El real interés del socio empresario
Hay mucha tela que cortar, igualmente apolillada de especulaciones y tergiversaciones
Quiero que este artículo no sea tan personal, pero me traicionan tanta prudencia mía y saña circulando tras la presentación de la “investigación” Control remoto, de Raúl Peñaranda. Algo me incumbe en las páginas de marras, por eso creo que tengo mucho que decir. Mis amigos y colegas saben cómo fue mi relación laboral cordial y respetuosa con él, con quien trabajé en la aparición en las calles del periódico Página Siete como Jefe de Informaciones, con las mismas credenciales de ahora.
No fue un mes, como dice en su texto, sino casi tres los que estuve en ese periódico que queríamos muchos que ahora sentimos nostalgia por aquel emprendimiento que parecía ser revolucionario para nuestro periodismo. Salí bien de allí, aplaudido en una reunión que él convocó, y también mal: renuncié ante la inexplicable insinuación de un despido abrupto, seguramente motivado por mi permanente objeción a los titulares forzados o a la tergiversación, como también se lo hicieron notar sus compañeros en un manifiesto que, a tiempo, fue impedido de ser público, tras la noticia que no fue de la excomulgación de ministros.
Entiendo su interés por el contenido de aquél bajo dos elementos: ha sido escrito por un socio empresario (revisen las lista de propietarios, en la que está incluido, en un recuadro del primer número de Página Siete) de un diario nuevo que intenta posicionarse en el mercado, como se explica en su obsesión, animadversión y fijación evidentes con La Razón, y tuvo afanes políticos más allá de las críticas razonables al Gobierno, como se explica ahora con el mandato que tiene de vicepresidente en la Asociación de Periodistas de La Paz (APLP) y su vínculo con las instituciones que otros se encargaron de poner en evidencia y describirlas.
Control remoto, como es lamentablemente el estilo de su autor, con base en dichos y rumores lanza una temeraria afirmación al señalar que La Razón es parte de un sistema de coordinación del Gobierno que, “en síntesis, le posibilita distorsionar y manipular el escenario informativo nacional”. ¿Qué coordinación? Una sola prueba de eso le haría más creíble, una sola prueba: siquiera una sola comunicación con esos fines, una fotografía de las citas o un testimonio de sus mismas fuentes sobre ese extremo. Pero nada, no lo ha hecho en las 196 páginas; el escrito pretende hacer creer con tremendo despliegue mediático y gira nacional que quienes trabajan en La Razón, profesionales cabales y dignos, cumplen una línea de manipulación y distorsión informativas externa.
Lo que hace Peñaranda con esa sañuda falacia es absolutamente desleal con sus colegas (en una de sus preguntas en una carta dirigida a la Directora de La Razón al final de su “investigación” hasta me considera “funcionario”, sabiendo que soy periodista. ¿Se hace o no sabe del concepto de la palabra?). Incluso se atreve a juzgar a los compañeros en sentido de que muchos de ellos se autocensuran. La única coordinación que jefes, editores y redactores de este diario tienen es la que propician ellos mismos para la planificación, el procesamiento y la evaluación de los contenidos. Los titulares y las notas que salen a diario son aciertos o equivocaciones nuestras.
Ni qué decir de su intento frustrado de forzar una versión respecto de la propiedad del medio, en coincidencia con el interés de Samuel Doria Medina, que hace dos años especuló sobre lo mismo. La Razón negó en su momento las elucubraciones y aclaró quién era el dueño de sus acciones.
Hay mucha tela que cortar, igualmente apolillada de especulaciones y tergiversaciones comprensibles ante un empresario (en su justo derecho, pero competencia desleal) que, con el libro y su victimización, se hace pasar de periodista independiente. Y otros se lo creen.