Voces

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El hombre intranquilo

En su origen fílmico, James Bond supuso una notable revolución moral entre los aventureros

/ 31 de diciembre de 2012 / 04:40

Algunos popularísimos personajes de ficción han sufrido significativas mutaciones al pasar de la novela al cine. Especialmente notables fueron las de Sherlock Holmes, convertido ya desde un comienzo en personaje de acción y no de reflexión: el inolvidable Basil Rathbone acuñó el físico ideal del gran detective, pero sus aventuras son las de un agente secreto, no las de un investigador cerebral. Hubo que esperar hasta la serie protagonizada por Jeremy Brett para encontrar un trasunto razonablemente fiel de los relatos de Conan Doyle. Las últimas versiones en cine y televisión del gran sabueso son ya puro manierismo, a veces divertidas, pero estrafalarias respecto al original.

Por cierto, ahora se cumplen los primeros 125 años de la publicación de Estudio en escarlata, que no es lo mejor de la saga inmortal —aunque el título es insuperable— pero sí la excelente pieza inaugural. Debolsillo acaba de conmemorarlo sacando una buena edición en tapa dura (traducción de Esther Tusquets), con la portada original e ilustraciones de la época para ambientar el texto.

En cambio, la serie cinematográfica de James Bond es mucho más fiel a los relatos originales de Ian Fleming, pese a que últimamente parece seguir el camino inverso a las adaptaciones de Holmes: en Skyfall el héroe de acción, sin dejar de serlo, se hace menos vertiginoso y más agónico. El director Sam Mendes es consciente de que Bond, James Bond, no envejece y, sin embargo, los fans de sus aventuras sí y ensombrece al personaje para que sigan pudiendo disfrutarlo sin puerilidad, lo cual es de agradecer… aunque en el fondo sea un poco humillante.

James Bond nunca había sido antes reflexivo en la pantalla ni apenas en los libros: héroe profesionalmente intranquilo y acelerado, sin sosiego, rapidísimo por tierra mar y aire, apenas tiene tiempo para degustar el champán que elige con erudición de suplemento gastronómico y ya debe volver a salir corriendo. Hablando de correr, a la chica a veces se la liquidan en la cama, sin tiempo de pasar por el bidé. Abroquelado tras su licencia para matar, es desde luego un ejecutor —un verdugo— pero también un ejecutivo, alguien que tiene prisa.

En su origen fílmico, a comienzos de los años sesenta del pasado siglo, James Bond supuso una notable revolución moral entre los protagonistas aventureros: es obediente con los superiores y cínico con todos los demás, brutal bajo su refinamiento, promiscuo y sin perplejidades éticas. Un héroe envidiable, pero antirromántico, despreocupadamente inmoral y con todo simpático. Su única cualidad positiva es la eficacia y su capacidad de sobreponerse a las dificultades más angustiosas, gracias a su entrenamiento físico y a la ayuda que le prestan artilugios tecnológicos exclusivos (hoy, cualquiera de nosotros los puede comprar mejores en la tienda de la esquina).

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Regalos

No crean que todos los libros son inocuos o pacíficos: hay libros de destrucción masiva.

/ 1 de enero de 2017 / 14:56

Ustedes van a regalar libros en estas fiestas y yo les alabo el gusto. Pero no crean que todos los libros son inocuos o pacíficos: hay libros de destrucción masiva. Los cataloga en su estupendo Libros para la guerra (ed. Berenice) el siempre original Javier Mina: esos libros que han provocado matanzas, sublevaciones, conquistas o el exterminio de los infieles.

A veces libros santos, pero como también es santo el infierno… Y una travesía infernal por el páramo de los remordimientos supersticiosos y los prejuicios es lo que cuenta Luisgé Martín en El amor del revés (ed. Anagrama), un relato autobiográfico escrito con valerosa crudeza. Parece mentira que hace solo pocos años la homosexualidad fuese todavía un suplicio social para quien tratase de vivirla sin engaños. Un retrato de época y un estudio psicológico escrito con fervor magistral…

Cada vez que se publica por estas fechas la lista de los mejores libros del año, constato desolado que la mayoría de ellos no los he leído y otros por desgracia sí. En cualquier caso, nunca encuentro los tomos del Salón de los pasos perdidos, de Andrés Trapiello (van 19, el último Sólo hechos, ed. Pretextos), la única obra (entretenidísima, maliciosa, conmovedora, culterana, inagotablemente reflexiva sin pedantería…) que estoy seguro de que quedará cuando desaparezcan las celebridades anuales.

