¡Tensión!
La población no termina de entender que así como tiene derechos también tiene obligaciones
Si bien en muchos casos hemos destacado el uso y la fuerza del espacio público en la ciudad de La Paz (logrados a partir de diferentes actividades), es más que evidente que toda libertad de acción genera también responsabilidades y respeto al territorio que nos cobija; límites que evitarían los excesos que tuvieron lugar por ejemplo en las afueras del edificio de la Alcaldía en días pasados.
La Paz es una urbe que conoce mucho de todo aquello. Dentro de lo positivo, la población es capaz de apropiarse de la ciudad para convertir ciertos lugares en proscenios concurridos gracias al desarrollo de actos públicos, en los que la algarabía y disfrute son parte de su esencia. Una cualidad que forma parte del arraigo hacia La Paz. Empero, esta urbe también conoce los hechos censurables, que son (en contraste) el resultado de la conducta violenta y agresiva del habitante en ciertas situaciones. Esas reacciones no dejan de asombrar a la población, que se ve impedida de desarrollar su vida normal. Pero ahí no acaba todo. Y es que la furia parece encontrar satisfacción hasta en la destrucción de las flores que embellecen la ciudad.
Esos hechos lamentablemente demuestran cómo esa población creativa puede transformarse de pronto en violenta, hasta el punto de adoptar una actitud amenazante no solo acompañada de rostros alterados, sino también de objetos contundentes como botellas llenas de piedras. Esto en el caso de los gremiales, incluso sabiendo el compromiso de la municipalidad de asignar puestos de venta en nuevos lugares.
A veces pareciera que la población no termina de entender que así como tiene derechos también tiene obligaciones para con su ciudad, y una de estas últimas es apoyar su progreso.
Ese centenar de personas que con fuego encendido gritaban en las puertas de la Alcaldía que no permitirían la construcción de un viaducto trajo a la memoria a los transportistas que hace más de diez años (con actos similares) lograron detener el proyecto del tren eléctrico, el cual debía funcionar desde el sur de la ciudad hasta la Avenida del Poeta. Un proyecto que habría solucionado el hecho de que hoy, 15 años después, se siga transportando a la gente como sardinas en los trufis. Desgraciadamente es con esa actitud que aquéllos lograron convertirse en una fuerza capaz de parar esta ciudad en cualquier momento. Y lo propio ocurre con los gremiales, sector informal que crece cada día más. En El Prado, donde hace más de diez años se logró reducir su número con mucho esfuerzo y se reubicó a una buena cantidad en el pasaje Núñez del Prado, nuevamente los vendedores han reaparecido por doquier. Lo más seguro es que si seguimos así, ciertos sectores de la ciudad se convertirán en un solo mercado al aire libre.
Algo que debiera preocupar a las autoridades es que con todos esos hechos de violencia la ciudad se convierte en un territorio inestable e inseguro, ya que vive sobre tensiones que auguran mucho dolor. Un panorama poco alentador para la ciudadanía y sobre todo para el hombre de a pie, que termina siendo el más perjudicado. Con todo, el espacio público es un lugar de representación y estos hechos reafirman que en ciertos momentos se puede apreciar simultáneamente la sonrisa y la alegría de la población, pero también la tensión y energía negativa que pueden desbordar esos cuerpos.