autodeterminación con Estado propio.
La resolución, en justicia, debió haber sido aprobada por unanimidad, incluyendo al propio Estado de Israel, que hace 65 años fue reconocido gracias a una resolución de la ONU que partió el territorio de Palestina. Pero hubo abstenciones, temerosas de irritar al binomio Estados Unidos-Israel, que sistemáticamente, sea en foros internacionales, sea con ocupación violenta, boicotea la posibilidad de un Estado palestino independiente.
¿Y los que se opusieron a la resolución? Además del citado binomio y cuatro islas menores, tres países acompañaron el oscuro rechazo: la incondicional Canadá que siempre vota en bloque con su vecino, la República Checa de los “demócratas cívicos” y la hoy vergonzante Panamá del empresario Martinelli.Para el resto del mundo, en especial para las y los palestinos, fue un día histórico, de júbilo. Un día especial, sin duda, para divisar un acuerdo de paz “justo, duradero y completo” en la región.
Palestina no ha conseguido ser Estado miembro de las Naciones Unidas por el tenaz veto estadounidense en el Consejo de Seguridad. Empero, su reconocimiento como Estado observador le faculta para adherirse a las convenciones internacionales y ser parte de las agencias de la ONU. Esta condición es fundamental, por ejemplo, para sus aspiraciones de recurrir ante el Tribunal Penal Internacional. Hay muchos crímenes de guerra de los que hablar. Ni Estados Unidos ni Israel toleran esa posibilidad.
No es casual por ello que la Secretaria de Estado estadounidense haya calificado como “desafortunada y contraproducente” la resolución de la Asamblea General. Ni tampoco la reiterada amenaza-discurso de que el reconocimiento de la Autoridad Palestina constituye “un obstáculo para la paz”. Y ya se sabe que Israel, bajo el imperativo de preservar su seguridad, exhibe una larga tradición de ignorar e incumplir las resoluciones de la ONU.
¿Qué sigue ahora? Más allá de la simbólica celebración, lo más evidente son las represalias. Seguramente Estados Unidos, como ya hizo con la Unesco, “castigará” la osadía de la ONU con el retiro de financiamiento. Pero lo grave es que en inmediata respuesta a la resolución, el Gobierno israelí autorizó la construcción de 3.000 nuevas viviendas en Cisjordania y Jerusalén Este (territorio palestino), cruzando así, con estos renovados asentamientos, una línea rechazada incluso por EEUU.
Es probable que en el corto plazo, pese al acompañamiento de la comunidad internacional, la situación empeore en el terreno. Por ello la urgencia de realizar especiales esfuerzos de paz y convivencia con seguridad para los dos Estados: Palestina e Israel. “El derecho es el derecho natural del pueblo judío de ser dueños de su propio destino, como todas las naciones, en su propio Estado soberano”, decía la Declaración de Independencia de Israel en mayo de 1948. La afirmación es igual de válida hoy si en lugar de “pueblo judío” decimos “pueblo palestino”.
Hace 65 años, el 29 de noviembre de 1947, junto a otros 32 estados, Bolivia votó a favor de la resolución 181 de la ONU, que autorizó la partición de Palestina en dos estados: uno árabe y el otro judío. Entonces, enhorabuena, (casi) todos fuimos Israel. El 29 de noviembre de 2012, junto a otros 137 estados, Bolivia votó a favor de la resolución que reconoce a la Autoridad Palestina como Estado observador. Y hoy, enhorabuena, (casi) todos somos Palestina. La historia y la razón, está visto, cuentan.