Ahora bien, si quieren reforzarle a su amigo de veras la biblioteca, nada mejor que ofrecerle los cuatro suculentos volúmenes de las obras completas de Friedrich Nietzsche (ed. Tecnos), competentemente traducidas de nuevo, anotadas, comentadas, etcétera… por un equipo de especialistas dirigido por Diego Sánchez Meca. La voz total del profeta desventurado de la alegría, nuestro hermano más sabio. Ya saben, libros como regalo a los amigos lectores. Y a quienes no leen, nada. Que espabilen…

Es escritor y filósofo español, columnista de El País.

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Perdices

Marco Pannella tenía ideas apasionadamente prácticas, pero carecía de odio social.

/ 28 de mayo de 2016 / 21:32

Solo he sido miembro de dos partidos políticos en mi vida y el primero fue el Radical, de Marco Pannella. Me gustaba porque era transnacional, o sea plenamente europeo, y porque era el único que llevaba en su programa la despenalización de las llamadas “drogas”, oponiéndose a esa dañina fantasía inquisitorial que tanto daño ha causado a personas y países enteros (México es hoy triste ejemplo de ello). Entre los radicales conocí a gente tan estupenda como mi amiga Emma Bonnino, audaz e inteligente, con quien compartí algunas iniciativas… y retrocedí ante otras. Una vez, cuando la población de Sarajevo vivía acosada por los francotiradores, Emma me propuso que fuésemos allí el día de Navidad para interponernos pacíficamente entre el fuego de ambos bandos. Comenté prudentemente que no me parecía el mejor modo de festejar fechas tan entrañables, y ella me advirtió: “Piensa que la alternativa es pasarlas en familia”…

Marco Pannella no era revolucionario, lo que en democracia es un retroceso y no un avance, sino un agitador formidable; tenía ideas apasionadamente prácticas, pero carecía de odio social: lo contrario de lo que ahora se lleva. Algunos lo tenían por insensato, pero nadie dudó de su honradez. Vino a Madrid a conocerme y fuimos a un restaurante cerca de casa. El dueño, cazador entusiasta, nos propuso unas perdices cazadas por él mismo. Marco me miró severo, porque acababa de impulsar un referéndum en Italia —¡otro más de los suyos!— para prohibir la caza. Yo estaba confuso, el dueño insistía. De pronto, Marco alivió el ceño y me lanzó su mágica sonrisa. “Bueno, las perdices ya están muertas, ¿verdad? De modo que más vale comérnoslas”. Y después, tan felices, nos comimos sin remordimiento las perdices. Ciao, Marco, contagioso campeón del activismo ciudadano inconformista.

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Escuela

¿Qué es lo que hay que aprender? Pues aprender a aprender, a ser críticos con lo que nos enseñan.

/ 15 de mayo de 2016 / 13:49

Siempre oí repetir que la enseñanza debe ser “crítica”. Nada de memoria, nada de llenar la cabeza de datos (¡se encuentran en internet!), nada de que el maestro hable desde la tarima y los demás callen tomando apuntes, nada de asignaturas sin relación con la vida cotidiana (¿como las matemáticas, la historia o la gramática?) y nada de dar por hecho que uno sabe y los demás no. ¡Crítica ante todo! ¡El aprendizaje debe ser crítico, si me apuran, más crítico que aprendizaje! ¿Qué es lo que hay que aprender? Pues aprender a aprender, a ser críticos con lo que pretenden enseñarnos. Cuando el maestro anticuado profiere como irrefutable cualquier tópico viejuno, v. gr. “París es la capital de Francia”, el alumno debe propinarle un certero “¡Eso lo dirás tú!”. Seguro que le desconcierta…

Abracé dócilmente esta rebeldía, hasta darme cuenta de que los críticos más contundentes son quienes mejor han aprendido aquello de lo que se habla: por plácido que sea su talante, los que saben aritmética no aguantan a los que dicen que dos y dos son cinco. Y tienen sus razones. Son precisamente esas razones las que deben enseñarse en la escuela, porque con ellas vendrá por añadidura el espíritu crítico, que no es simple afán de contradicción.

