Memoria vs Historia
El reciente conflicto en Oruro develó las contradicciones entre memoria e Historia.
El reciente conflicto en Oruro develó las contradicciones entre memoria e Historia, y aunque sus protagonistas no fueren conscientes de lo que tenían al frente, el debate giraba por mucho más que un simple nombre. La memoria recupera al pasado colectivamente, pero no como éste ocurrió realmente, sino como es recordado, usado e imaginado desde el presente. Quienes apelan a la memoria no requieren de contextos o de pruebas, simplemente creen. La Historia, en cambio, es una reconstrucción analítica de lo ocurrido, a partir de los restos y trazos, siempre incompletos, que este dejó. Es, pues, por decir algo, una operación especializada necesariamente crítica.
Juan Mendoza, para el llamado de la memoria, volaba en el momento justo. Sirvió para contraponerlo a una figura presidencial que no había cuajado su hegemonía (en el sentido de Gramsci) paradójicamente en el departamento donde nació. Dos memorias rivales. En Oruro, para ciertos sectores recordar ese pasado —el del aviador— vivido como glorioso claramente servía para rechazar este presente, aquel cuyos aires provenían del Palacio Quemado malquerido. ¿Pero, quién era realmente Mendoza cuando bajaba de su nave e incluso encima de ella? ¿Un privilegiado oligarca? ¿Un padre dedicado? ¿Un conservador en la política? ¿Un afiebrado izquierdista? ¿Un machista? ¿Qué personaje hallaríamos si a la luz de la historia, de los archivos y los testimonios, lo despojáramos del barniz de su gloria? Quién sabe; en verdad, nadie.
Para sus movilizados adherentes, esas preguntas y sus respectivas respuestas no eran necesarias de agitar en las calles orureñas. Incluso en las librerías de la Villa del Pagador (otra apelación selectiva a la memoria) no podríamos hallar una biografía consistente de Mendoza y Neureles. La aventura de cruzar los cielos en Buenos Aires, Uyuni u Oruro, fue requisito suficiente para que impregne sin mácula los subjetivos registros de la memoria local y figurar —ahora sí— eternamente en las placas de bronce de un aeropuerto. El hombre de carne y hueso simplemente no importaba y quizá su figura sin oropeles no habría movilizado multitudes; en rigor de verdad, fue el mito (re)creado el que impuso rumbos al apelar a un tiempo que sigue vivo en la memoria.
El Gobierno nacional acaba de destinar nada menos que un millón de dólares no reembolsables para construir en Buenos Aires un monumento a Juana Azurduy, justo en los dominios del opositor Mauricio Macri. Reemplazará, si puede y no se produce otro Oruro, a una centenaria estatua de Cristóbal Colón, cuya memoria y actos colonizadores no gozan actualmente de reconocimiento. Seguramente se cree que la Juana plantará el orgullo cívico nacional boliviano en las calles porteñas, país donde tiene alto reconocimiento oficial y militar aunque muchas veces sea asumida como argentina.
A la par que Mendoza, la mujer de armas independentistas se forrará de memoria y tomará rasgos de mármol pétreo, pero no destilará historia. ¿Qué investigación seria y profunda contamos sobre su vida? Con dos o tres centésimas partes del costo monumento habría bastado para escarbar viejos papeles aquí y allá, escribir un buen texto. Luce mejor en cambio que las estatuas (o los aeropuertos) figuren como meros registros conmemorativos y que la memoria corte el paso a la Historia.