Desorden y desconcierto
El campo político se tornó más complejo en los últimos meses porque se han producido mutaciones en sus unidades constitutivas y en las interacciones partidistas. Fisuras, divisiones y disyunciones caracterizan el funcionamiento y desempeño de sus protagonistas. Fractura en las filas del MAS-IPSP, ruptura en Creemos —aparte de la cisura inicial con la bancada de UCS— y quiebre en Comunidad Ciudadana que incluye expulsiones de diputados/as. Una consecuencia de este desbarajuste se puso en evidencia en la elección de las directivas camarales puesto que se produjeron distintas composiciones del voto a la hora de ratificar los nombres propuestos por las jefaturas de las bancadas. Ese comportamiento no fue producto de la clásica antinomia entre oficialismo/ oposición, sino de una convergencia episódica y circunstancial entre fracciones del oficialismo y de la oposición. Y aconteció de una manera en la Cámara de Diputados y de otro modo en la de Senadores. En ambos casos, la oposición tuvo mayor incidencia que en años anteriores merced a la fractura en la bancada oficialista entre “radicales” y “renovadores”, una curiosa distinción que no se sabe qué denota.
Es necesario destacar lo acontecido en la Cámara Alta. Las dos fuerzas de oposición intentaron condicionar su voto ratificatorio de las listas partidistas a la aceptación de una propuesta de agenda legislativa. Esta propuesta contenía —entre nueve temas— algunos tópicos que no corresponden a esa instancia (por ejemplo, “presos políticos”, “primarias abiertas” y “padrón electoral”). Esa iniciativa opositora quiso aprovechar la división en la bancada del MAS-IPSP puesto que una fracción minoritaria cuestionó la reelección de Andrónico Rodríguez como presidente del Senado y pretendió presentar una lista alternativa —un acto antirreglamentario— y conseguir la conducción de la directiva camaral con apoyo opositor. Ese diferendo en la bancada oficialista se convirtió en una oportunidad para la oposición que optó por presentar una suerte de “pliego político petitorio” que, sin embargo, resulta más interesante que la mera distribución de cargos y espacios de poder.
Largo debate de por medio se impuso el prestigio y liderazgo de Andrónico Rodríguez, que se yergue como un actor situado al margen —¿por encima?— de la pugna entre “arcistas” y “evistas”, es decir, entre gobierno y partido e invoca la unidad, aunque esta palabra cada vez más carece de sentido en las filas de esa organización política. Un prestigio que se reforzó con el respeto de sus colegas opositores/ as por su conducción del Senado durante tres gestiones, promoviendo un diálogo sin la polarización imperante en otros ámbitos político-institucionales.
Por eso, su respuesta a la propuesta opositora fue una invitación a iniciar un debate que concluya, precisamente, con la confección de una agenda legislativa que sea resultado de una deliberación democrática. Algo tan difícil de conseguir, como la unidad, pero igualmente necesaria en esta época plagada de desaciertos y desconcierto. Ojalá esa cámara legislativa se convierta en un espacio de convergencia que proporcione cierta racionalidad al proceso político.
Ahora bien, otro efecto de la desagregación en las organizaciones políticas —sobre todo en el MAS-IPSP— es la configuración de un esquema de “gobierno dividido”. Esto significa que el presidente Arce no tiene respaldo de una mayoría parlamentaria y, en consecuencia, su capacidad decisoria está mermada. No es poca cosa puesto que una relación conflictiva entre el Órgano Ejecutivo y el Órgano Legislativo conduce a la parálisis, preámbulo de la inestabilidad que puede poner en cuestión la gobernabilidad.
Fernando Mayorga es sociólogo.