Desigualdad
El 1% de la población mundial se apropia del 40% de la riqueza global, según Pikkety.
Uno de los fenómenos que persiste en los mercados mundiales y que desvela a muchos economistas es resolver lo que significaría la falla más grande, asimétrica y discriminadora de una economía liberal: la redistribución y concentración de la riqueza generada por la utilización del capital, materializado en forma de recursos financieros, humanos y tecnológicos.
Una reciente publicación de Harvard University Press titulada “Capital en el Siglo XXI”, del economista francés Thomas Pikkety, expone argumentos económico-financieros respecto a cómo una economía de libre mercado puede asignar de manera eficiente los factores productivos. Sin embargo, este sistema al momento de distribuir la renta es regresivo e incluso “torpe”, en opinión de Pikkety.
El economista galo llega a esta conclusión después de haber realizado un trabajo de investigación cuantitativa que incluye un análisis de datos que exponen los factores relevantes que determinan la formación del capital y su apropiación desde la Primera Guerra Mundial hasta la actualidad. En términos concretos, el grado de desigualdad durante la reciente historia económica mundial se traduce en que el 1% de la población mundial se apropia del 40% de la riqueza global. Algo obsceno.
Una de las principales consideraciones teóricas que realiza Pikkety para reforzar sus hallazgos empíricos se sostiene a partir de la hipótesis relativa de que las fortunas no se ganan ni se merecen, sino, son el fruto de la posesión de activos heredados. Esta posición pone en entredicho todo el soporte conceptual liberal, puesto que la generación de riqueza es consecuencia de la iniciativa empresarial y que los “animal spirits” (que Adam Smith, padre de la economía, resalta como cualidad innata e intrínseca de los emprendedores que toman riesgos) se constituyen el motor de reproducción del capital y generación de riqueza.
A la luz de la información procesada por el autor, pero aún más contundente la realidad nuestra de cada día, parece del todo evidente que la desigualdad es un factor asociado a la apropiación del capital por algunos concentradores de riqueza que tuvieron como aliados a sus antepasados, quienes heredaron activos a sus descendencias y que hoy constituyen castas invulnerables a los ciclos económicos, manteniendo casi inalterable su posición de privilegio. La pregunta que cabe ahora es, ¿qué hacer?
La propuesta de Pikkety. Compartida por muchos otros pensadores económicos, se basa en la necesidad de crear Estados más fuertes con la capacidad de apropiarse del excedente vía mayores impuestos a la riqueza y que la distribución de la renta sea un acto que trascienda al “eficiente” mercado con una mayor participación estatal, guiada por principios de igualdad, equidad y solidaridad.