Egipto frente al espejo
Lo que parecía un reencuentro de los egipcios con ellos mismos terminó en un baño de sangre.
Qué lejos estamos de aquel 10 de febrero de 2011, cuando todos nos sentíamos egipcios, luego de la renuncia de Mubarak. Treinta años de mandato eran, para cualquier observador despierto, un signo inequívoco de que el ciclo del así llamado faraón estaba, hace rato, en tiempo de descuento. Con los años, lo que parecía un reencuentro de los egipcios con ellos mismos terminó en un baño de sangre. Son muchas las facetas que se enfrentan en este campo. Veremos algunas.
La primera, la faceta del miedo. Mubarak pudo dominar a una sociedad mientras la generación egipcia de los años 70 tuviera presente el miedo al aparato represivo, mientras se comunicaba poco con el resto del mundo y mientras entendiera poco de lo que conocía de afuera. La generación que echó a Mubarak es una generación más conectada y más leída; y es una generación que ya no tiene miedo.
Luego, está la faceta islámica de Egipto. Es la que hunde sus raíces en la tradición mahometana, la que extrae la identidad de la historia de los últimos siglos y la que apela al sentimiento de pertenencia de una comunidad árabe grandiosa y unida… bajo la divina palabra del profeta. La agitación de la población egipcia tiene como uno de sus detonantes el peligroso camino que Mursi (un musulmán militante) trazó para que Egipto se acerque a un Estado teocrático.
También está presente faceta secular/liberal. Es, probablemente, la cara más moderna de Egipto, la más conectada con el mundo y la más sensible a entender los derechos individuales y a promover el divorcio entre religión y Estado. Pero aún no ha logrado construir un relato que pueda apelar al conjunto de la sociedad egipcia y dar unidad identitaria a una población de más de 85 millones de personas. Naturalmente, la faceta secular/liberal es la más proclive a recibir los ataques de los grupos religiosos, en relación a sus intentos de (valga la redundancia) secularizar a la sociedad, alejándola de las inmutables leyes de la religión. Paralelamente, la faceta secular/liberal es también la más vulnerable a recibir críticas desde el punto de vista nacionalista, que la puede acusar de pro-occidental.
La faceta del ancient regime también está presente. Es muy difícil desmantelar en unos pocos años el complicado aparato de poder heredado de Mubarak. Lo que queda de la burocracia del “faraón” no se va a dejar eliminar sin poner resistencia.
Y claro, como juez de última instancia tenemos la faceta militar. Cuando todo falla, la cara militar de Egipto se mira al espejo como la fuerza instauradora del orden. El problema es que ya van semanas de tutela militar, y ya van centenares (si no miles) de egipcios muertos y ningún orden regresa: y las sospechas de que los militares harán cualquier cosa para preservar sus privilegios por encima de cualquier otra consideración flotan en el aire.
Pero no son sólo los egipcios quienes pelean en este enorme y sangriento campo de batalla. Ciertamente, las acciones de Mursi contra el poder judicial, las fuerzas seculares y los miembros de los mandos militares socavaron internamente su base de poder. Pero es interesante destacar que su alejamiento de la presidencia ocurra justo en el momento en el que Mursi estaba fortaleciendo sus relaciones con China y preveía acercarse más a Irán, en una clara maniobra de equilibrio de fuerzas con EEUU.
Estados Unidos, por su parte, se niega a declarar la caída de Mursi como un golpe de Estado, pues eso les obligaría a suspender el envío de $us 1,3 miles de millones al año para el ejército egipcio. La gran pregunta es: ¿No existe en Oriente Medio una verdadera alternativa nacional que no deba subordinarse al poder religioso?