Alasita
Perder una década nos cobrará la factura más temprano que tarde, cuando los precios declinen
Conmueve el espíritu de una fiesta tan tradicional como la Alasita, que en estos días ocupa la atención de propios y extraños que buscan el sueño (muchas veces inalcanzable) de la realización personal y familiar. El espíritu de esta fiesta contrasta, sin embargo, con el espíritu cotidiano que mostramos los bolivianos al planificar y/o ejecutar los sueños de desarrollo a los que como nación nos aferramos.
Tuvimos y todavía tenemos la acumulación de plata más grande del planeta, las reservas de litio mayores a escala global, una de las cinco acumulaciones mayores de minerales de hierro, la provincia estañífera más grande de los andes centrales, la cuenca aluvional aurífera más importante de Suramérica, etc.; y sin embargo, seguimos estancados en nuestros sueños de desarrollo. ¿Por qué nos falta siempre el centavo para el peso cuando queremos transitar del sueño a la realidad? Al parecer, un atávico comportamiento festivo nos impele a prolongar las delicias del festejo a la cruda realidad de los emprendimientos económicos donde imperan otras leyes, otros patrones de comportamiento. Cuando encaramos el desarrollo del salar de Uyuni con una planta piloto, el de Huanuni con un nuevo ingenio metalúrgico sin la debida base de reservas de mineral, del Mutún sin tener una adecuada infraestructura industrial y de servicios, o cuando entregamos la provincia aurífera a los operadores menos indicados para una adecuada explotación de estos recursos estamos aferrándonos al sueño primigenio de desarrollo de este país, en la búsqueda de fundirlo a una realidad que sin duda alguna nos golpeará en la cara cuando despertemos.
Venimos de casi una década de precios históricamente altos de los metales y de los commodities en general, tiempo que ha ocultado con resultados económicos coyunturales la cruda realidad de sueños incumplidos, proyectos paralizados y/o con muy poco avance. Soñar no cuesta nada y podemos seguir soñando, pero perder una década nos cobrará la factura más temprano que tarde, cuando los precios de mercado declinen (ya lo están haciendo), y nuestra alicaída “industria” minera esté entre la cruz y la espada.
Respeto y admiro el espíritu festivo y soñador de nuestro pueblo. Ninguna meta se alcanza si no se empieza con un sueño, dicen los que saben; pero además de soñar se requiere el duro trabajo, el adecuado conocimiento, la sesuda planificación y el idóneo personal, si se quiere transitar adecuadamente del sueño a la realidad. Tenemos un maravilloso país con un gran potencial a desarrollar. Nuestra añeja minería transita ya cinco siglos, en los que se enriquecieron el imperio español, los “patriarcas de la plata”, los “barones del estaño”, la “burguesía minero-feudal”, pero no el país, que está anclado en el pasado tratando de volver a la revolución industrial con el hierro del Mutún, con la volatilización del estaño, la fundición de metales básicos (zinc, plomo, plata, cobre, etc.); hitos tecnológicos algunos de los cuales, como el hierro forjado datan de tiempos prehistóricos (3.000 años a.C.). Mientras tanto, el mundo que sueña menos pero actúa más, ha entrado en la era de los metales tecnológicos que soportan los gadgets de la cultura posmodernista, está tratando de llegar a planetas y cuerpos celestes para acceder a estos metales, y ya vive la quinta generación industrial, la cual no entra ni en nuestros más atrevidos sueños. ¿Dejaremos de soñar?