La verdad y sus imperfecciones
No uso esos adjetivos para referirme a la retórica, están dirigidos a cuestionar los argumentos del manifiesto
Hace dos semanas publiqué en esta columna un par de opiniones acerca de un “manifiesto ciudadano”, que se opone a la postulación de Evo Morales en los comicios de 2014. Días después, en otro diario, Fernando Molina salió en defensa de los manifiestantes (el término que usa Molina, “intelectuales”, no cabe, por eso usa comillas, porque lo sabe) con táctica futbolística: atacando… a este servidor. Lo hizo con estilo literario y aptitud metodológica, con calidad. Sugiero al lector que busque esos documentos en internet para que tenga más elementos de juicio y este intercambio entre FMs no parezca una partida de póker.
Respondo a Molina para escarbar mis ideas más que por el afán de polemizar, aunque reconozco que es una de mis debilidades (soy cochabambino). Discuto conmigo mismo porque no tengo certezas ni credos, nunca fui militante y tampoco asumo posturas vanguardistas en defensa de la verdad, la revolución o el Estado de derecho. No soy parte de ninguna comuna ni suscribo manifiestos a nombre de la ciudadanía, porque concibo su ejercicio como un acto de autonomía individual, y lo plasmo desde el “ámbito académico” con mucha honra, soy profesor de la universidad pública. Me tiene sin cuidado si a Molina le desconcierta mi “curiosa manera de argumentar” y que intente menospreciarla diciendo que es sofística. Su razonamiento debió concluir con citas de Sofocleto pero no le gustan las bromas, entonces se escuda en Sócrates para afirmar que “la verdad continúa siendo la verdad y la trampa, trampa”. Obviamente, él y los manifiestantes están con “la verdad”; lo(s) demás, mera trampa. Y como lo verdadero es lo justo (y lo bello, diría otro compadre griego), la ley también está del lado de los manifiestantes, por eso son guardianes de la democracia “tanto en la sociedad boliviana o en cualquier otra (sic)”. Imbuido de esa convicción universalista, Molina dice que se trata de una “clarísima (y hasta podría decirse que ‘clásica’) defensa de la concepción de la justicia… como ‘Estado de derecho’, sin el cual —se dice (resic)— no hay orden democrático”. No obstante, defiende su verdad sin defender su manifiesto; más bien se esmera en develar al tramposo que lo critica, porque Mayorga “no habla claro”, “no quiere decir lo que realmente piensa”, peor aún, “no repite la argumentación del Gobierno…, pero la justifica”, y lo hace de manera encubierta porque hacerlo de frente “sería indigno de él”. Es decir, aparte de turbio, Mayorga es un hipócrita.. ¡consigo mismo! Finalmente, Molina especula sobre mis intenciones porque “también podría estar defendiendo una tercera opción”; sin embargo, se pregunta intrigado: “¿por qué no la plantea?”, aunque no sé si lo hace en tono de recriminación o pedido de auxilio.
Su intento de poner en evidencia mi supuesta ambigüedad tiene como objetivo resaltar —por contraste— la convicción de los manifiestantes en su lucha por “la verdad”, pero olvida un detalle: no defiende los argumentos esbozados para rechazar la postulación de Evo Morales. En realidad no se olvida, utiliza una coartada; porque reconoce que ese manifiesto es “formalmente imperfecto como todo escrito colectivo”, y con esa argucia se exime de aclarar las “imperfecciones” de ese documento que, por supuesto, no son formales; caso contrario estaríamos discutiendo de estilística, y no de política. Por eso, para esquivar el bulto, me hace decir que acuso a los manifiestantes de esgrimir una “retórica anacrónica, estrambótica, exagerada e incoherente”, cuando lo importante es su conducta marcada por la audacia y la rectitud puesto que ellos “llaman la trampa y la mentira por sus nombres”. Así las cosas, parece una cuestión de honor, asunto de caballeros, demostración de estirpe, clases de educación cívica y moral. Me hace recuerdo al rey Juan Carlos de España regalándole una corbata a Evo Morales. Pobrecito, el monarca.
Ahora bien, es falso que uso esos adjetivos para referirme a la retórica, están dirigidos a cuestionar los argumentos políticos implícitos en ese manifiesto. Mi crítica no se detiene en los aspectos formales del documento, apunta a su interpretación del proceso político y a la caracterización de la conducta del MAS. Y para que quede absolutamente claro, reitero mis cuestionamientos: ¿Es o no estrambótico (estrafalario) señalar que Evo Morales tiene el “apetito personal de eternizarse en el poder”? ¿Es o no exagerado (desmedido) decir que el MAS busca la “reelección indefinida”? ¿Es o no incoherente (ininteligible) decir que una reelección en las urnas es “prorroguismo presidencial”? Sería saludable para este intercambio de opiniones que Molina explique las razones de esas aseveraciones, aunque tenga que traducir ese “escrito colectivo” para que sepamos cuál es “la verdad” de sus motivaciones.