La II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) puede ser considerada como uno de los eventos políticos más relevantes de los últimos tiempos en la región, luego de que todo parecía indicar que el mecanismo de la concertación política regional mediante cumbres presidenciales se había prácticamente agotado. Los últimos eventos no contaron en efecto ni con una presencia suficiente de mandatarios, ni tampoco con debates y resoluciones capaces de generar iniciativas colectivas de América Latina, a la altura de los desafíos de la crisis global y las acentuadas desigualdades de las sociedades latinoamericanas.

En el encuentro de La Habana en cambio, bajo la presidencia de Raúl Castro se ha reunido casi la totalidad de los jefes de Estado y de Gobierno de los 33 países que componen este mecanismo de coordinación y concertación política de América Latina y el Caribe. Las deliberaciones se han llevado a cabo en dos etapas; primero, una sesión reservada de los jefes de Estado, seguida luego de una sesión plenaria donde los mandatarios hicieron amplia referencia al tema central de la lucha contra el hambre y la pobreza, pero asimismo a las condiciones imperantes en sus respectivos países o a las particularidades de sus enfoques sobre la situación global y regional.

Entre los documentos aprobados destacan sin lugar a dudas la Declaración Política (de 83 puntos) y la “Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz”, que recupera y articula las diversas resoluciones adoptadas sobre esta materia en la década pasada en los ámbitos de la Comunidad Andina y el Mercosur.

También corresponde poner de relieve la decisión de impulsar los diferentes procesos de integración económica vigentes en la región, dentro de sus propios términos y bajo las modalidades de su propia gobernabilidad. De esta manera, se supera en alguna medida la superposición de enfoques y orientaciones doctrinales, que han paralizado en los últimos años el perfeccionamiento de la integración económica, especialmente en América del Sur, por la superposición de iniciativas de coordinación política e ideológica, antes que de expansión del intercambio comercial y avances en la infraestructura física compartida.

Lo que parece quedar claro es que los mandatarios latinoamericanos y caribeños han decidido en esta ocasión fortalecer la unidad de la región frente a las otras regiones del mundo, con miras a forjar una posición común respecto de los grandes temas globales y las necesarias reformas en los sistemas multilaterales de tipo político, comercial y financiero, pero sin desconocer la existencia de diversas condiciones políticas y enfoques económicos en los distintos países, así como de varios organismos de integración y cooperación en América del Sur, México, Centroamérica y el Caribe.

Sin pecar de un optimismo exagerado, existen señales que respaldan la idea de que en la Cumbre de La Habana se han creado las condiciones para que la región latinoamericana y caribeña pueda acordar respuestas políticas colectivas de cara a los cambios geopolíticos globales, los desequilibrios económicos y las nuevas perturbaciones financieras que se anticipan en la economía mundial.

En las últimas semanas se ha hecho evidente el cambio en la situación de las distintas zonas económicas del mundo. El crecimiento de las economías latinoamericanas está menguando, algunas de ellas encaran severas dificultades macroeconómicas y, en general, es preciso generar respuestas colectivas para enfrentar la reducción de precios de los productos básicos y la salida del capital financiero especulativo hacia las economías industrializadas, alentada, entre otras cosas, por el cambio en las políticas monetarias de Estados Unidos.

Es economista.