Los premios
Un concurso literario es una oportunidad de validar una obra que cumple con ciertos requisitos
No voy a hablar de la primera novela de Julio Cortázar, sino de las secuelas del Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal y del Premio Nacional de Literatura Santa Cruz. Paradójicamente el primero ha sido declarado desierto varias veces, y el segundo lo ha ganado un mismo escritor siete veces.
Esta paradoja ha desatado una serie de comentarios tanto en los medios como en las redes sociales, y en el caso del archipremiado escritor cruceño no faltaron quienes hicieron escarnio de sus honores, poniendo en duda incluso a los jurados. Curándose de sus heridas, éste declaró que concursa porque necesita el dinero. Y, aunque parezca cínico, es cierto porque en Bolivia los escritores no podemos vivir de nuestra literatura. He sido jurado de muchos concursos, tanto de poesía, de cuento como de novela (he comprobado que los que más critican son los que siempre pierden); y el azar, que es otro de los nombres de Dios, ha querido que gane en los tres géneros, en consecuencia, creo que tengo experiencia en el tema y voy a intentar abordarlo con sinceridad.
Siendo jurado he debatido con colegas que, en un exceso de responsabilidad crítica, creen que otorgar un premio es conceder el Nobel de Literatura y que se juegan sus prestigios, comparan las obras presentadas al concurso con otras publicadas que están fuera del mismo, especialmente con autores extranjeros. También hay escritores que creen que un premio los consagra para la eternidad, y al ganarlo se creen la tuerca. Para mí, un concurso literario es una oportunidad de validar una obra que cumple con ciertos requisitos de calidad que son más subjetivos que objetivos y, por tanto, expresan los gustos y estéticas de un determinado jurado. Un premio ayuda a la difusión y promoción de la obra y, naturalmente, le da al premiado la posibilidad de contar con dinero para pagar deudas, viajar, comprar algo para la familia y adquirir nuevos libros. Es también una referencia válida de la realidad literaria en el momento del fallo, pero difícilmente será la consagración de un autor, porque la verdadera consagración viene con la obra.
Cuando algunos periodistas me preguntaron sobre este tema, les propuse hacer un ejercicio: que me dijeran de memoria los nombres y los títulos de los tres últimos premios Yolanda Bedregal o del Adela Zamudio o del Santa Cruz y no lo lograron; peor el de los jurados. Les pregunto lo mismo a ustedes amables lectores y verán que solamente se acuerdan los nombres de sus autores preferidos, porque sus obras se han quedado en sus memorias. En la mayoría de los escritores nacionales y extranjeros sus libros más famosos son aquellos que no obtuvieron premios.
En todo caso, el mejor de los premios literarios es el que obtuvo el escritor Javier Marías, quien cuenta, en una columna titulada El peor de todos los tiempos, acerca de un sujeto que ha dedicado años a leerlo con el avieso propósito de demostrar que nunca hubo en el mundo otro escritor peor que Marías, le responde diciéndole: “Ya me doy con un canto en los dientes de haber conseguido por fin, al cabo de un cuarto de siglo, la condecoración mayor a que todo escritor aspira: un odiador privado”.