La política exterior demanda atención cuando se trata del manejo de la crisis. Cuando una revuelta callejera estalla en Egipto, Libia o Ucrania, todo el mundo se pregunta cómo debería responder el presidente de los Estados Unidos. Este es un elemento importante en el rol de esta potencia en el mundo, pero es esencialmente reactivo y táctico. El mayor desafío sería establecer una estrategia más duradera que se aplique más allá de la crisis del momento. La administración de Obama ha intentado llevarla a cabo con su política asiática y el viaje del Presidente la semana pasada a dicho continente es parte de esto, pero el progreso ha resultado vacilante e incompleto. Sin embargo, debido a todos sus problemas, la amenaza real a la puesta en marcha de una estrategia de los Estados Unidos hacia Asia no surge de la administración,  sino del Congreso y del público estadounidenses. De hecho, las dificultades en la ejecución de la estrategia plantean una mayor interrogante: ¿puede Estados Unidos tener una gran estrategia hoy?

El abordaje del mandatario Obama es acertado y, en muchas maneras, es una continuación de la política exterior de Estados Unidos desde la presidencia de Clinton. En el plano diplomático posee dos elementos: disuasión y compromiso. Todos los países asiáticos, al igual que Estados Unidos, buscan lazos económicos más fuertes con China y desean asegurarse de que ese país no se convierta en un acosador regional expansionista. Realizar un balance entre los elementos de esta política resulta difícil de hacer y fácil de criticar. Generalmente, la administración de Obama ha manejado esto habilidosamente y, mientras mantiene una relación cercana con China, define límites claros para impedir la expansión territorial.

Es justo decir que Obama no le ha prestado suficiente atención y energía a su propia estrategia “pivot”. Dos viajes a la región han sido cancelados. El Presidente no ha visitado China desde su primer año como gobernante. Su equipo en este segundo periodo de gobierno carece visiblemente de expertos en temas relacionados con Asia. Esto es un error. El éxito en la política exterior hacia Asia podría ser el logro más fundamental del tiempo que le queda al frente de la Casa Blanca.

Existe, sin embargo, un importante y constructivo aspecto hacia la política asiática. En el centro de la misma está la Sociedad Trans-Pacífica. No sería solo el más grande acuerdo comercial en décadas, comprendiendo la mayoría de las más grandes economías asiáticas y quizás eventualmente incluyendo hasta la misma China, sino que reforzaría fuertemente las reglas del estilo norteamericano caracterizadas por el libre y abierto comercio global. Sin embargo, el Mandatario no ha sido capaz de alcanzar la autoridad de “vía rápida” que posibilita la negociación de cualquier acuerdo comercial.

El partido Demócrata, otrora campeón en lo que a libre comercio se refiere, le ha dado la espalda desde hace tiempo, un triste cambio en un partido que se caracterizó en épocas pasadas por ser abierto y optimista. En los años recientes, el apoyo al comercio del partido Republicano se ha hecho también más débil. El resultado es que la Sociedad Trans-Pacífica (The Trans-Pacific Partnership), una idea ambiciosa y grande, está ahora en una unidad de cuidados intensivos. La estrategia militar estadounidense en Asia requerirá de onerosos presupuestos que están bajo presión de ambas partes de la contienda. El respaldo público para cualquier tipo de política exterior ambiciosa y generosa es extremadamente bajo.

El obstáculo más preocupante a una estrategia norteamericana podría ser, en una primera instancia, un tema altamente técnico. La Casa Blanca ha propuesto una reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI) que los congresistas republicanos están bloqueando. Pero, reformar esta agencia es crucial para el futuro rol global de Estados Unidos.

La junta directiva del Fondo Monetario Internacional ha sido dominada por largo tiempo por Estados Unidos y Europa. Como en los últimos años, los países asiáticos han pasado a formar una mayor proporción de la “torta” global de países, la administración ha propuesto incrementar sus votos en la junta directiva. Esto mayormente traería aparejado el quitarle poder a Europa, no así a Estados Unidos. Además, el partido Republicano ha detenido este plan por tres años y no muestra signos de estar dispuesto a convertirlo en ley.
Este tema ha unido a los países asiáticos, desde China a Indonesia y a Singapur, quienes ven todo esto como un signo de que el mundo occidental nunca les va a permitir compartir el poder real en instituciones globales. Y tienen razón.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, en plena Guerra Fría, Estados Unidos se enfrentó al comunismo, pero también construyó un orden mundial estable mediante la creación de muchas instituciones que impusieron normas y reglas globales y compartieron el poder, desde las mismas Naciones Unidas hasta el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La tarea urgente consiste ahora en expandir dichas instituciones para que incluyan a los emergentes poderes asiáticos. Si Washington no lo hace, va a reforzar las voces asiáticas, especialmente en China, país que dice que no debe intentar integrar un marco occidental con reglas internacionales, porque su pueblo será siempre considerado de segunda clase; y en cambio, debería esperar la hora propicia y crear sus propias instituciones, regirse por sus propias reglas y seguir su propio camino. Cuando llegue ese momento, nos lamentaremos profundamente de no haber dejado a dichos países integrar el “club” cuando tuvimos la oportunidad de hacerlo.