Dos libros recientes, La conjura de los ignorantes (ed. Pasos Perdidos), de Ricardo Moreno Castillo, y Contra la nueva educación (ed. Plataforma Actual), de Alberto Royo, defienden esta asombrosa doctrina, la de siempre, y con ella el esfuerzo estudioso, el orden en el aula y el magisterio de los profesores, que no deben ser meros colegas lúdicos ni animadores emocionales de la comuna escolar. Y lo hacen de modo muy divertido: quien mañana ocupe la cartera de Educación hará bien en leerles.

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Bélgica

El único defecto de Bélgica es el exceso de celo con que representa las virtudes cívicas europeas

/ 9 de abril de 2016 / 06:29

En días pasados hubo muchas críticas sobre la poca eficacia de las instituciones en Bélgica. Algunos incluso apuntaron la conveniencia de que la sede del Parlamento Europeo se traslade de Bruselas a otra capital mejor gestionada y más segura. Considero injustos estos reproches. El único defecto de Bélgica es el exceso de celo con que representa las más apreciadas virtudes cívicas europeas. Sean, por ejemplo, las garantías para evitar abusos policiales.

Pues bien, la Policía en Bélgica tiene prohibido actuar entre nueve de la noche y cinco de la madrugada, tregua que permite a los sospechosos descansar para preparar sus coartadas o escaparse si no encuentran ninguna. Hay un teléfono al que avisar en emergencias terroristas, pero solo funciona de ocho de la mañana a ocho de la tarde, para no agobiar. Por la misma razón no se interrogó más que una hora a Salah Abdeslam en los primeros cuatro días de detención, porque el hombre estaba algo cansado. Luego sus cómplices nos sorprendieron con el gran atentado…

Otro valor importante, el pluralismo. No solo el país está dividido entre flamencos y valones, tanto monta… etcétera, con lenguas distintas (¡plurilingüismo, otra virtud!), sino que en Bruselas hay 19 comunas, cada una con su alcalde y su derecho a decidir. También hay seis cuerpos de Policía diferentes que como tienen a gala hablar idiomas distintos no suelen entenderse, lo que da mayor animación al cotarro.

Su barrio de Molenbeek viene surtiendo de terroristas a todos los países, pero las denuncias contra él suelen desestimarse por racistas o ultraderechistas, admirable muestra de respeto a las minorías. Esperemos que pronto toda Europa se rija por las mismas pautas virtuosas. Bueno, los franceses no, porque alguien tiene que quedar para hacer chistes a costa de los belgas…

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Gobernar

/ 23 de agosto de 2015 / 08:00

A mí tampoco me gusta la política de inmigración de la UE, pero me pasa como al resto: no sé qué hacer

Sucedió en un colegio, al este de Alemania. La canciller Merkel charla con los niños. Reem, una palestina, le cuenta su caso: viene de un campo de refugiados en Líbano y ha pasado cuatro años estudiando en Alemania. Ahora a su padre se le acaba el permiso laboral y tendrán que volverse. Ella solo quiere tener la oportunidad de acabar tranquilamente sus estudios, como el resto de los niños. Reem habla un perfecto alemán. Es preciosa, despierta, frágil. Yo, pobre de mí, le prometería la luna con tal de verla sonreír.

Merkel no. En un tono monocorde le explica que ella es una niña inteligente, pero que en Líbano hay miles de palestinos que quieren inmigrar y Alemania no puede hacerse cargo de todos. De modo que si su padre no tiene permiso de trabajo, tendrán que salir del país. La niña se echa a llorar. Merkel se acerca, la acaricia, le dice que lo ha hecho muy bien. Las redes sociales, que ante los problemas no aportan soluciones, sino escándalos, se indignan: “Falta de empatía”, “frialdad”, “la inmigración no se resuelve con carantoñas”… Ya, bueno.

A mí tampoco me gusta la política de inmigración de Alemania ni de la Unión Europea, pero me pasa como a los demás: no sé qué hacer. En cambio, como vivo en un país en el que los gobernantes tratan a los ciudadanos como a niños mimados y la oposición como a adolescentes rebeldes, me pasma de admiración una dirigente que habla a los niños y adolescentes como ciudadanos. Razona sus decisiones y las defiende con firmeza y sin miedo, aunque caiga antipática, aunque haga llorar, aunque los imbéciles digan que es nazi. Puede estar equivocada, pero se sabe responsable. Y en eso consiste gobernar, ¿se acuerdan?

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