Desparpajo
Aquí, el que no jode, no mama; el que tiene escrúpulos, no avanza; y el que cumple las normas sufre el chicote
Desparpajo es una palabra que suena tan contundente como se la sufre. Es una palabra dura, insensible, irresponsable con las implicancias de sus decisiones; y es una palabra de uso común, muy común, en nuestra vida cotidiana.
Es con desparpajo que un grupo de comunarios cierra las válvulas de agua de toda la ciudad de Cochabamba, pidiendo que se violen las reglas y se les otorgue lo que no pueden recibir, porque viven en un área forestal y protegida.
Con el mismo desparpajo, los choferes de La Paz se atreven a declarar —sin una gota de sangre en la cara— que ojalá los buses que está importando el gobierno municipal tengan hélices, ya que ellos no permitirán que circulen en las calles de la ciudad, de las que, me imagino, tienen título propietario.
Quienes tenemos hijos pequeños sabemos que el desparpajo es una actitud que generalmente viene emparejada con la pataleta y el berrinche. Y algunos hemos aprendido a controlarlo a través del peligroso equilibrio entre premio y castigo que hace a la educación de los niños. Lo que me asombra es que, como sociedad, no hemos aprendido a jugar ese equilibrio después de tantos años de pataletas y berrinches —algunos más violentos e inaceptables que otros—. En la mayor parte de los casos, respondemos al desparpajo con diálogo y llegamos al punto de darle al hijo lo que sea que haya pedido, sin importar las maneras terribles que inventa para ser escuchado. Otorgamos premios sin que el hijo haya hecho nada para merecérselos —incremento salarial automático, cada año, sin que los trabajadores se capaciten, se destaquen, hagan nada especial más que seguir haciendo su trabajo—. Notoriedad, cámara y micrófono que amplifica al que grita, hace berrinche y patalea, al punto de hacer crecer sus demandas y generar el terrible precedente que nos está acabando como sociedad misma: aquí, el que no jode, no mama; el que tiene escrúpulos, no avanza; el que cumple las normas sufre el chicote; mientras el que cierra las válvulas, bloquea, quema, destruye y amenaza recibirá el premio de lograr su objetivo, por muy egoísta que este sea. Y que los demás, se salven como puedan.